El déficit de comprensión lectora que arrastran los niños desde edades muy tempranas es un problema grave. Los últimos datos revelados por el Banco Mundial y las pruebas PISA ofrecen una radiografía alarmante: en Panamá, casi 7 de cada 10 niños no leen un texto simple al final del ciclo de educación primaria. Al cumplir los 15 años, 6 de cada 10 adolescentes siguen sin alcanzar niveles mínimos de competencia en lectura. Las causas son muchas: la desigualdad y el aluvión tecnológico, agudizado por la pandemia. Lo que está pasando en muchas casas es que las horas en que se podría leer, se dedican al celular. Sabemos que leer requiere un esfuerzo cognitivo, en cambio, un niño o adolescente puede pasar dos horas en Instagram o Youtube sin siquiera enterarse del tiempo invertido. La mayoría de aplicaciones están diseñadas precisamente para eso, para mantener la atención en un bombardeo de estímulos constante. Si colocamos un libro en el que solo hay papel, dibujos y letras, frente a una pantalla que muestra animación y música, la competencia (para los niños) la gana el celular. No es que se esté en contra de las nuevas tecnologías, son muy útiles, pero hay que usarlas con prudencia. Es urgente entender que la necesidad de leer es cultural, y no instintiva como comer, beber y dormir. Si falla la base de la que depende la adquisición del conocimiento, las consecuencias serán devastadoras y determinantes. Tendremos adultos que no sabrán usar correctamente el lenguaje, sin creatividad, inseguros, ignorantes, sin pensamiento crítico, menos libres y más manipulables. Se necesita más lectura y menos cliqueo.

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