Actualizado
  • 02/11/2019 00:00
Creado
  • 02/11/2019 00:00
El aire

(A Chuchú Martínez)

Las nueve docenas de apartamentos que circundan el patio del vecindario forman un pequeño mundo de relaciones invisibles y visibles. Asemejan una gran casa densamente habitada por una sola familia. Los secretos se filtran por las celosías. Los conflictos se derraman debajo de las puertas. Los dolores y las alegrías enseñan sus colores como las ropas tendidas en las cuerdas del patio.

El calor es uno de los comunes denominadores. Casi nada puede contra el fogaje los abanicos eléctricos que ronronean como moscardones en la penumbra de cada cuarto. Sólo la pareja que vive en el apartamento 17 posee un aire acondicionado y cada vez que deciden hacer el amor, encienden el viejo aparato que retumba en todo el edificio. Todos saben por qué lo encienden, y aunque las viejas conversen, las muchachas estrujen los trapeadores en el lavadero y los hombres metidos en sus camisetas sudadas restallen los dominós sobre los tableros, algo cambia en la textura del aire. Todos —sin manifestarlo— hacen revolotear la imaginación.

Un día el aire calla su voz herrumbosa. En medio de los ruidos cotidianos reina el silencio. Todos —sin decírselo— abrigan la esperanza de que esta quietud no sea permanente. Pasan los días y semanas. Cada uno quiere acallar ese silencio elevando aún más el sonido de radios y consolas. Hasta que caen en cuenta de que la causa de todo no ha sido la muerte y la derrota de la vida. Sino algo muy diferente. Un aire acondicionado de 10 mil b.t.u. consume más de setenta dólares al mes.

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