Túnez, piedras y revolución

Actualizado
  • 21/08/2011 02:00
Creado
  • 21/08/2011 02:00
‘ Ricky, asómate por la ventana que creo que está pasando algo’.. La voz de Lídia, mi compañera de trabajo, me sacó repentinamente del ...

‘ Ricky, asómate por la ventana que creo que está pasando algo’.

La voz de Lídia, mi compañera de trabajo, me sacó repentinamente del mundo virtual en el que me encontraba. De mala gana, y sin levantar la mirada de la pantalla, murmuré algo ininteligible, e intenté seguir en el cibermundo por un rato más. Hasta que los ruidos de pitos policiales y cánticos de manifestantes me recordaron que estaba en la ciudad de Túnez.

Apurado, recogí mi laptop. Lídia ya preparaba las cámaras y se colgaba el pase de prensa al cuello. Al salir del edificio —la Agencia Tunecina de Comunicación Exterior, en pleno centro de la ciudad— vimos como el caos urbano y político confluían en medio de los 38 grados que hacían hervir el asfalto y a nosotros maldecir a todos los dioses, propios y extraños. Estábamos en la recientemente nombrada ‘Plaza del 14 de Enero de 2011’, y frente a nosotros, por la avenida Habib Bourghiba, venía bajando una inmensa y ruidosa manifestación. A la vez, la policía anti-disturbios formaba filas en el sitio donde la Bourghiba se encontraba con la avenida Mohamed V, otra de las arterias de la ciudad que convergen en la plaza. La idea era desviar a los manifestantes por ésta última avenida e impedir que penetraran aún más en el centro de la ciudad.

LA GÉNESIS DE UNA REVOLUCIÓN

Mientras intentábamos averiguar qué pasaba —lo primero y más difícil en este tipo de situaciones— no pude evitar pensar en el curioso arreglo de nombres de éstas avenidas tunecinas. Mohamed V fue el primer rey de Marruecos después de la independencia, en 1956. Ese mismo año obtuvo también su independencia Túnez, cuyo pasado colonial guarda similitudes con el marroquí. Habib Bourghiba, por su parte, fue el primer presidente de la república tunecina, y es considerado algo así como el padre del Túnez moderno. Bourghiba, una especie de Atatürk tunecino, luchó fortísimamente por secularización de la sociedad e hizo de los derechos de las mujeres su cruzada personal. A su muerte, en 1987, Bourghiba fue sucedido por Zine El Abidine Ben Alí, quien convirtió a Túnez en su finca personal y en uno de los países más corruptos y desiguales del mundo. Una revuelta popular, iniciada en diciembre por un jóven que se autoinmoló en el interior del país, terminó por forzar su salida del poder—y de Túnez—el 14 de enero de 2011. De ahí el nombre de la gran plaza. Pocas ciudades pueden resumir tanta historia en tan poco pavimento.

La manifestación llegó a la plaza pero optó por girar a la derecha y evitar el enfrentamiento con la policía. El peligro parecía haberse disipado, pero algo seguía oliendo raro. Literalmente, pues al bajar por la avenida Bourghiba —adornada con tanques y alambre de púas desde hace ocho meses— notamos el inconfundible olor del gas lacrimógeno. La concentración era baja, pero era obvio que allí había ocurrido algo. A medida que avanzábamos, notábamos más y más gente con la cara cubierta y los ojos enrojecidos. El ambiente se empezaba a caldear, y la tensión se podía respirar. En eso, un policía pasó cerca de nosotros y pudimos preguntarle, en francés, qué era lo que estaba pasando. ‘No pasa nada, no hay ningún problema’, respondió, casi sin detenerse, y salió disparado.

Definitivamente, algo estaba pasando. Los policías cerraban filas mientras la gente revoloteaba a su alrededor. Una mujer caminó hacia las filas policiales gritando en árabe, aumentando aún más la tensión. Cerca de ahí, un par de hombres mostraban las latas de gas que habían sido arrojadas. Los polícias—símbolos del régimen de Ben Alí y odiados por casi todos los tunecinos—se estaban poniendo nerviosos, y empezaron a empujar a la gente y pedirles que se fueran. Nosotros, cámaras y pases de prensa al aire, decidimos obedecer. Hay cosas que merecen la pena y cosas que no.

Pero todo lo anterior había sido sólo un aperitivo de lo que siguió a continuación. A sólo 50 metros, donde la Bourghiba se encuentra con la avenida de Roma, la policía se enfrentaba a pedrada limpia con un ejército de manifestantes. Lídia ya había empezado a fotografiar a los policías en acción cuando uno se le acercó. ‘¿Qué haces?’, le preguntó.

—‘Soy periodista’, respondió ella.

—‘¿Periodista? ¡Pues entonces toma fotos también para allá!’, respondió el policía, girándola con sus propias manos hacia el lugar de donde venían las piedras, de todos los tamaños y a todas las velocidades.

Nuestra primera reacción fue correr hacia una esquina, donde otros miembros de la prensa se resguardaban. Las piedras seguían lloviendo, y los policías—uniformados y civiles—se subieron a una camioneta blanca para cargar contra la línea de manifestantes. Algunos llevaban en la mano lanzadores de gas lacrimógeno, que en algunos casos pueden tener un escalofriante parecidos con armas más letales.

Mientras Lídia grababa, aproveché para asomarme por la esquina y tomar unas fotos. Justo en ese momento, un par hombres entraron a toda velocidad en un local a escasos cinco metros de mi posición. En cuestión de segundos, un grupo de policías entró, los sacó, los arrojó encima de los escombros, y empezó a golpearlos con puños, piernas, palos y lo que hubiera a mano. Violencia descontrolada, alimentada por frustraciones que nada tenían que ver con unos u otros. Entre los gritos de hombres y mujeres y las piedras volando alcancé a voltearme, y en ese momento reparé en que detrás de nosotros había un grupo de personas —casi todas mujeres y niños— con cara angustiada y gesto desesperado. Tunecinos normales y corrientes, gente que salió a hacer sus compras, visitar amigos o familiares o simplemente pasear por la ciudad y que ahora se encontraba en medio de una guerra campal.

Uno de los policías pareció leerme la mente, y corrió a ayudar a cruzar la calle a una mujer y una niña que, aterradas, se escondían contra la vitrina de un local. Poco después, la carga policial pareció surtir efecto, y Lídia y yo aprovechamos para cruzar, sólo para descubrir que la próxima esquina era el nuevo campo de batalla. O quizá lo había sido siempre, ya que lo que normalmente eran puestos de venta ahora eran barricadas improvisadas. La situación aquí era mucho más complicada pues nos encontrabamos en el medio de ambos bandos, y las piedras llovían por todos lados. En eso, la policía volvió a cargar y una sensación de pánico me invadió al sentir la avalancha humana que venía en mi dirección.

Decidí quedarme quieto—las personas actuando en grupo y en pánico no suelen ser los seres más inteligentes—y la cosa se calmó. Hartos, decidimos regresar por donde habíamos venido y girar a la derecha, el lado opuesto de donde nos habían llovido las piedras. El olor y el malestar del gas lacrimógeno seguían omnipresentes, y aún tuvimos que aguantar un par de avalanchas más. Pero al llegar a las oficinas de Il Corriere di Tunisi, el único diario en italiano del país, los colegas que nos recibieron no parecían especialmente preocupados por los enfrentamientos. Bienvenidos a Túnez, parecían pensar, mientras nos miraban.

POR RUMBOS INCIERTOS

¿Y porqué protestaban los manifestantes de la Mohamed V y los tirapiedras de la avenida de Roma y alrededores? Decidí dejar la respuesta para el final a propósito. Protestaban por la independencia del Órgano Judicial del país, que todos los tunecinos ven como corrupto. Pero lo cierto es que no importa. Túnez es un país en plena transición política. Una transición que, honestamente, nadie tiene idea como terminará por varias razones.

Primero, la historia de Túnez sólo se puede resumir con la palabra diversidad. Siendo uno de los puntos más estratégicos del Mediterráneo, ésta península ha sido dominada por bereberes, fenicios, cartaginenses, romanos, vándalos, árabes, bizantinos, turcos otomanos y franceses antes de ser una república independiente. La obsesión de Bourghiba con Occidente se tradujo en una supresión casi enfermiza de la influencia del Islam en la sociedad. Pero el Islam resultó ser un enemigo formidable, y la corrupción y decadencia de Ben Alí certificaron—a ojos tunecinos—el fracaso del ‘modelo Bourghiba’. Por consiguiente, Túnez es una sociedad capaz de producir desde radicales de izquierda hasta extremistas islámicos. Partidos como Al Nahda—de plataforma islamista—hoy lucen más fuertes que nunca cuando hace sólo 10 meses estaban prohibidos. A la vez, grupos anarquistas y anti-globalización planifican convenciones en las calles de la ciudad.

El cómo un país acostumbrado a la mano dura va a lograr satisfacer las demandas de grupos opuestos es quizá la gran incógnita a la que se enfrenta el país. Si la historia es guía, Túnez podría mirarse en el espejo de Turquía, en donde el partido islamista AKP se ha convertido en el contrapeso al rabioso secularismo kemalista y ha logrado devolver el balance a esa sociedad. Pero el éxito del ‘modelo turco’ aquí dependerá de cuánto estén dispuestos a ceder unos y otros en las elecciones del 23 de octubre, de dónde saldrá la comisión encargada de redactar la nueva Constitución.

Finalmente, la ‘revolución’ de enero no lo fue tanto. Si bien el presidente tuvo que salir corriendo hacia Arabia Saudita, lo cierto es que la élite que controlaba el país sigue en el poder, y hoy todos los tunecinos ven con impotencia como los ladrones más grandes del país siguen libres sin ser llevados ante la justicia. De ahí la rabia y la frustración del que siente que le robaron su revolución. Y los jazmines se convierten en piedras, y pasa lo que pasa.

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