• 02/05/2024 11:21

La vida cotidiana de un retablista virreinal

Resulta paradójico, por ejemplo, que los escultores y creadores de retablos en madera pasasen casi desapercibidos cuando de sus manos surgía el tesoro inigualable del arte religioso

La tendencia actual de la Historia Social de América Latina registra un progresivo interés por los actores equivocadamente llamados “secundarios” del período en que el continente era una posesión de la Corona española y el territorio se encontraba dividido en numerosas jurisdicciones y circunscripciones donde los pobladores eran cifras de censo, números de producción, anónimos trabajadores que solo alcanzan notoriedad cuando su vida se liga con alguna hazaña de algún gran personaje de la vida civil, militar, eclesiástica o artística de su región. Resulta paradójico, por ejemplo, que los escultores y creadores de retablos en madera pasasen casi desapercibidos cuando de sus manos surgía el tesoro inigualable del arte religioso que, aún hoy, deleita y maravilla por su compleja síntesis de componentes nativos y europeos.

La investigadora Porras Godoy (2023) estudia el caso de Guatemala que no puede desprenderse de la evolución artística y aportes del virreinato de Nueva España, del puerto de Panamá y de Lima, capital del virreinato peruano. Compartían en común que los primeros retablistas provenían de Burgos, Vizcaya, Huelva, Islas Canarias, Portugal e Italia hasta que desde finales del s. XVII empiezan las migraciones y rotaciones de artistas autóctonos que circulan desde y hacia Centroamérica como fue el caso del maestro retablista Agustín Núñez, natural de Oaxaca, que se estableció en Guatemala en la segunda mitad del s. XVII y cuyas creaciones llegaron hasta Guayaquil y el Perú.

Al igual que los artesanos peruanos, Nuñez y el escultor Alonso de la Paz, concibieron retablos guatemaltecos desmontables lo que facilitaba su transporte y mantenimiento, con el beneficio adicional de su rápida sustitución en caso se dañase alguna de las piezas. Famosos fueron los talleres de ensambladores de los Sigüenza y de los Gálvez que funcionaron en el istmo por más de ochenta años lo que permite inferir una transferencia de conocimientos de padres a hijos y nietos; aunque esta afirmación no grafica toda la realidad ya que los retablistas tenían la tradición de enviar a los propios hijos como aprendices al taller de otro maestro del mismo oficio. De hecho, afirma Porras Godoy (2015) que las Ordenanzas en vigor en Nueva España -actual México- calificaban como “oficio” aquello de lo que hoy podría llamarse “arte liberal” o “arquitectos del arte del ensamblaje”.

Porras Godoy (2023) afirma que los “celos artísticos” también hicieron su aparición en los gremios de retablistas y escultores. Tuvieron notoriedad los rencores de Quirio Cataño con Francisco de Montúfar (1657) o las querellas de Sebastián Carranza y Ramón de Molina contra Agustín Núñez (1687) que se comentaban en las plazas públicas y parques de la ciudad de Guatemala donde los viandantes se enteraban de los últimos rumores. Otros, más discretos y menos mundanos obtuvieron el derecho de ser enterrados en las iglesias en cuyos retablos trabajaron como los artesanos Vicente de la Parra y Mateo de Zúñiga sepultados en la Iglesia de la Merced o Pedro de Liendo en la Iglesia de Santo Domingo.

Todo maestro retablista estaba obligado al pago del impuesto de Alcabala, equivalente al 2% de sus rentas. Dado que a veces el trabajo escaseaba y los impuestos no perdonaban demoras, algunos confeccionistas de retablos montaron fábricas de tejidos, se hicieron mercaderes temporales o laboraron en minas, es decir, devinieron en trabajadores multifacéticos. Es en esas circunstancias en que los comerciantes genoveses radicados en Lima, cuya figura más representativa fue Malagamba que formó una importante red de suministros centroamericanos que vendía en el Perú (Raffo, 2022), incorporaron los retablos y otros trabajos artísticos suntuarios en madera a su oferta de productos, intercambio que insufló nuevos aires a la actividad de los retablistas. Trazar la ruta de lo comerciado resultó difícil pero es una búsqueda menos complicada que descubrir los nombres de los artesanos guatemaltecos ya que éstos no marcaban sus obras o no formalizaban sus ventas con Protocolos de escribanos reales.

Nuevas indagaciones arrojan que los retablistas tenían un importante mercado entre las etnias indígenas que venían recuperando lentamente su densidad geográfica. Conocida es la historia del maestro Pedro Blas que recorrió los 287 kilómetros que separan la capital guatemalteca del pueblo de Santa Eulalia para llevar desmontado parte del retablo mayor que se le había encargado en un duro recorrido a lomo de bestia (AGCA, A1.20, legajo 1499, f. 125, 21.11.1730).

En opinión de Porras Godoy (2023), el trabajo de los retablistas guatemaltecos gozó de aceptación porque supo leer “las necesidades de la clientela que le exigía repuestas e imponía retos”. Sus historias, hoy muchas de ellas ocultas, vienen proyectando datos interesantes para entender el estilo de vida de quienes tanto aportaron al arte virreinal latinoamericano.

El autor es embajador peruano
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