'Hodie Caelum et Terram certatim'

Actualizado
  • 04/08/2020 00:00
Creado
  • 04/08/2020 00:00
“Hodie Caelum et Terram certatim” ('hoy el cielo y la tierra compiten'), exclamó el virrey Antonio Portocarrero de la Vega, conde de la Monclova al tiempo que batía palmas cuando culminó la presentación de “La púrpura de la rosa”, la primera ópera escrita y representada en el continente americano –en Lima, la Ciudad de los Reyes– el 19 de octubre de 1701 conmemorando así el primer año de reinado y décimo octavo natalicio de Felipe V.

“Hodie Caelum et Terram certatim” ('hoy el cielo y la tierra compiten'), exclamó el virrey Antonio Portocarrero de la Vega, conde de la Monclova al tiempo que batía palmas cuando culminó la presentación de “La púrpura de la rosa”, la primera ópera escrita y representada en el continente americano –en Lima, la Ciudad de los Reyes– el 19 de octubre de 1701 conmemorando así el primer año de reinado y décimo octavo natalicio de Felipe V. En la América española la música se cultivó con similar importancia a la metrópoli, los libros publicados en Sevilla llegaban a ciudades de difícil acceso, después de atravesar el istmo de Panamá y seguir viaje a Lima, desde donde se distribuían a regiones tan dispares como Quito, Cuzco, Potosí o Buenos Aires.

Entre los siglos XVI y XVIII los principales centros musicales de América estaban ubicados en la catedral de México (amén de Puebla, Oaxaca y Morelia), la catedral de Guatemala, Santiago de Cuba y La Habana, la catedral de Santa Fe de Bogotá, la catedral de Caracas, la catedral de Quito y, particularmente, en el Virreinato del Perú (Lima y Cuzco). En estos centros se creaba, se reescribía y se reinterpretaba la música europea para el culto, las fiestas religiosas y las procesiones, además de otras actividades musicales destinadas a la adoración divina (S. Claro, 1970), destacándose largamente José de Nebra (1688-1768), considerado en América como la gloria del arte español del siglo XVIII e inspirador de muchos compositores criollos del barroco virreinal (A. Vera, 2014).

Es el caso de Juan de Araujo, maestro de capilla de las catedrales de Lima, Cuzco y La Plata (Sucre), quien vivió en Panamá al terminar sus servicios en Lima (1676) y empezar su comisión en el Cuzco (1678); de Tomás de Torrejón y Velasco, autor de la mentada “La púrpura de la rosa”, maestro de capilla de la catedral de Lima en 1676; y de sus sucesores, el milanés Roque Ceruti, maestro de capilla en 1728 y el criollo peruano José de Orejón y Aparicio, nacido en Huacho, autor de “Mariposa de sus rayos”, discípulo y continuador de Ceruti en 1757 (C. Arróspide, 1949); y de fray Esteban Ponce de León que ofició como maestro de capilla (1750) de la Catedral del Cuzco (A. Vera, 2014).

En el Cuzco precisamente, en el Seminario de San Antonio Abad, fundado en 1598, se estableció la primera escuela del Nuevo Mundo donde, según señalan los historiadores Claro y Vera, se enseñaba sistemáticamente la música polifónica y el uso de instrumentos. Sus instalaciones albergan un riquísimo archivo de manuscritos de música virreinal, tanto religiosa como secular que ha sobrevivido a la acción del tiempo.

La primera constatación importante –señalan los historiadores Arróspide, Claro y Vera– es que el repertorio español y centroeuropeo de fines del siglo XVIII fue conocido en Lima en una fecha muy cercana a su publicación. La música de compositores como Johann Christian Bach, Luigi Boccherini y –más adelante– Joseph Haydn fue importada por comerciantes, como Antonio Helme, y posteriormente cultivada por músicos y aficionados de la Ciudad de los Reyes. Ello conduce a una segunda reflexión, la existencia de un mercado de instrumentos musicales así como de otros artefactos mecánicos –órganos de cilindros y relojes con música– que se importaban y que luego se producían localmente copiándolos. Un estudio comparativo entre los copistas musicales de las catedrales de Lima y Santiago, realizado por Vera, así como datos encontrados en los registros virreinales de aduana, muestran que Lima constituyó un importante foco de irradiación de la música española y centroeuropea. Es decir, como respuesta a la demanda existente se forjó una industria de la copia de partituras.

Las fuentes documentales como las musicales muestran que hacia 1800 se cultivaba en Lima, Santiago y Panamá un repertorio moderno que convivía con piezas compuestas setenta o incluso cien años antes. Una coexistencia entre modernidad y tradición que lleva a Vera a afirmar que una visión lineal y evolucionista de la historia de la música en la América española es engañosa y debe ser revisada, como también ya han apuntado Samuel Claro (1970), Leo Treitler (1989), Jim Samson (2009) y otros.

La liberalización del comercio intercontinental a fines del siglo XVIII, promovida por las reformas de Carlos III y su sucesor, permite a las élites criollas un acceso directo a los bienes culturales centroeuropeos, lo que genera un debilitamiento del papel de España como intermediario. Las sinfonías y sonatas importadas llegaron directamente a Lima como “efectos extranjeros”, es decir, piezas impresas fuera de la metrópoli.

Esta situación permitía a la élite criolla y a su industria local de copistas y artesanos ya no solo igualar, sino superar a Madrid, accediendo directamente a los centros que se habían convertido en los verdaderos referentes en términos musicales. Procesos como este serían –en el plano de las ideas políticas– los que, a la postre, cristalizarían en la independencia y la creación de los modernos estados nacionales latinoamericanos.

Embajador del Perú en Panamá
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