LA PERFECCIÓN DEL SILENCIO

PANAMÁ. Falta una semana para el día D, y todo el mundo a mi alrededor parece entrar en un paroxismo de preocupación, desconfianza y neg...

PANAMÁ. Falta una semana para el día D, y todo el mundo a mi alrededor parece entrar en un paroxismo de preocupación, desconfianza y negación. ¿Pero no tienes miedo? ¿Pero en serio lo vas a hacer? Parecen de verdad preocupados. Lo cierto es que no, no estoy asustada, preocupada ni estresada, ni siquiera estoy un poquito ansiosa.

A un día del día D mi marido se me queda mirando más de lo normal, y suspira. Me ruega una y otra vez que tenga cuidado y me pregunta si me gustaría que alguno de los que van a saltar también ese día, me de la mano, lo miro intrigada y le preguntó ‘¿A qué fin?’ ‘Para que te sientas más segura’ me dice. ‘Claro’, digo yo, ‘a cinco mil pies de altura seguro que voy a necesitar una mano amiga, ¿para que me sienta mejor yo o para que tú te sientas mejor?’ Se encoge de hombros y mira para otro lado.

La noche anterior he dormido a pierna suelta, sin soñar, y me despierto tranquila. Por fin ha llegado el día, el sol no termina de decidirse a salir, y el tranque hacia el aeropuerto de Calzada Larga se me hace eterno, veo a un lado del camino la Escuela de Caimitillo Centro, ya llegamos.

A UN PASO DEL VACÍO

El equipo de salto ya está reunido esperando al avión. Mientras llega, mi ángel de la guarda, Josy, el que me va a cargar como si fuera un bebe en mi bautizo, me da unas explicaciones, breves y concisas. ‘Forma un arco’, ‘cruza los brazos contra el pecho’, ‘ready, set, go’.

Pero mis hombros se tensan cuando llega a la parte de ‘cuando yo te haga esta seña, buscas esta pieza naranja en tu cadera, compruebas tu altímetro y cuando llegue a cinco mil pies, abres el paracaídas’ ¿Cómo? ¿Qué yo voy a abrir el paracaídas ¿Y si me bloqueo? Con una sonrisa despeja mis temores y me dice, ‘lo vas a hacer bien’.

Vale, ni modo, aquí no hay compasión conmigo, así que me quedan unos cuantos minutos para acostumbrarme a la idea de tener que abrir yo misma la tela que nos salvará a ambos de un despachurre contra el suelo.

Me coloco el ‘jumpsuit’, las gafas, y antes de poder decir ‘me arrepiento’ ya estamos en el avión, acomodados unos contra otros, observo los rostros uno a uno, todos están sonriendo de oreja a oreja, y cuando nuestras miradas se cruzan levantan el pulgar derecho y me dicen: ‘Buen salto’…

Miro de reojo el altímetro que llevo en mi mano, tres mil pies, tres mil quinientos, cuatro, cinco mil… creía que esto iba a llevar más tiempo, pero el piloto enfila el morro del avión hacia arriba sin titubear. Siete, ocho mil….’ prepárate’ me dice Josy en mi espalda. Once mil pies.

EL GRAN MOMENTO

Entonces todo ocurre muy deprisa, la fila de mochilas y sonrisas que había delante de mi desaparece en un decir ‘susto’ y antes de poder pensarlo ya estoy en el borde de la portezuela abierta, siento los dedos de mi mano derecha aferrados a un lado de la puerta.

Un par de neuronas están pensando en que debería de tener vértigo. La otra parte de mi cerebro está concentrada en lo que me está diciendo la voz a mi espalda, ‘ready, set, go’.

Ese es realmente el momento más difícil, ese tremendo instante en el que tienes que luchar contigo misma para olvidar tu instinto, soltar los dedos de golpe y dejarte ir al vacío, a la nada.

De repente el suelo no está donde se supone que tiene que estar, pero esto dura apenas segundos, antes de que mi cerebro pueda procesar la sensación para tener miedo, se abre el pequeño paracaídas que nos estabiliza, estamos panza abajo, y todo vuelve a la perspectiva normal, si consideramos normal estar en caída libre a unos ocho mil pies de altura.

Y solo quedo yo, en el medio de la nada, cayendo y sintiendo cómo el aire me sujeta, juega conmigo, quiere ser mi aliado. Es una sensación extraña. Empiezo a pensar en ella, y en porqué no estoy asustada….

SE ABRE EL PARACAÍDAS

De pronto, antes de que pueda llegar a sentir miedo, un golpe seco en los arneses que me sujetan me ancla a un punto fijo del cielo. Ahí está la tela de colores sobre mí, no hay más miedo de tener miedo, ni ansiedad, ni temor de hacer algo mal. Solo queda la paz.

Una paz inmensa. Un silencio que impresiona. El viento no es más que una vibración agradable en el paracaídas. Allí estoy. Colgando. La vista es espectacular. Respiro hondo, y noto con curiosidad que el aire no huele a nada. Un gallinazo pasa por debajo de nosotros, es muy raro pensar que estoy viendo desde arriba a un gallinazo en pleno vuelo…

Pero todo lo bueno se acaba, un par de tirones hechos con destreza y la vela nos lleva contra el viento, que ayuda a frenar en la caída. Ni siquiera me asusta ver el suelo acercarse. Es como si un gran gigante te sujetara y te fuera depositando despacio, tan despacio que llegas al suelo caminando.

Cuando escribo estas palabras, horas después de ese instante en el que me obligué a soltar los dedos, aún sigo sonriendo. No tengan miedo de tener miedo, lo maravilloso es vencerlo y simplemente dejarse caer.

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