Restaura mi casa… ¿similitudes y casualidades?

Actualizado
  • 20/09/2018 02:00
Creado
  • 20/09/2018 02:00
Unos 300 años después, otros jóvenes nobles, españoles, Francisco Javier e Ignacio de Loyola, también militares, sintieron un llamado a cambiar 

H ace algo más de 800 años, se iniciaba la lenta transición de la economía feudal hacia la economía capitalista, con su generación de excedentes económicos. La fuerza política social dominante de la época, la Iglesia Católica Romana, se vio tentada por el consumo que acompaña la disponibilidad de riquezas. Y empezó a distanciarse de sus piedras fundamentales.

En ese contexto, Giovanni di Pietro Bernardone, hijo de una francesa y un rico comerciante perugio, en la actual Italia fue un joven normal. Se divirtió, fue a la guerra, algo común en su época, como hoy día. Sin embargo, en medio de esos trajines bélicos y sociales, sintió un desasosiego que lo llevó a una introspección profunda. Un día, orando en una capilla, escuchó, o creyó escuchar, una voz que le decía desde una imagen crucifijo, ‘….restaura mi Iglesia que se cae en ruinas...'. Este joven respondía al apelativo de Francesco, el francesito, como le llamaba su padre, probablemente por el origen de su madre, y por su afición a la lengua, y música francesa.

Y comienza una historia de conversión en su vida, que lo llevó a reparar cuanta capilla o iglesia se le ponía por delante. Esa actitud lo enfrentó con su padre, con sus amigos, con su entorno social. Pero él persistió, hasta que un día comprendió que la Iglesia que se sintió llamado a reparar, a restaurar, no era la de piedras o cantos, sino aquella formada de piedras vivas, seres humanos que al contrario de las naturales, son víctimas de sus propias debilidades espirituales. Pobreza, Obediencia, Castidad, fueron los votos que adoptó para su nueva orden o congregación, la Orden de Frailes Menores u OFM.

Unos 300 años después, otros jóvenes nobles, españoles, Francisco Javier e Ignacio de Loyola, también militares, sintieron un llamado a cambiar. Se funda la Orden de Jesús, en medio de la Contrarreforma que amenazaba los cimientos y predominio, otra vez, de la Iglesia Católica Romana. Ambas órdenes tienen algo en común. Sus miembros tienen una ocupación seglar. Los frailes menores aprenden oficios. Los jesuitas, profesiones diversas. Comparten los mismos votos, pero los jesuitas añaden otro: Obediencia al Papa, no importa quien sea.

El actual jefe máximo de la Iglesia Católica, el sacerdote jesuita Jorge Bergoglio, argentino, adoptó el nombre de Francisco. Descendiente de inmigrantes italianos, es químico de profesión. Su ascenso al cargo máximo dentro de la jerarquía católica, se da en medio de una crisis: el Papa electo renuncia al cargo. Una vez electo, el nuevo Papa, Francisco, en una conferencia internacional dijo: ‘Cómo quisiera una Iglesia pobre y para los pobres...'

Y aquí empiezan las similitudes. El actual Papa se ha destacado por su sencillez, y desapego al oropel y pompa que tanto adornaron a muchos de sus predecesores. Igual que Francisco de Asís. Hace un llamado por los pobres, por los débiles, como lo hicieran en su tiempo, el pobrecito de Asís, o los guerreros Ignacio y el otro Francisco.

Los Franciscos de ayer, como el de hoy, querían una Iglesia fuerte y rica en la Fe, en la Fraternidad, en el Servicio al Prójimo. La pobreza que buscaban, es el distanciamiento de la acumulación material que aleja al hombre de la búsqueda interna de su plenitud.

Hoy día, el actual jefe de la Iglesia se enfrenta, como ayer, a otra crisis que amenaza la existencia misma de la Iglesia. Pero los peligros no sólo vienen de afuera, sino de adentro. Sus estructuras internas que le significaron su solidez hoy día son cuestionadas desde adentro.

Si bien la piedra fundamental o angular de una Congregación Religiosa, cualquiera, es la FE, los pilares y vigas son sus sacerdotes. Y los ataques no solo se dan contra los fundamentos de la Fe, sino que también la labor de los sacerdotes está sometida a un escrutinio cercano. Sus debilidades y transgresiones se manifiestan más porque hasta hace poco se les consideraba seres especiales, dotados del Poder de intermediar entre los hombres y Ds.

El Papa de hoy, también tiene una tarea formidable: Restaurar una Iglesia que se cae en ruinas. Las masas abandonan los templos, todos, y se refugian en el hedonismo. Algunos sacerdotes violan sus votos, las leyes, la confianza pública. Los placeres inmediatos privan sobre la visión de trascendencia que la FE promete. Las necesidades materiales, reales, que afectan a amplios sectores de la población, los hace no sólo pobres en lo material, sino en lo espiritual.

Dura tarea la del actual Francisco. Pero, como los de ayer, confiamos en que pueda sortear las aguas procelosas que le ha tocado navegar.

ECONOMISTA

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