¿Existe la ‘Abuelita’ en realidad?

Actualizado
  • 09/11/2013 01:00
Creado
  • 09/11/2013 01:00
Dos analistas del Banco de la Reserva Federal de St. Louis han producido un importante estudio que debería (aunque probablemente no lo h...

Dos analistas del Banco de la Reserva Federal de St. Louis han producido un importante estudio que debería (aunque probablemente no lo haga) cambiar el clima del estancado debate en Washington. El estudio demuele la noción generalizada de que los norteamericanos mayores necesitan una protección excepcional contra los recortes de gastos, porque son más pobres y más vulnerables que todos los demás. Esta percepción, junto con el poder de voto de los ancianos, ha intimidado a ambos partidos, por lo que el Seguro Social y Medicare, que dominan los gastos federales, se han vuelto intocables en toda discusión seria sobre cambios.

Hace tiempo que es obvio que la generación de 65 y más años no encaja en el estereotipo de la era de la Depresión de ser uniformemente pobre, enferma y desamparada. Como los que tienen menos de 65 años, los de 65 y más años son diversos. Muchos de ellos están en una posición económica desahogada (o son ricos), gozan de una salud razonablemente buena, y son independientes. Con una expectativa de vida de 19 años a los 65 años, la mayoría enfrenta muchos años de jubilación subsidiada por el gobierno. El estereotipo sobrevive, porque es políticamente útil. Protege esos subsidios. Nos disuade de preguntar: ¿Son todos ellos deseables o merecidos? ¿Para quién? ¿A qué edad?

Nadie quiere ponerse en contra de la Abuelita, quien —tal como se la pinta en los medios— es bondadosa, a menudo sufre de alguna enfermedad, generalmente está en situación económica precaria y algo necesitada. Pero proyectar este retrato comprensivo a toda la población de 65 y más años es crear una ficción y, a menudo, es propaganda política. El estudio de la Fed de St. Louis niega el estereotipo. Examinando diversos grupos etarios dicho estudio halló que desde la crisis financiera, los ingresos se han ‘elevado’ para los ancianos, mientras han ‘caído’ para los jóvenes y los de mediana edad.

Las cifras son instructivas. De 2007, el año anterior a la crisis financiera, a 2010, el ingreso medio para las familias de 40 y menos años de edad cayó un 12.4% a $39,644. Para los de edad media, de entre 40 y 61 años, la caída comparable fue de 11.9% a $56.924. Mientras tanto, los de 62 a 60 años sufrieron un aumento del 12.3% a $50.825.

Para los norteamericanos de 70 y más años, el aumento fue de un 15.6% a $31.512. (Todas las cifras, ajustadas a la inflación, se presentan en dólares ‘constantes’ de 2010. El ‘ingreso medio’ es el punto medio de los ingresos y a menudo se lo considera ‘típico’.)

Ha habido un cambio histórico a favor de los ancianos de la actualidad. Para poner esto en perspectiva, recuerden que muchos gastos familiares caen con la edad. Las hipotecas se han pagado; los costos del trabajo desaparecen; los hijos se van de la casa. Recuerden también que los ingresos típicamente siguen un ‘ciclo de vida’: Comienzan siendo bajos en los trabajadores que están en la veintena, alcanzan su pico con los que están en la cincuentena y declinan en la jubilación, cuando los salarios dan paso a las transferencias gubernamentales y a los ahorros. Contra esas realidades, los aumentos a largo plazo de los ancianos y las pérdidas de los jóvenes son asombrosos. Entre 1989 y 2010, el ingreso medio aumentó 60% para los de 62 a 69 años, mientras que cayó un 6% para los de menos de 40, y un 2% para los de 40 a 61 años.

El motivo de este fenómeno es menos claro. El economista William Emmons, coautor del estudio, sugiere algunos factores posibles: más graduados universitarios entre los jubilados; más beneficios estables y generosos del Seguro Social; pensiones. Cualesquiera sean las causas, patrones similares afectan el valor neto de las familias. Los jóvenes y los de mediana edad, con deudas altas y una riqueza concentrada en la vivienda, sufrieron enormes pérdidas en la crisis financiera.

Con menos deuda e inversiones más diversificadas, a los norteamericanos mayores les fue mejor. Entre 1989 y 2010, el valor neto medio ajustado a la inflación de los de 70 y más años se elevó un 48% a $209,290. Durante los mismos años, el valor neto de los de menos de 40 años cayó un 31%.

Las implicancias políticas de estas tendencias son claras, aunque Emmons y su coautor Bryan Noeth evitan hablar de políticas a seguir. Tenemos que dejar de mimar a los ancianos. Nuestro sistema de asistencia a los ancianos —más que nada el Seguro Social y Medicare— presenta una doble personalidad. Por un lado, sirve como una red de seguridad para los ancianos, al proporcionar ingresos de apoyo esenciales para los pobres y casi pobres, así como también seguro médico. Por otro lado, proporciona pagos a millones de norteamericanos ancianos que ya tienen una posición holgada y que podrían vivir con menos subsidios, y algunos, sin ningún subsidio. Debemos preservar las características de red de seguridad que tiene el sistema y reducir, gradualmente, lo que es puro subsidio.

La idea de que debe defenderse el Seguro Social y Medicare hasta el último dólar —como sugieren muchos liberales— es políticamente conveniente e intelectualmente perezosa. En lugar de promover fines progresistas, como dice hacerlo, impide que el gobierno se adapte a las nuevas circunstancias sociales y económicas. Es una creciente transferencia de los jóvenes, que cada vez están más desfavorecidos, a los ancianos, que cada vez están más favorecidos.

Pero el cambio político necesita un debate honesto, y el debate honesto necesita una disposición a aceptar hechos poco populares, en lugar de ficciones amistosas. Requiere que los que proponen decisiones difíciles con franqueza no se vean estigmatizados. En la medida en que la Abuelita sea el símbolo de los ancianos, ese cambio no se producirá.

LA COLUMNA DE ROBERT J. SAMUELSON

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