Óscar Wilde, el hombre de gloria y ruina

Actualizado
  • 15/10/2019 00:00
Creado
  • 15/10/2019 00:00
El afamado escritor irlandés fue una de las figuras más emblemáticas del escenario artístico inglés en la época victoriana, pero el giro trágico de su vida volvió su historia un hoyo de ruina e indiferencia

“La vida nunca es justa…, y quizás sea bueno para la mayoría de nosotros que no lo sea”, es la cita con la que Óscar Wilde, escritor reconocido mundialmente, se identificaba tras haber sufrido una serie de eventos desafortunados en su vida. El hombre que cautivó a Irlanda y a casi todo el mundo con versos y esperanzas plasmadas en papel en el siglo XIX, es ahora el referente de una vida dedicada al amor, al arte y a la propia voluntad. Hoy damos un repaso a la vida de este escritor, que el 16 de octubre cumpliría 165 años de haber nacido.

El 'caballero' de la época victoriana, Óscar Fingal O'Flahertie Wills Wilde, fue un joven nacido el 16 de octubre de 1854, en el seno de una familia adinerada en Dublín, Irlanda, de padres profesionales en las ciencias médicas y la literatura, con un hermano y una hermana que falleció a temprana edad. Su padre, Sir William Wilde, fue el mejor cirujano de Irlanda, mientras que su madre, Jane Agnes Elgee, fue una poeta revolucionaria y una autoridad en el folclor celta.

Experto esteticista, estudiante sobresaliente, detallista en sus escritos y apasionado con su vestimenta, Wilde reflejó el estilo de vida de la alta sociedad, pero su actitud y carácter fueron moldeados por el dandismo y los conocimientos griegos, de los cuales extrajo la importancia del individualismo; además, por su notable poema Ravenna fue galardonado con el Premio Newdigate en 1878.

En 1879 escribió su primer poemario titulado 'Poemas', que lo lanzó a la fama, siendo el objetivo de muchas críticas positivas y negativas que lo ensalzaron y dieron vistosidad a su nombre en la sociedad inglesa. Luego de esto, Wilde fue contratado para revitalizar la revista Woman's World, donde trabajó por dos años siendo el portavoz más reconocido del movimiento estético de Inglaterra en las décadas de 1880 y 1890 y “una celebridad en su propia época”, como reseña su página web.

A pesar de las disputas que se levantaban en cuanto a su trabajo literario, en 1882 realizó una gira por Canadá y Estados Unidos, donde impartió conferencias acerca del esteticismo y la importancia de amar el arte y la belleza, recibiendo gran cobertura mediática.

En 1888, Wilde y Constance Lloyd contrajeron matrimonio, y tuvieron dos hijos: Cyril y Vyvyan. Sin embargo, dos años después nació la obra que haría su nombre brillar en su época y la nuestra, una historia de crimen y castigo, pasión y corrupción de la juventud, una crítica a todo con lo que Wilde luchaba, llamada El Retrato de Dorian Gray. En ella, Wilde escribió un poco de sí mismo y de sus inclinaciones morales, relatando la vida de un joven adinerado y apuesto, consciente de que sus riquezas y belleza se extinguirían, que “vende” su alma y comienza a llevar una vida despreocupada y agresiva hacia su entorno, mientras que su físico no se veía alterado y un retrato de su rostro le iba mostrando las consecuencias de sus actos.

Wilde aumentó su fama con obras como “El Fantasma de Canterville”, “El príncipe feliz y otros cuentos”, “La importancia de ser serio”, “El gigante egoísta”, “Una mujer sin importancia” y “La balada de la cárcel de Reading Gaol”. Así, logró posicionarse como uno de los artistas más aclamados en la época de la reina Victoria, siendo el invitado más codiciado en las cenas de la crema y nata social por sus versos, su extravagancia y su gracia al hablar de artes, moda y filosofía. “He puesto todo mi ingenio en mi vida y solo mi talento en mis obras”, expresó él mismo sobre su éxito.

“Fue en 1891 cuando coincidí con él por primera vez. Wilde poseía entonces lo que Thackeray llama 'el don fundamental de los grandes hombres': el éxito. Su ademán, su mirada exaltaban. Su éxito era tan seguro que parecía preceder a Wilde y que este no tenía sino que ir avanzando tras él. Sus obras teatrales hacían correr a todo Londres. Era rico; era grande; era hermoso; estaba colmado de dichas y de honores. Unos lo comparaban con un Baco asiático; otros, con algún emperador romano, y otros aun con el mismo Apolo… y la verdad es que resplandecía”, así describió el escritor francés galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1947, André Gide, su primer encuentro con Wilde en una cena íntima con dos personas más, en una visita del irlandés en París.

No fue una sorpresa que en 1891, unos pocos meses después de la distribución de El Retrato de Dorian Gray, un joven aristócrata llamado Lord Alfred Douglas conociera a Wilde y se volviera un cercano amigo del escritor. El romance que se desarrolló entre ambos fue casi inmediato, de índole tóxico y muy inestable, pero para un Wilde ciego de amor y un Douglas mimado y avaricioso, la relación a escondidas funcionó bien hasta que el padre del joven, el marqués de Queensberry, halló que las fronteras de ambos sobrepasaba la “amistad”. Tras una denuncia por “grave indecencia”, el marqués envió a Wilde a un juicio, alegando actitudes homosexuales del escritor hacia su hijo, a lo que el irlandés refutó con una acusación de difamación que no funcionó, sino más bien selló su destino a la prisión de Reading Gaol, bajo la condena de dos años de trabajo forzado y reclusión en solitario.

En la prisión, Wilde solo podía salir al patio una hora al día, debía caminar en círculos con los demás prisioneros y no podía comunicarse con ellos ni nadie del exterior. La estancia en Reading Gaol quebró su voluntad y esperanzas, solo podía leer la obra Inferno del italiano Dante Alighieri y la comparaba con su celda.

Su reputación fue manchada permanentemente, su esposa Constance lo visitó en la cárcel solo una vez para anunciarle la muerte de su suegra y tramitó el divorcio junto con la custodia de sus hijos a través de un abogado, se mudó a Suiza y cambió su apellido al de “Holland”. Wilde, llamado “el grandioso”, era mencionado entonces como “el indecente”, estaba arruinado económicamente y en su moral, vagó por Europa tras su exilio de Inglaterra, a la edad de 46 años y cambió su nombre al de Sébastien Melmoth.

Vale la pena destacar la obra de Javier Isusi, La Divina Comedia de Oscar Wilde (Astiberri, España-2019), que plasma los últimos años del escritor irlandés y una narrativa creativa e imaginativa a lo que pudo haber pasado por la mente de Wilde, siendo un ejemplo de que “su vida es el drama perfecto de quien ha alcanzado todo lo que el mundo puede ofrecerle para luego perderlo de golpe”, según reseña Isusi.

“Quien nunca comió su pan en dolor, ni se pasó, llorando y esperando la tardía mañana, las horas de la noche, ese os desconoce, potencias celestes”, escribió Wilde en su última carta 'De Profundis', durante su encarcelamiento, dirigida a Lord Alfred “Bosie” Douglas. En ella relataba sus penas y su interpretación de todos los hechos que lo habían llevado a ese fúnebre lugar, las calumnias de una sociedad que lo amó, odió, alabó, enterró, y de la cual nunca se recuperó.

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