Los surfistas sin miedo de Fukushima

Actualizado
  • 11/03/2021 12:45
Creado
  • 11/03/2021 12:45
Otros surfistas locales volvieron poco a poco a esta playa, que cuenta ahora con un muro anti-tsunamis y varios puntos de terreno elevados para evacuación en caso de nuevos maremotos

Ni el monstruoso tsunami de 2011 ni los vertidos radiactivos al mar de la central nuclear de Fukushima han amedrentado a los surfistas locales, que han vuelto a cabalgar olas en sus playas para dejar atrás esos traumas colectivos.

Playas como la de Kitaizumi, a 30 kilómetros al norte de la accidentada central de Fukushima Daiichi, formaban parte del circuito internacional de competiciones de surf y rebosaban de bañistas en verano hasta que llegó el funesto 11 de marzo de 2011.

Ese día un brutal terremoto de 9 grados Richter con epicentro frente a la costa de Sendai sacudió el noreste del archipiélago nipón y generó un tsunami que rozó los 40 metros en algunos puntos, lo que a su vez desencadenó el peor accidente nuclear de la historia desde el de Chernóbil (Ucrania, 1986).

CUANDO EL MAR RUGE

"Nunca olvidaré ese día", relata a Efe Hiroshi Sato, un surfista profesional que vivía a dos minutos de Kitaizumi y se encontraba almorzando después de su sesión diaria sobre las olas cuando escuchó "un estruendo horroroso" proveniente de las entrañas de la tierra.

"Como el estrépito venía de la dirección del océano, supe al momento que habría un tsunami", recuerda Sato. Sin esperar a la alerta de maremoto que emitirían las autoridades niponas minutos después, corrió hacia su autocaravana y condujo lo más lejos que pudo.

El tsunami barrió Kitaizumi y toda la costa nororiental nipona dejando más de 18.000 muertos y desaparecidos. Restos humanos siguen emergiendo incluso una década después, como sucedió a mediados de febrero al ser hallados en una playa de Miyagi fragmentos óseos de una mujer declarada desaparecida desde la catástrofe.

Sato y otros surfistas locales volvieron poco a poco a esta playa, que cuenta ahora con un muro anti-tsunamis y varios puntos de terreno elevados para evacuación en caso de nuevos maremotos, y que ha vuelto también a acoger competiciones nacionales de "longboard" (tabla larga).

"No podemos evitar los desastres naturales. Lo que sí podemos hacer es pensar cómo responder en caso de que se produzcan, y por eso no debemos olvidar 2011", afirma este ídolo de la escena local de surf e impulsor de una escuela gratuita de este deporte para jóvenes.

SIN TEMOR A LA RADIACTIVIDAD... POR AHORA

La playa de Kitaizumi permaneció cerrada y desierta -salvo por las incursiones furtivas de los surfistas- hasta el verano de 2019, cuando las autoridades locales la reabrieron al público tras comprobar que los niveles de radiactividad en el aire y en el agua eran comparables a antes del accidente atómico.

"Me siento muy seguro aquí, no se han detectado niveles excesivos de radiactividad ni en el agua ni en las capturas de pescado en la zona", afirma Sato al tiempo que saluda a un amigo surfista que calienta sobre la arena enfundado en un traje de neopreno antes de lanzarse al mar.

Lo que sí preocupa a estos y a otros residentes son los planes del Ejecutivo nipón y de la operadora de la central accidentada para verter al Pacífico unos 1,2 millones de toneladas de agua que se almacenan en la planta tras procesarla para retirar la mayor parte de los isótopos radiactivos, excepto el tritio.

El problema del agua contaminada y qué hacer con la acumulación de tierra y otros residuos radiactivos -empaquetados en unos enormes sacos negros omnipresentes en los paisajes de Fukushima- son algunas de las cuestiones que siguen sin respuesta y siendo objeto de enfrentamiento de las autoridades y la población local una década después.

ATISBOS DE RECUPERACIÓN

Minamisoma, uno de los municipios más lejanos a la planta de Daiichi que fue evacuado parcialmente tras la crisis nuclear de 2011, ha recuperado en torno al 70 % de sus 71.000 habitantes previos a la catástrofe, aunque como toda la zona castigada por el accidente afronta un futuro incierto debido a la despoblación.

Otras localidades más próximas a la central continúan declaradas de acceso prohibido casi en su totalidad debido a la contaminación radiactiva, mientras que unas 36.000 personas desplazadas por el accidente siguen sin poder regresar a sus hogares una década después.

Sato, quien será uno de los portadores de la antorcha olímpica para los Juegos Olímpicos de Tokio durante la primera etapa del relevo en Fukushima a finales de mes, cree que el deporte en general y el surf en particular tienen mucho que aportar para atraer a jóvenes a la zona y revitalizar sus antaño reputadas costas.

"En mi época de niño, todos veníamos al mar en verano. Ahora, en mis clases de surf, hay muchos jóvenes que se sorprenden al probar por primera vez el agua salada del mar", afirma.

Por Antonio Hermosín Gandul
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