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Clases sociales, Carnaval y la polarización de la sociedad panameña
- 11/02/2024 00:00
- 10/02/2024 15:26
Una túnica azul, un vestido color oro como sus cabellos y su indispensable corona fue lo único que acompañó a Manuelita Vallarino a una sala sin palcos vacíos durante su coronación en el Teatro Nacional. Simpática pero sencilla, elegante, dulce y bondadosa, son las características que describen a la joven que desde ese momento en adelante sería Manuelita I al consolidarse como la soberana fundadora del Carnaval oficial de Panamá en 1910, como lo narra el Diario de Panamá.
A pesar de lo que digan las versiones oficiales de la historia de las fiestas carnestolénticas del istmo, diversas investigaciones demuestran que los Carnavales de la ciudad de Panamá siempre fueron dos: el de la oligarquía y el del arrabal.
De hecho, el autor y político Guillermo Andreve, quien escribió ‘Breve historia del Carnaval panameño’ para la Revista Lotería en 1944, reconoce esta celebración como un “patrimonio de las clases populares”.
“La gran celebración ocurría el martes de carnaval con sus juegos de agua y harina en la mañana y la exhibición de las comparsas en la tarde. Los juegos consistían en un sencillo lanzamiento de agua. clara o teñida con añil, sobre las personas, procurando tomarlas de sorpresa”, describe Andreve en su reseña histórica.
Pero a diferencia de la fiesta llena de agasajos, homenajes, distinciones y un gran brindis que derrochaba opulencia, en honor a Manuelita I, cuando el Carnaval capitalino todavía no había sido oficializado este era recibido con críticas, desprecio y rechazo por la población en los intramuros panameños.
Aunque existe poca información bibliográfica sobre el carnaval arrabalero, la autora Betzy González Marín recoge en su artículo ‘El Carnaval del arrabal de Santa Ana; manifestación de la cultura popular urbana panameña 1903 –1910’, publicado en la revista Orbis Cognita durante 2020, estas celebraciones consistían en “manifestaciones transgresoras del status quo” de la sociedad panameña.
Algunas de estas eran los juegos de agua y harina o las recreaciones de hechos históricos como el ataque de la antigua Panamá por los piratas, la conquista de México por Hernán Cortés, el levantamiento de los negros cimarrones, entre otras actividades que también eran consideradas “salvajadas” por la oligarquía.
La celebración del arrabal finalizaba a altas horas de la noche con un gran baile en los que los participantes se divertían amenamente. El Carnaval de las afueras de la ciudad no contaba con reina, pues era un momento de liberación para las personas del arrabal, en los que podían expresarse fuera de las normas impuestas por la sociedad en la capital del país.
“A través de juegos y farsas los sectores populares asumían el control del poder, que les permitía establecer un nuevo orden en donde no eran los subordinados, sino la clase hegemónica”, menciona González Marín dentro de su artículo.
El Carnaval era uno de los pocos momentos en los que los arrabaleros podían redefinir o retar el status quo recurriendo a la sátira, la burla y la irreverencia, en una sociedad tan fuertemente dividida como la de Panamá en los siglos XIX y XX, en los que había mucha distinción entre las clases sociales y sus prácticas.
El Carnaval de la élite
A diferencia de las impresiones que causaban las fiestas del arrabal, la oficialización de los carnavales recibió un apoyo significativo por la sociedad panameña y sus medios de comunicación. Mientras que la alta sociedad de otros países de la región se alejaban de esta celebración, la oligarquía panameña se apropiaba de la misma a través de un decreto alcaldicio.
Fuentes como el Diario de Panamá, que anteriormente había descalificado el Carnaval diciendo que estos eran días en los que los habitantes de Santa Ana “exteriorizaban su brutalidad”, elogiaba los esfuerzos de la nueva Junta de Carnaval, que crearía las normas, actividades y otros elementos relevantes para la celebración.
“En Panamá no se ha hecho nunca la fiesta del carnaval en forma apropiada; pero este año según parece, saldrán a luz la estética, el buen humor, la alegría y el buen gusto de los istmeños”, es lo que mencionaba este diario entre sus páginas.
Y es que, el Carnaval de la oligarquía se alejaba de los juegos de harina, las recreaciones históricas y los bailes considerados vulgares. La principal atracción de la fiesta consistían en paseos de Manuelita I por el Parque de San Francisco, mientras sus súbditos la miraban y vitoreaban desde sus casas y departamento.
También se realizaban cabalgatas, bailes en el Club Internacional y certámenes para escoger los mejores carros alegóricos, entre otras actividades que incluían a la población del arrabal.
“La élite panameña organizaba un carnaval tipo espectáculo para los sectores populares y a su vez tenía un carnaval privado exclusivo para ella, realizado en lujosos salones como el Club Internacional y el Teatro Nacional”, destaca González Marín.
Manuelita I, quien tiempo después de su reinado tuvo la oportunidad de conversar con la revista Épocas, recordó cómo fue homenajeada y paseada en diferentes partes de la ciudad. También describe que en el Club Internacional contaba con su propio trono especial, en el cual se realizaron varios brindis y fue proclamada la fundadora del Carnaval de Panamá.
De esta manera, la oligarquía dominó esta fiesta popular, para no solo presentar un modelo culto y civilizado de celebrarla, sino para también utilizar los Carnavales para imponer un ordenamiento de la sociedad.
El Carnaval actual
“De 1910 para acá, nuestros carnavales han ido ganando en cultura y esplendor, hasta el punto de que, proporciones guardadas por razones de población, riqueza y esfera comercial, pueden figurar al lado de los universalmente alabados de Nueva Orleans y Niza. Poco a poco se ha ido extendiendo su fama y hoy vienen a presenciarlos habitantes de territorios circunvecinos, especialmente de Costa Rica y Colombia y aún de Jamaica, Nicaragua, Cuba y Ecuador”, afirma Andreve en ‘Breve historia del Carnaval panameño’.
A pesar de las divisiones de clases que duraron hasta la primera parte del siglo XX, actualmente el Carnaval a lo largo del país es una celebración que por un lado resalta la cultura e idiosincrasia panameña y es objeto de auge turístico, pero que por otro lado significa un momento de liberación para muchos, apegándose al espíritu carnavales del arrabal.
Esta dualidad, que se da por las diversas influencias que tiene la fiesta, convierte al Carnaval panameño como el único en su especie en la región de América Latina y tal vez el mundo.