Espionaje sin control

Hasta hace unas semanas Edward Snowden era un joven estadounidense, acreditado oficialmente para acceder y manejar información de inteli...

Hasta hace unas semanas Edward Snowden era un joven estadounidense, acreditado oficialmente para acceder y manejar información de inteligencia altamente sensible, que trabajaba para una empresa subcontratista de los servicios de inteligencia de los Estados Unidos. Snowden era un perfecto desconocido que por su trabajo ganaba más de $200,000 al año.

Snowden ha saltado a la fama, y permanece en paradero desconocido, tras revelar que el Gobierno de su país dispone de medios tecnológicos suficientes para espiar las conversaciones, el correo electrónico y la actividad en internet de todos los ciudadanos. A través de la información revelada, se ha sabido que los potentes programas de espionaje telefónico sirvieron para que EEUU y Reino Unido espiaran a varios países asistentes a la cumbre del G-20 en 2009. No es ningún secreto que hay espionaje entre países y tampoco debería extrañar a nadie que los gobiernos se doten de alta tecnología para evitar la comisión de graves delitos, las acciones contra la seguridad de un país o el terrorismo. En todos los Estados de derecho hay leyes que regulan los servicios de inteligencia, su marco de actuación y los medios con los que pueden contar, de tal manera que el espionaje no sólo es legítimo sino también legal. Pero para que se den ambos requisitos, legalidad y legitimidad, no sólo es necesario que esa actividad esté bajo control judicial para evitar excesos, sino también que actúe con transparencia, es decir, que se conozca su posible existencia aunque su proceder sea secreto o discreto.

El problema se produce cuando el espionaje es indiscriminado e injustificado, y se usa para acceder a datos o información que afectan a la intimidad de las personas o que nada tienen que ver con la seguridad o con el terrorismo. El actual desarrollo tecnológico permite conocer datos de la vida privada de una persona a través de sus llamadas telefónicas y de su actividad en internet o en las redes sociales. Así es como el Estado se puede convertir en un insoportable Gran Hermano orweliano. En el viejo dilema entre seguridad y libertad, el fiel de la balanza está en la existencia de límites claros y control democrático. Ante los últimos escándalos de espionaje en EU o entre diversos países, la ciudadanía tiene derecho a explicaciones claras y convincentes, a tener la garantía de que nadie violara su intimidad de forma injustificada y la tranquilidad de que hay una autoridad judicial independiente que controla la actuación de los servicios de inteligencia.

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