El contrasentido del ‘velo de la ignorancia’

Actualizado
  • 14/04/2024 00:00
Creado
  • 13/04/2024 11:32
El filósofo estadounidense John Rawls propone el diálogo desde la tabula rasa, es decir, sin ninguna preconcepción social, económica, política, étnica o de otro tipo. Lo hace, además, desde la idea de una ‘sociedad bien ordenada’. ¿Es posible lo primero? ¿Se ajusta lo segundo a la realidad panameña?

Ni siquiera haré el esfuerzo por precisar cuántas maniobras ha utilizado el expresidente Ricardo Martinelli (2009-2014) en su largo bregar judicial. Basta decir que ha transcurrido casi una década desde que terminó su mandato, y que durante todo este tiempo el país no ha hecho sino padecerlo.

Si recurro a la anécdota es porque, si hemos de comentar sobre la ética de John Rawls, necesariamente tendremos que detenernos en su idea de la “sociedad bien ordenada”. Para Rawls, una sociedad bien ordenada es aquella “efectivamente regulada por una concepción pública de la justicia”, es decir, una en donde cada miembro acepta y tiene la misma concepción política de la justicia. Esta concepción y aceptación se fundamenta en la creencia de que las principales instituciones políticas y sociales satisfacen los principios de justicia, lo que quiere decir que estamos frente a la idea de una sociedad con instituciones fuertes, en la que cada una cumple el papel que se espera de ellas, con el objetivo último de procurar justicia.

“Así pues, en una sociedad bien ordenada, la concepción pública de la justicia proporciona un punto de vista mutuamente reconocido, desde el que los ciudadanos pueden arbitrar sus exigencias de derecho político a las instituciones, o lo que cada cual reclame al otro”, plantea el filósofo en su obra La justicia como equidad. Si bien el propio Rawls reconoce, a párrafo seguido, que esta idea de sociedad bien ordenada es una “considerable idealización”, apuesta por ella como una forma de consecución de justicia que, además, descansa sobre otra idea: la de la estructura básica justa, entendida como “el marco social de trasfondo en cuyo seno tienen lugar las actividades de las asociaciones y los individuos”.

Dicho de forma concisa, Rawls plantea hasta aquí dos ideas fundamentales: la de una sociedad bien ordenada que descansa sobre instituciones políticas y sociales que satisfacen los principios de justicia; y la de una estructura básica que provee lo que Adela Cortina llamaría los mínimos para la vida.

Con estas premisas, Rawls propone entonces otra idea, la de la posición original, como mecanismo para lograr la cooperación de la sociedad. La cooperación, a su vez, se logra mediante el acuerdo o el diálogo sostenido en condiciones equitativas entre personas libres e iguales. Pero si ya la propia idea de la sociedad bien ordenada e incluso la de la estructura básica parecen exóticas para la sociedad panameña -remito a la anécdota inicial del texto, que presenta de forma breve la incapacidad de las instituciones de justicia del país; no hablemos del problema de la desigualdad social vigente-, la posición original resulta ingenua porque Rawls propone el llamado “velo de la ignorancia”, es decir, la pretensión de que los participantes de los diálogos lleguen en una condición de tabula rasa, sin ninguna pre-concepción social, económica, política, étnica o de otro tipo.

¿Cuál es el problema con esto? Que es, sencillamente, imposible. Por más esfuerzos que un individuo realice para llegar a un espacio de diálogo con las mejores intenciones de lograr un acuerdo; por más que intente una posición ecuánime y desapasionada, los seres humanos aprendemos desde el primer día que llegamos al mundo y desde distintas concepciones epistemológicas. Esto implica, en el caso particular de las mujeres, por ejemplo, que aprendemos el mundo desde la mirada del ser mujer. Lo mismo ocurre con la circunstancia social que marcó nuestro nacimiento: no es lo mismo nacer en Wargandi que en Costa del Este, Samaria o Palmas Bellas.

La pretensión del velo de la ignorancia implicaría un dejar de ser, una imposibilidad porque somos y llevamos acumulada una determinada cantidad de existencia y experiencia. Dicho esto, tal vez valdría la pena introducir aquí un elemento del debate Apel-Dussel, referente a la razón cínica.

Dussel plantea en Ética del discurso. Ética de la liberación, que el problema con la ética del discurso apeliana -diría que se puede extender a la ética de Habermas y de Rawls-, es que parten del supuesto de sociedades con equidad y libertad. Es decir, que conciben a los individuos con posibilidades de ser libres y participar en igualdad de condiciones. Son concepciones evidentemente liberales e ideales que, en el caso de Latinoamérica, distan mucho de la realidad, porque si tomamos la categoría del Otro planteada por Dussel, es evidente que subsiste una gran cantidad de población que no está en posibilidades reales de participación y de obtención de justicia; ni siquiera de reconocimiento.

Para Dussel, antes de pensar en las posibilidades de acuerdos logrados en un espacio imaginario de diálogo, es imprescindible lograr el reconocimiento del negado, del oprimido; de otra forma, el Otro se enfrenta al cínico y a su razón cínica, que niega al Otro desde el principio.

En este sentido, basta con recordar -en el caso panameño- los varios diálogos realizados en el período post invasión relacionados con la seguridad social, el sistema económico, el proyecto de país. ¿Cuánto de lo acordado se ejecutó? ¿Cuánto ha sido ignorado? En el caso del conflicto generado por la aprobación del contrato con la empresa First Quantum, ¿se impuso la ética discursiva o la negación del Otro? ¿Ha cambiado la situación?

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