Por qué la economía mundial va a trancas y barrancas

Actualizado
  • 12/10/2014 02:00
Creado
  • 12/10/2014 02:00
A pesar de tener problemas, Estados Unidos es ‘la única economía importante que aún da muestras de fuerza

Se ha convertido en un deprimente ritual. Cada seis meses, el Fondo Monetario Internacional (FMI) pronostica la economía mundial-y recorta su pronóstico anterior-. A pesar del ejército de economistas con que cuenta, todos sus pronósticos desde 2011 fueron demasiado optimistas.

El último, dado a conocer la semana pasada, redujo 0,4 puntos porcentuales del cálculo sobre el crecimiento económico realizado en abril. Ahora se espera que la economía mundial se expanda sólo un 3.3% en 2014, mientras que en 2010 lo hizo con un respetable 5.4%. El débil crecimiento económico nos trae el fantasma de una recesión global.

La directora del FMI, Christine Lagarde -su organismo proporciona préstamos a países con problemas financieros- califica al panorama como "el nuevo mediocre". Quizás sea peor. En agosto, la producción manufacturera cayó en China, Japón, Corea del Sur y gran parte de Europa, informan los economistas de JPMorgan Chase. Una caída de un 4.3% mes a mes en Alemania fue especialmente ominosa. A pesar de tener problemas, Estados Unidos es ‘la única economía importante que aún da muestras de fuerza’, dijo el economista Eswar Prasad, de la Universidad de Cornell. Pero la recuperación norteamericana podría hundirse por la debilidad en el exterior, a causa de un menor número de exportaciones norteamericanas y de ganancias en el exterior. Alrededor de un 30% de las ganancias norteamericanas se obtiene en el exterior.

Todo ello sacudió los mercados mundiales de acciones, que oscilaron locamente la semana pasada. La turbulencia sugiere dos preguntas. ¿Por qué el pronóstico del FMI es tan malo? Y lo que es más importante: ¿por qué la economía mundial está tan débil?.

Parte del pronóstico defectuoso, sospecho, es un reflejo de un sesgo optimista (inevitable). No podemos esperar que un organismo internacional, responsable ante sus 188 naciones miembros, se convierta en un reducto de tristeza. No puede ignorar hechos obvios, pero los torcerá de la manera plausible más favorable.

Las autopsias de sus propios pronósticos realizadas por el FMI corroboran esa idea. Después de la crisis financiera, se creyó generalmente que un crecimiento económico fuerte en los países de los ‘mercados emergentes’ -China, Brasil, India y otros- limitaría los daños económicos. Su apetito de materias primas e importaciones sofisticadas (aviones, instrumentos) apoyaría el comercio y las inversiones. El FMI adoptó esa teoría, que pareció funcionar brevemente. Después, muchos mercados emergentes sufrieron reveses, que el FMI reconoció sólo tardíamente. Sus excesos en el cálculo del crecimiento económico se concentraron en mercados emergentes, hallaron los estudios.

Pero ésa no es toda la historia, porque no explica por qué el crecimiento económico global es tan débil. Sólo distribuye la debilidad entre varios países. Las causas más profundas de la ralentización yacen, a mi parecer, en las circunstancias especiales de esta recuperación, que es diferente a cualquier otra que hayamos experimentado desde la Segunda guerra Mundial e involucra tres problemas dominantes, que alimentan el pesimismo y desalientan el consumo.

Primero está la resaca de la crisis financiera 2008-2009. Sobrios y asustados, los ciudadanos y las empresas retrasan el consumo y las inversiones. Para prepararse para la próxima crisis, reducen las deudas (des-apalancamiento) y aumentan los ahorros. Las empresas acumulan ganancias. Podrían ser conductas prudentes para individuos y empresas, pero cuando son multitudes las que las practican, va en desmedro de la actividad económica.

El segundo es el legado de de los desequilibrios comerciales globales de la década de 1990 y principios de la de 2000, cuando China y otros países tuvieron enormes excedentes, y Estados Unidos y otros tuvieron grandes déficits. Eso reforzó el crecimiento para los exportadores y para sus suministradores de materia prima y de piezas -Australia, Brasil, Corea del Sur y otros-. Pero ese sistema dependía de los gastos voraces de los norteamericanos y europeos. Cuando esos gastos cesaron, la burbuja de la exportación estalló.

El tercero es el costo de los estados de bienestar social maduros. Estados Unidos, Europa y Japón (alrededor de dos quintos de la economía global) enfrentan problemas similares. Sus poblaciones envejecen. Sus gobiernos están comprometidos a pagar costosos beneficios de jubilación y esos mismos gobiernos ya tienen déficits presupuestarios considerables. Reducir el déficit -paso necesario para que algunos países mantengan su confianza financiera- significa recortar gastos o elevar impuestos.

Todos esos problemas involucran ajustes desgarradores. Cada uno de ellos afecta a los países de manera diferente. Pero todos tienen un efecto económico similar: reducen la demanda. Individualmente, cada uno de ellos sería una carga formidable para las economías nacionales. El hecho de que todos están operando a la vez y reforzándose mutuamente los ha convertido en una poderosa fuerza internacional que, hasta ahora, ha contrarrestado muchas de las políticas (tasas bajas de interés, déficits presupuestarios) cuya intención es fortalecer el crecimiento económico.

Hay renovados llamamientos para que se incurra en gastos de infraestructura -carreteras, puentes, puertos, aeropuertos- a fin de superar el letargo de la economía mundial. Hay factores a favor y en contra de esa idea. Pero unas pocas cifras muestran que, incluso si se adopta, no es una panacea. Supongamos que un paquete de 1 billón de dólares de proyectos de infraestructura pudiera identificarse, financiarse e iniciarse inmediatamente y terminarse en dos años. En 2013, el FMI calcula que la producción económica mundial fue de 75 billones de dólares. En el curso de dos años, ese billón de dólares agregaría un poco más de la mitad de un 1% a esa producción global anualmente.

Estamos presenciando una ruptura histórica del pasado. Pienso que los pronosticadores del FMI merecen más simpatía. Están lidiando con una economía global que desafía nuestra comprensión intelectual y que está fuera de su experiencia personal. No sabemos lo que no sabemos.

ECONOMISTA

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