Una mujer en constante movimiento

Actualizado
  • 19/07/2009 02:00
Creado
  • 19/07/2009 02:00
Conversar con ella no es fácil. Aunque suele ser muy accesible y su oficina y su número telefónico están a disposición de quien los nece...

Conversar con ella no es fácil. Aunque suele ser muy accesible y su oficina y su número telefónico están a disposición de quien los necesite, quienes la conocen saben que lograr sentarse a hablar con ella durante una hora, sin interrupciones, puede ser una labor titánica. La fuerza de su personalidad, la dedicación por su trabajo y su obsesión por la eficiencia, hacen de la embajadora de Colombia en Panamá, Gina Benedetti, una mujer en constante movimiento.

Apasionada, leal, sencilla, comprometida y con un carácter muy fuerte, es una mujer a la que le gustan los retos “con objetivos realizables”, como suele aclarar. Lleva siete años en su cargo, tres más de los que acostumbran durar los embajadores colombianos en cualquier país. La conocen empresarios, diplomáticos y funcionarios de tres gobiernos, para quienes no ha pasado inadvertida. Su dinamismo, su calidez, y la facilidad con la que se relaciona con quienes la rodean, sin importar su origen o condición, la han convertido en una de las embajadoras más queridas dentro del cuerpo diplomático y entre los más de 100 mil colombianos que se calcula viven en el país.

Llegó en 2002, cuando se iniciaba el gobierno de Álvaro Uribe. Había sido coordinadora de su campaña en Bolívar, el departamento de la costa Caribe colombiana donde nació. Cuando el ya elegido presidente le preguntó qué quería hacer en su gobierno, ella no lo dudó ni un instante: embajadora en Panamá. “Los Benedetti de Panamá y de Colombia tenemos raíces comunes”, dice la embajadora, rodeada de tres de sus nietos y dos perros que revolotean en el patio de su casa en el tradicional Obarrio. “En el año 97 nos reunimos las dos familias y me di cuenta de que panameños y cartageneros teníamos muchas cosas en común. Ambos somos Caribes y tenemos un estilo de vida muy similar, nos une una misma historia, tenemos apellidos comunes? Yo aquí me siento como en mi casa”, agrega. Y quienes la conocen saben qué es cierto. Se mueve dentro de los distintos círculos panameños como pez en el agua. No hay acto social o empresarial al que no esté invitada y asiste prácticamente a todos, aunque sea unos minutos. No es raro verla los viernes llegar corriendo, vestida de cocktail, a abordar el último vuelo hacia Cartagena para ir a visitar a su marido, Ricardo Vélez, su compañero y cómplice de mil batallas.

“Yo sabía que Richard (como le dice cariñosamente) no podía venir conmigo porque no podía dejar su bufete de abogado fácilmente. Pero a él le gusta que la mujer se desarrolle humana y profesionalmente. Somos una pareja en la que cada uno tiene su espacio y compartimos uno común. Nuestra relación siempre ha estado basada en la confianza, el amor, la solidaridad y el apoyo mutuo”, asegura después de 34 años de matrimonio. Cuando se casó, a los 17 años, Gina acababa de terminar la escuela secundaria. A la universidad llegó con dos hijos todavía de pañales, Ricardo y Ernesto. Cuando se graduó de administración de empresas, entró a trabajar a la Aeronáutica Civil colombiana, de la cual Álvaro Uribe era director. Desde entonces, tuvo la convicción de que él llegaría a ser presidente. “Me impresionó que siendo de la misma generación nuestra tuviera tantas inquietudes políticas, un compromiso tan fuerte con el país y un propósito claro de ser presidente de la República”, recuerda. “Me llamó la atención su capacidad de liderazgo y entrega al trabajo”.

Aunque siempre sintió inclinación por lo público, la mayoría de su carrera la realizó en el sector financiero, donde trabajó 18 años. El reconocimiento que mereció su gestión como gerente de una importante sucursal bancaria en Cartagena, hizo que su nombre saltara a la palestra cuando el presidente Andrés Pastrana tuvo que sustituir el alcalde electo de Cartagena por uno nombrado por el gobierno. Durante un año se hizo cargo de los destinos de su ciudad, en una compleja coyuntura. “Los tres alcaldes que me antecedieron habían tenido líos legales. Era un reto difícil en el que había que lograr en un año hacer algo que trascendiera en una ciudad llena de problemas y sin plata”, señala. Trabajó sin descanso y en su administración logró reorganizar financieramente la ciudad, tarea que parecía imposible, pero para la cual su experiencia como banquera fue fundamental.

Después vino la campaña de Uribe y con su llegada al gobierno, la Embajada. Estos siete años han sido llenos de satisfacciones para Gina Benedetti. Son innumerables las delegaciones de colombianos y panameños que han cruzado la frontera de su mano, en travesías de negocios, diplomáticas, de gobierno o simplemente de turismo. “Cuando llegué a la Embajada me di cuenta de que a pesar de haber sido un solo país y de estar tan cerca, Panamá y Colombia se conocían muy poco. Por eso me he empeñado en que nos acerquemos más, a todos los niveles”, dice con la satisfacción de haber logrado buena parte de su cometido. Su mayor preocupación ha sido evitar que se les exija visa a los colombianos para entrar a Panamá. “Somos como hermanos. No quisiera que se tomara una medida como esa y menos siendo yo embajadora”, agrega. Momentos gratos ha tenido muchos, pero quizás el que más la ha emocionado es la ovación que recibió hace unos meses en APEDE cuando presentó al Presidente Uribe. “En ese momento sentí todo el afecto de los panameños y el agradecimiento a mi trabajo”, recuerda con una sonrisa de satisfacción.

El desafío familiar

En su vida, sin embargo, no todo ha sido fácil. Los problemas de salud han sido su talón de Aquiles. Ricardo ha tenido varias operaciones de corazón y ella tuvo un tumor en el cerebro. “En esos momentos tan difíciles fue muy importante el apoyo de los amigos panameños. Nos ayudaron mucho a Richard y a mí a seguir adelante en medio de las dificultades”, dice mientras trata de organizarles el programa a tres de sus nietos que llegaron de Cartagena para pasar vacaciones con ella: Isabella de 12 años, Violeta de 8 y Santiago de 4. El cuarto nieto, Pablo de 7 años, se fue para Bogotá con sus otros abuelos.

Con facciones coquetas y muy vivaces, como su abuela, Isabella y Violeta entran y salen mil veces de la zona de las recámaras, buscando aprobación para la ropa que han decidido ponerse para las fotos. “¿Puedo salir con esta falda?”, pregunta Isabella, mientras se pasea en patines por toda la casa. Violeta, inconforme con su peinado, quiere dejar las fotos para otro día. Finalmente accede a ser fotografiada, pero con su perro Vitorino, un Shitzu de 2 años y medio que trajo de Cartagena junto con Zeus, el Yorkshire de su prima Isabella.

“A mis nietos les encanta venir a Panamá”, asegura la embajadora e Isabella lo corrobora. “El Canal me parece lo máximo. Vengo muchísimo. Vamos a cine, a jugar bolos? ¡La pasamos full chévere!, dice sin parar de patinar. Vital y con una simpatía desbordante, como la abuela, Isabella quiere seguir la trayectoria de su familia. Ya vivió tres años en Suiza, donde su papá también fue diplomático y no duda al afirmar “me gustaría ser como mi abuela?trabajar tanto como ella y viajar mucho”. “Mis nietas son como yo”, asegura con orgullo la embajadora. “De carácter fuerte y saben qué es lo que quieren”.

De Colombia, lo que la embajadora más extraña es su familia. “Sin embargo, el trabajo y la vida acá me llenan muchísimo y como me vienen a visitar con frecuencia, nunca me he sentido sola”, afirma sin nostalgia. Poseedora de una desbordante alegría, propia de los nacidos en el Caribe, Gina reconoce que es una mujer que llora poco. “Lloré cuando se murió mi padre, hace 12 años. A lo que más miedo le tengo es a la muerte de alguien a quien quiero, no a la mía. Creo que he hecho mucho de lo que quería hacer, así que no le tengo miedo a morirme”, asegura con una gran certeza.

Por lo pronto, está concentrada en los preparativos para la celebración, este 20 de julio, de un año más de la independencia de Colombia. El año entrante, cuando se cumpla el bicentenario, la embajadora espera seguir en Panamá. “No sé que voy a hacer cuando deje la embajada. No me gusta anticiparme al futuro. Lo que si tengo claro es que sólo visualizo mi vida entre Panamá y Colombia”. Así de grande es su arraigo por esta tierra a la que se ha entregado con tal pasión que en una ocasión un reconocido personaje panameño no dudó en afirmar “si llegan a quitar a Gina de embajadora de Colombia en Panamá, nosotros la nombramos embajadora de Panamá en Colombia”.

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