Una carrera contrarreloj para salvar los bosques y sus especies

Actualizado
  • 01/07/2020 00:00
Creado
  • 01/07/2020 00:00
Los expertos resaltan la importancia de mantener vivos los bosques nacionales, las áreas verdes protegidas, y los esfuerzos por recuperar aquellos que se han perdido por la actividad humana inconsciente.

Deforestación, tala y quema incontrolada son algunos de los componentes de una receta destinada a la destrucción de los bosques alrededor del mundo, que ya han perdido más de 100 millones de hectáreas desde 1980 a 2000, haciendo desaparecer 42 millones de ellas en Latinoamérica, según el último informe de Plataforma Intergubernamental de Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (Ipbes), publicado el año pasado.

La fauna panameña depende de los árboles para su vivienda, alimentación y seguridad, mientras que la urbanización los desplaza a hábitats desolados.

Con motivo de la conmemoración del Día del Árbol el pasado 28 de junio, la importancia de preservar los bosques se destaca como cada año, sin embargo, el reloj de la naturaleza sigue corriendo y señala que se necesitan acciones más directas y estrictas para la conservación de estos actores esenciales para el desarrollo humano y de la fauna mundial que han sido amenazados desde hace décadas.

Panamá es conocida por su rica biodiversidad, sin embargo, no está exenta de los obstáculos que se presentan frente a la conservación de sus ecosistemas terrestres y marinos, los cuales están interconectados en su desarrollo y necesidades. El calentamiento global ha jugado un papel importante en las altas temperaturas durante el verano, lo que afecta también a los árboles de la selva tropical. Expertos de la Universidad de Leeds y Manchester realizaron un estudio centrado en 600 lugares repartidos por el mundo, y su resultado esclarece que cuando la temperatura es mayor de 32,2º, los árboles se calientan y se secan.

“Este estudio muestra la importancia de proteger los bosques tropicales y de estabilizar el clima de la Tierra”, afirmó Jefferson Hall, co-autor del estudio, recopilado por El Ibérico. Su importancia radica en que cuando un árbol muere, provoca la propagación del dióxido de carbono almacenado en él hacia la atmósfera, ya que al aumentar la temperatura, los poros de los árboles se cierran para ahorrar agua, pero eso provoca que no puedan almacenar más carbono. Según el estudio guiado por el Smithsonian Institute of Tropical Research, los bosques y selvas tropicales contienen el 40% de todo el carbono almacenado en las plantas, sin embargo, cada bosque tiene capacidades diferentes de almacenamiento de carbono.

Un estudio guiado por el director de Iniciativas de Investigación Tropical del Smithsonian, Steve Paton, en Panamá, arrojó que en el año 2019 hubo un total de 32 días con más de 32º. Esto señala el claro aumento de días calurosos, lo que encaja con una investigación anterior que llegó a la conclusión de que los bosques “han empezado a ser una fuente de carbono”, como indicó el diario español.

A esto se une el investigador de la Universidad Autónoma de Chiriquí, Abel Batista, quien explicó: “En temporada seca se incrementa la posibilidad de incendios descontrolados, que aumentan las amenazas sobre el bosque de Panamá, siendo unos de los sitios más afectados Darién, Veraguas, y otros donde se acostumbra limpiar áreas verdes para cultivos o potreros con quema y no se toman en cuenta los protocolos de seguridad necesarios”. El experto considera “imprescindible” la implementación de maneras más sostenibles para estas actividades y “darle mejor manejo a los bosques para garantizar la permanencia y aumento de la cobertura boscosa del país”.

Admitió que aún no se conocen los efectos directos de la pandemia en la conservación de las zonas boscosas, sin embargo, “se puede palpar la disminución en los gases de efecto invernadero, lo que contribuye a mejorar la calidad del aire y significa que nuestros bosques pueden estar trabajando mejor en estas condiciones, sin intervención humana”. Además, el espacio de respiro para los árboles puede aportar a la conectividad de los bosques, lo que abre senderos de movilización para especies de fauna nativa, su alimento, vivienda y seguridad.

Aun cuando el humano ha desaparecido por un tiempo de la alteración de los bosques, la deforestación ilegal continúa en algunos sectores, lo que la ambientalista y bióloga panameña Alida Spadafora considera una pérdida inmensurable: “Son los bosques maduros los que tienen una gran biodiversidad y funcionan como hábitat principal para la fauna y flora, además que no es lo mismo reforestar –aunque es importante–, a mantener los árboles maduros en pie, porque ya son un hogar y se pierde mucha riqueza cuando se talan”.

“Cada árbol, animales, insectos, microorganismos, agua y flora están conectados en la biodiversidad que alteramos, y que como resultado produce problemas con los virus y bacterias que se nos acercan más por agredir el ecosistema que los retiene”, comentó a este diario.

“Al mantener los bosques se puede equilibrar la reforestación, para asegurar la vida en el futuro, porque a largo plazo se puede afectar la vida humana en el planeta”, indicó Batista. “En Panamá se hacen campañas de reforestación hace años, pero necesitan el apoyo de la población y el gobierno para llevarlas a cabo exitosamente. Es alarmante el estado actual, pues aunque no sentimos los cambios drásticos de primera mano, los ecosistemas son los que más lo reciben y es muy preocupante su panorama de conservación”, añadió.

Dentro de las iniciativas de protección de bosques se destaca la Alianza por el Millón, que surge del Ministerio de Ambiente (MiAmbiente) junto a otras organizaciones para aumentar la cobertura boscosa en el país con reforestación de especies nativas de plantas. Junto con la organización Adopta el Bosque Panamá, se han llevado a cabo esfuerzos para apoyar la iniciativa y hacer reforestaciones en áreas protegidas y otras que no lo están. “Es una labor costosa que necesita de constancia, además que requiere revisión periódica para evitar las plagas y otros factores que evitan el crecimiento de los árboles”, destacó el investigador.

Sin árboles cerca de los ríos, estos podrían ser contaminados con sedimentos arcillosos que a su vez dificultarían la procreación marina.
La educación invisible

Ambos expertos hicieron hincapié en la necesidad de un sistema educativo que priorice la educación ambiental para las nuevas generaciones desde temprana edad. “Si los gobiernos piensan que este no es un sector en el que vale la pena invertir, están muy equivocados”, señaló Spadafora. “La pandemia nos ha enseñado que el origen de todo es la alteración que el ser humano ha provocado en los ecosistemas, y después de esta situación será primordial tener un estilo de vida totalmente diferente”, aseguró.

“La educación ambiental es primordial y los gobiernos muchas veces no comprenden esto, piensan que el sector ambiental no es esencial, cuando es lo principal para la vida humana en la Tierra”, explicó la bióloga, y agregó “nuestro consumo también está conectado con la preservación, mucho más cuando los productos que tenemos vienen de materias primas finitas y que causan mayor contaminación al medio ambiente”.

“No se debe pensar en los bosques solo en el Día del Árbol, sino apoyar a las organizaciones que se dedican a la reforestación y protección de los mismos todo el año”, dijo Batista, quien está a la cabeza de un programa piloto educativo en comunidades de Boquete (Chiriquí), que espera poder ampliar a otras regiones. “Panamá en el panorama centroamericano está muy atrasada con este tema”, expresó. “Hay que desarrollar la educación informal con recursos de televisión, radio, redes sociales y cine que aporten una perspectiva real sobre la pérdida de los bosques”.

Aunque la vista se dirija al tapón de Darién al hablar de los bosques panameños, los expertos indican que este es solo uno de los “pulmones” de nuestro país, junto con otros parques y áreas protegidas en el territorio nacional. “No debemos concentrarnos en las ciudades, sino proyectar las inversiones en tantos parques y terrenos verdes que necesitan de mantenimiento constante”, enfatizó Batista. “El tapón es una zona muy valiosa para preservar el recurso genético de la fauna y flora, además que las comunidades indígenas de esta zona utilizan las plantas como recurso medicinal, que les generan recursos económicos a ellos, así como promover la riqueza cultural que poseen y dar un aprovechamiento sostenible a su comunidad”.

El bosque también funciona como un sistema de riego de agua para otras plantas y el suelo, siendo de vital importancia en el ciclo del agua, ya que al caer la lluvia, los árboles recogen el agua y la transportan minuciosamente hacia los acuíferos, que vierten esas aguas en los ríos. “Se han visto casos de bosques recuperados donde las fuentes de agua reaparecen, tras estar secas”, comentó la ambientalista, “el árbol y el agua están íntimamente interconectados”.

Por su parte, Batista puntualizó la labor de los científicos de notificar a la población acerca de los cambios ambientales que se están revisando, aunque sean muy finos para percibirlos. “Los gobiernos deben prestar atención a los científicos para tomar conciencia y accionar en pro de la preservación ambiental en el país, así como integrar a los científicos en el proceso de creación de leyes públicas para comunidades con áreas boscosas vulnerables a su alrededor”, indicó. “No podemos guiarnos por investigaciones o proyectos de conservación ambiental de otros países que no comparten los mismo patrones climáticos de Panamá; debemos invertir en investigación local que nos permita conocer cuáles son los retos que presentan nuestras zonas boscosas y cómo poder conservarlas”.

Para Spadafora, los esfuerzos también deben centrarse en el cumplimiento de las leyes existentes, y la aplicación de castigos por sus violaciones. “Si un país asume una política verde, esto se debe asumir también con los países que obtienen material de él”, dijo. “Hay diversas convenciones de unión de países, pero los gobiernos deben aplicar las leyes, dado que muchas se ratifican pero no se cumplen y los bosques siguen siendo destruidos. Sin vigilancia ni educación, la deforestación gradual produce la muerte de ecosistemas y una gran amenaza para los bosques jóvenes”, dijo.

La reforestación continua y el mantenimiento sano de los árboles logrará un cambio en nuevas generaciones –ya que para que un bosque crezca se necesitan de 30 a 50 años–, lo que significará mejoría en el estado de salud humano y la reproducción de especies que actualmente se encuentran en peligro de extinción o caza ilegal. “Si no hay árboles, el calentamiento global provocará mayores gases de efecto invernadero. Cuando uno cuida un bosque se protege la humanidad contra el cambio climático y el declive en la salud, lo que da inmensas ganancias tanto como de combatir el cambio climático como de prevenir sus causas”, defendió Spadafora. “Hay que prestarle mucha atención a los bosques, cuidarlos, entender su rol en nuestra vida y luchar por su conservación”, puntualizó.

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