Para leer a Mattelart
- 12/11/2025 00:00
Dos estudiosos del lenguaje, Ariel Dorfman y Armand Mattelart escribieron por allá a inicios de la década de los años 70 una frase impensable para la época: “No debe extrañar, por tanto, que cualquiera insinuación sobre el mundo de Disney sea recibida como una afrenta a la moralidad y a la civilización toda”. Se trataba de las primeras ideas con las que se referían al papel de esa empresa a una escala mundial con sus personajes animados y sus productos.
Con el texto los autores iniciaron el estudio del trabajo sobre el comportamiento de una especie de mercado de las imágenes, más bien “creaciones y símbolos”, que habrían de transformarse “en una reserva incuestionable del acervo cultural”, por cuanto que las figuras concebidas eran protagonistas de cambios cotidianos, al meterse “en cada hogar, se cuelgan en cada pared, se abrazan en los plásticos y las almohadas...”.
Se trataba de crear la “gran familia universal Disney” y cuyo ámbito se desplazaba más allá de las fronteras. Esto era el contenido de Para leer al pato Donald, uno de los primeros análisis del contenido de los mensajes insertos en los parlamentos de una fábrica de personajes animados y que llevaban un mensaje aparentemente optimista, pero que implicaba una ideología que tendía a suplantar los valores autóctonos de la audiencia que los consumía.
Mattelart, demógrafo y también abogado, trabajó en la docencia universitaria en Chile, de la mano de la iglesia y se dedicó a conocer sobre el contenido del discurso mediático de las diversas formas masivas de expresión. Desde allí empezó a formular sus propias hipótesis y se dedicó a hacer un estudio profundo del comportamiento de los sistemas de comunicación para dar a conocer la forma en que articulaban sus nexos y se dirigían a una amplia población.
Durante los años 70 produjo una gran cantidad de libros en que analizó el papel de los medios masivos en la política, como instrumento del poder a escala planetaria y se dedicó a reconstruir la historia de las teorías de la comunicación, de las ideas y las estrategias, de la utopía planetaria, de las sociedades de la información y con estas obras construyó un modelo para la comprensión del papel que las grandes corporaciones dan a los aparatos ideológicos.
Al inaugurarse la Facultad de Comunicación Social en la Universidad de Panamá, Mattelart participó en un proyecto de esta institución, avalado por la Unesco para crear una maestría en comunicación en Panamá. El esfuerzo no logró superar la burocracia administrativa y hubo de ser cancelado. Después de varias visitas al país, el académico e investigador debió escuchar sobre la imposibilidad de llevar adelante este programa de postgrado.
Coincidí con él en una conferencia internacional de la Universidad Laval en Quebec, Canadá y se lamentaba que no se hubiera consolidado la iniciativa local y la posibilidad de satisfacer a la población centroamericana con este tipo de formación superior. El trabajo de Mattelart continuó con nuevos títulos aún en las dos primeras décadas del siglo XXI. Allí se destacan Conectando al mundo 1794-2000, La sociedad de la información y La globalización de la vigilancia.
Su defunción el 31 de octubre pasado ha sido lamentada a escala planetaria por el compromiso asumido de estudiar y comprender la dinámica de los modelos de comunicación. Diversas universidades le rindieron homenaje. La Universidad de La Habana reconoció su papel como pionero de la crítica a los medios y la globalización. La editorial Siglo XXI resaltó que era “autor de una vasta obra traducida a varios idiomas”.
Al lamentar su muerte, afirmó el maestro argentino Daniel Prieto Castillo que fue “un intelectual que tanto nos aportó en los caminos de la comunicación, una persona de las que cuando la conoces, es como si hubieras compartido con ella la vida toda. Hombre sencillo, clarísimo en su expresión, para nada vociferador ni dueño de la verdad”. Este es el perfil que mejor se ajusta a quien tanto nos enseñó en sus textos sobre la comunicación.