• 29/04/2024 00:00

La corrupción, más que una cuestión de valores

Cuanto mayor es la tentación, mayor es la probabilidad de que las personas no puedan resistirla

La corrupción es un problema comúnmente atribuido a la falta de valores cívicos y morales. Sin embargo, es esencial reconocer que la debilidad de la fuerza de voluntad también desempeña un papel crucial en este fenómeno. Esta distinción es fundamental y sus remedios, diferentes.

Cuanto mayor es la tentación, mayor es la probabilidad de que las personas no puedan resistirla. La corrupción, el clientelismo y la politiquería no necesariamente surgen de la falta de valores; a veces, indican la incapacidad para resistir la tentación debido a que la fuerza de voluntad es limitada. Esto refleja que, para combatir eficazmente la corrupción, no basta depender de los valores; en muchos casos, es necesario reducir las tentaciones a un nivel que la fuerza de voluntad pueda enfrentar.

Por otro lado, aunque la voluntad débil no justifica una conducta incorrecta, existen situaciones excepcionales en las que se tolera que un individuo flaquee. Por ejemplo, cuando un ladrón armado obliga a su víctima a participar en un robo, lo moralmente perfecto es resistirse y enfrentar las consecuencias; a pesar de ello, ante tal instigación (”abre la caja fuerte y nada te pasará”), se comprende y se perdona que la víctima ceda. No se espera la perfección, pero sí cultivar un nivel determinado de fuerza de voluntad. Antes de sobrepasar este nivel, el individuo debe asumir la plena responsabilidad de sus acciones.

Aunque se desea que las personas cultiven un alto grado de fuerza de voluntad, la realidad es que la mayoría es vulnerable a diversas presiones y tentaciones. Dada esta reconocida debilidad humana, las normas éticas y religiosas condenan situaciones que exponen a las personas a tentaciones abrumadoras e, incluso, señalan que es nuestro deber proteger a otros, evitando que se enfrenten a tales situaciones.

Es importante reconocer que las estructuras de poder dentro de nuestros Gobiernos someten a las personas a conflictos de intereses difíciles de resistir. Estos no tratan de decisiones libres entre actuar debidamente o cobrar una coima, sino de la coerción, facilitada por la dependencia. Por ejemplo, los funcionarios pueden encontrarse en situaciones en las que se vean obligados a ceder ante las demandas indebidas de su patrón político para proteger su empleo o seguridad.

Como solución, una medida que reduce estas presiones tentadoras implica reformar la estructura gubernamental para liberar a los funcionarios de la influencia política. Esto incluye la creación de una autoridad estructuralmente independiente que coadministre el nombramiento y la disciplina de la mayoría de los empleados públicos basándose en el mérito y no en afiliaciones políticas.

Basado en la experiencia de otros países, reducir la dependencia política del funcionariado provoca cambios profundos. Los políticos ya no contarían con las herramientas de coerción necesarias para que los funcionarios cooperen en actividades ilegales o protejan a sus aliados. A la vez, esto reduce la presión para asociarse con políticos sin escrúpulos a fin de obtener favores personales. Además, los servidores públicos, en cuanto liberados de las presiones políticas, podrían investigar y denunciar las actividades ilegales de otros funcionarios o políticos que decidan involucrarse libremente en la corrupción, lo que contribuye a disminuir la impunidad.

En muchos Gobiernos de América Latina, el nivel de tentación actual, propiciado por sus estructuras gubernamentales, es abrumador. Por lo tanto, centrarse únicamente en fortalecer los valores cívicos y morales y la fuerza de voluntad de las personas no es suficiente. Como han demostrado los países con bajos niveles de corrupción, combatir este flagelo también requiere reducir las tentaciones a niveles manejables. Las herramientas para lograr esta tarea existen y es necesario contemplarlas para construir una sociedad más justa.

El autor es arquitecto
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