• 14/03/2021 00:00

Libertas

La nueva moda de la cancelación está permeando en nuestra sociedad. Cancelación de libros, de estatuas, de personajes históricos, de cómicas, de actores. La gente lo apoya y lo aplaude

Hace unos días, mientras preparaba una de mis clases, me encontré con una frase de aquellas que cuando las lees sabes que ya las leíste, pero que las habías relegado a lo más profundo de tu memoria, quizá porque lo que dicen te repatea tanto los higadillos que prefieres no pensar que compartes genoma con el tórpido ser que lo dijo, aunque este ser haya sido líder de millones de personas. Esta es una de esas frases.

Cuando en 1920 en el contexto de la revolución rusa los mencheviques les exigieron a los bolcheviques la libertad de criticar, diciendo algo más o menos como esto, “Hey, camaradas bolcheviques, ya que tanto pregonasteis desde antes de la Revolución que estabais a favor de la democracia y la libertad, ahora que habéis llegado al poder, no tendréis ningún problema en permitirnos publicar las críticas que tengamos acerca de vuestras medidas de gobierno, ¿verdad?”. A lo que Lenin les respondió: “Por supuesto, caballeros, tienen ustedes toda la libertad de publicar su crítica, pero entonces ustedes deben ser tan amables de permitirnos la libertad de alinearlos contra la pared y fusilarlos”.

Estoy parafraseando, claro, pero el intercambio fue más o menos de este jaez. Y los millones de represaliados por el padrecito comunismo en la Rusia recién revolucionada dan fe de la libertad de fusilamiento, de silenciamiento en el gulag o de muerte por hambre, porque, también parafraseando al otro padrecito, a Iosif, que se muera un hombre es una tragedia, que se mueran varios millones solo es una estadística.

No se crean que este ejercicio de memoria es en vano, no, viene al caso por el debate en el que está inmersa nuestra sociedad, donde se confunde el culo con las témporas, la gimnasia con la magnesia y la censura con la libertad.

Miren que lo he aullado montones de veces, miren que lo vengo avisando desde hace años, estamos entrando en el campo minado de la censura selectiva y de ese campo nadie sale indemne.

La nueva moda de la cancelación está permeando en nuestra sociedad. Cancelación de libros, de estatuas, de personajes históricos, de cómicas, de actores. La gente lo apoya y lo aplaude.

Cancelamos aquello que no nos gusta, aquello que nos resulta incómodo, lo que nos saca de nuestra zona de confort. Cancelamos y eliminamos actitudes, palabras y géneros lingüísticos porque estamos seguros de que nosotros, los revolucionarios, sí sabemos qué parte de la historia es la correcta, nosotros sí que tenemos claro qué es lo bueno, qué es lo malo y cómo debe comportarse todo el mundo. Si nos hacen caso a nosotros, los gurús que decidimos que una mofeta ofrece un mal ejemplo y que un cuento es una apología de la violación, tendremos un mundo mucho más seguro.

A mí, que tengo el culo descolgado y pelado de vieja mandril, me escaman sobremanera estos planteamientos, estos intentos de cambiar las cosas por las bravas. ¿Quién decide que la libertad está por debajo de la seguridad? ¿Quién determina que la vida debe ser el bien supremo para todos y cada uno de nosotros? ¿Quiénes son ellos para imponer su concepto de corrección social y política?

Pero sobre todo me jode que se les note el tufillo de indiferencia ante la libertad. Todos estamos ofreciendo demasiada libertad en el altar de otras cosas. Estamos sacrificando demasiada libertad en aras de lo políticamente correcto para unos cuantos. Para los que definen lo que les molesta, para los que te contestan ante la queja libertaria lo que Lenin le respondió a Fernando de los Ríos: “¿Libertad para qué?”.

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