
He mirado en sus ojos,
cuando ya se moría, me miraba
serena con sus ojos de loba, y
en una sutil mueca de la ceja al
colmillo me daba permiso
para apagar su ser.
Sus ojos contenían la lluvia de
mis años, sus sueños infinitos,
los bosques que añoré, y ella
detenida, ausente, casi fría,
me preguntaba en silencio después
de tanta vida por qué apagaba el
sueño que no había alcanzado a
tener. Y, por un breve lapso,
me aterró la respuesta, que nunca
realmente podremos responder.
Me dolió como un grito que me
arrancara la vida, ella era
mi calma, mi hogar encendido,
mi guardiana del sol.
Su pelaje de fuego fue la luz
de mis días, su ladrar anunciante
fue el credo de un dios.
Era cierta la risa que
ocultaba su hocico, me miraba
en silencio, se dejaba matar.
Ya su cuerpo no estaba donde
estaba su brío, no brillaba en
su pecho su bravura de amar.
He matado a mi perra para que
no sufriera, la he soltado al
silencio, la he visto partir,
y se ha ido corriendo por el fuego
del alma, me miró desde lejos,
me invitaba a seguir. Y dejó sus
tesoros a la orilla del viento;
una vieja pelota, un pedazo de mar
y aquel hueso secreto que enterró
en la memoria el día que la luna
nos habló en el portal.
Y al fin en la aurora recordó
a su jauría, su memoria rendida
a un mundo de luz, se
inflamó de ternura en un
brinco del alma y, ya libre
del tiempo, remontando su senda,
regresó hacia mí.
Tomado del libro El espasmo y
la quietud (Arcana editores, 2019).
Poema 8
Puede que la noche, como
tantas otras cosas, se pierda
en el océano de mi alma de sufí.
Y que los días negros, cual llamas
arcillosas, extraviadas gaviotas
de un mar indolente, vuelvan a la
noche a llorar sus esteros de astros
perdidos y barcos de papel. Mil veces
he partido a conquistar el silencio,
la sorpresa cautiva de una bala otoñal,
en la ruta que parte de la mano al
delirio, de otros tantos caminos que
me llevaron a amar. He vuelto a morir
en mi viaje de selvas, he vuelto
cansado de una tierra sin sol, he visto
señales de fuego en el alba, delfines
nadando hacia un mar interior.
He visto a mi alma soñar la partida,
la guerra olvidada y el fuego en la voz.
Y hoy remonto el camino que conduce
a mí mismo, al claustro paterno, al rastro
de ayer, encontrando que el río se ha
secado en mi ausencia, a pesar de que
en la herida no cesó de llover.
Tomado del libro El espasmo y
la quietud (Arcana editores, 2019).

Autor
Gorka Lasa
Escritor, poeta, artista visual
Panamá, 1972. Ha publicado más de seis libros de poesía y cuento, y forma parte de numerosas antologías, selecciones literarias y volúmenes colectivos.
Estudió psicología, con posteriores estudios de simbología, mitología, misticismo y creación literaria. Su trabajo figura en publicaciones internacionales y páginas especializadas de internet.
Su obra ha sido traducida al inglés, francés, portugués, rumano y ruso.
Ha sido jurado en certámenes poéticos, recibido premios, reconocimientos e invitado a representar a Panamá en festivales poéticos y congresos literarios internacionales. Para conocer más del autor y de su obra, te invitamos a visitar su página en la red: www.gorkalasa.com
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