• 21/06/2020 00:00

Verdad verdadera

Las nuevas generaciones no soportan la verdad y arrancan las hojas de los libros que no encajen con su cuento de hadas...

Hay una viñeta que ha circulado últimamente hasta el hastío, esa de que un seis y un nueve pueden ser lo mismo dependiendo de qué lado del dibujo estás. Pero el hecho es que un seis y un nueve son cosas muy distintas. Y si no, pregunten a alguien que cobra 600 dólares a ver si no quisiera cobrar 900, que total, le dirá el jefe, vaya tontería que dices de que quieres un aumento, si desde donde yo lo miro es exactamente lo que estás cobrando.

Lo cierto es que si los ilustrados levantasen la cabeza se volvían a morir todos del susto. Nos estamos convirtiendo en el súmmum de la estulticia. Confundimos opinión con creencia, razón con victoria en las urnas y número con lógica. Y asociamos la fe a la voz de Dios en nuestra cabeza. O a la ausencia de ella.

Las redes sociales y los medios de comunicación alientan la locura colectiva y todos nos creemos Napoleón. ¡Huy! Por todos los dioses, (incluso por aquellos que no son albocisheteropatriarcales), qué error acabo de cometer, perdón, que me he referido a un señor blanco que quiso (y casi, casi lo consigue) fundar un imperio. Digamos que todos nos creemos Mansong Diarra.

Hace tiempo lo vengo avisando, hemos entrado en una espiral de agilipollamiento absurdo. Las masas son catervas de ovejas que siguen al cabrón que más berrea. Si hay que pelear se pelea, sin pararse a pensar porqué, a razón de qué, el incendio se propaga sin que alguien sea capaz de levantar la cabeza y pararse a olfatear para ver si hay razones reales para atacar, reventarle la cabeza a alguien, saquear comercios, destruir propiedad privada o tumbar una estatua. ¿De quién? ¡Qué mierda importa!

La cosa nunca será apelar a la razón y meditar, la cosa siempre es invocar los bajos instintos y dejar aflorar la violencia. Que la plebe se entretenga soltando vapor y rompiendo cosas, como los niños malcriados en los supermercados. Como los niños a los que los papás no supieron ponerles límites y ahora no saben jugar sin lanzar objetos y gritar desaforadamente.

Y ese es el problema, los padres lo hemos hecho muy mal. Estoy convencida. Hemos criado seres egocéntricos y egoístas, estúpidos que se creen el ombligo de la bolita del mundo. Entes que no saben de historia, de filosofía, de pensamiento, de historia de las religiones. Ni de ética.

Niñatos que solo saben que el cielo no es el límite, que si gritas lo suficientemente fuerte te dan lo que quieres, que cuando te lo dan, si ya no lo quieres, puedes romperlo y te comprarán otro más grande.

Las nuevas generaciones ni siquiera se parecen a aquellas de las que se quejaron los antiguos, puesto que aquellas, por lo menos sabían que había cosas inamovibles, como la muerte y los impuestos. Hoy en día, según ellos, la muerte no tiene derecho a tocar a su puerta y los impuestos son una entelequia injusta que los malvados capitalistas, sean ellos quienes fueran, han inventado para evitar que los niñitos puedan cumplir sus sueños de vivir sin trabajar. O para que otros trabajen y a ellos les paguen un estipendio por no hacerlo. Porque su destino es cambiar el mundo.

Las nuevas generaciones no soportan la verdad y arrancan las hojas de los libros que no encajen con su cuento de hadas para inventar una historia alternativa a la medida de sus sueños de opio. Huy, hadas, perdón, hadxs del color correcto, políticamente correctas y que solo cumplirán los deseos de los políticamente correctos. Alea iacta est.

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