Un héroe llamado Valdés

Actualizado
  • 24/01/2010 01:00
Creado
  • 24/01/2010 01:00
PANAMÁ. “Usted y usted”, gritó el rescatista panameño Juan De Dios Valdés, señalando a este cronista y al fotógrafo de La Estrella Levi ...

PANAMÁ. “Usted y usted”, gritó el rescatista panameño Juan De Dios Valdés, señalando a este cronista y al fotógrafo de La Estrella Levi Cruz. Caminó hacia nosotros con cara de pocos amigos mientras a sus espaldas se dibujaban las ruinas de lo que fue un liceo de 500 estudiantes, ahora vuelto ruinas y pestilencia, donde la misión panameña se disponía a buscar sobrevivientes en su primer día en Haití.

“¿A ustedes qué les pasa, están locos?” -gritó Valdés al borde del desborde.

Nosotros habíamos decidido silenciosamente salir del predio donde trabajaba Sinaproc para dar unas vueltas por uno de los barrios más peligrosos y castigados de Puerto Príncipe. Queríamos hablar con la gente, ver cómo se sentían, cuál era la situación. La curiosidad a veces es un motor suicida.

Entiéndanlo, ustedes son mi responsabilidad. ¿Dónde chucha estaban? -repetía Valdés, amenazante.

Nos miramos, rumoramos en voz baja y bajamos la cabeza. No dijimos nada, pero cinco minutos antes habíamos sentido el terror en nuestro cuerpo. Un vecino haitiano que hablaba español perfecto nos llevó por ahí para relatarnos lo que había pasado. Nos mostraba los escombros de una escuela en la que había 200 chicos a la hora del terremoto. La gente en las calles, en campamentos improvisados al borde de arroyos pestilentes con restos de cadáveres flotando a la vista dibujaba el nuevo rostro que el mundo conoce de esta ciudad. Levi hacía fotos como poseído mientras yo divisé a dos rescatistas franceses que se metían en una casa. Los seguimos. Se internaron a través de pasillos angostísimos, entramos a una casa semiderruida, salimos por una ventana que ahora era triangular y de allí a un patio chiquito. Era justo la parte de atrás de la escuela. Un vecino decía escuchar voces, aseguraba que había niños con vida.

Los franceses entraron un poco en la estructura y comenzaron a preguntar por señales de vida. No había respuesta. Estaban en eso cuando se escuchó un ruido terrible y los vecinos comenzaron a correr. Uno de los edificios parecía ceder. Pero no. Era una réplica. Salimos todos corriendo por los pasillos buscando las calles, el cielo abierto. Cuando volvimos al predio fue que nos encontramos a Valdés.

“Si esto vuelve a pasar los encierro en la base y no salen más”- dijo y se subió a la camioneta de rescatistas panameños para encarar una nueva misión ya que en el Liceo no habían podido detectar rastros de vida.

Un poco molestos por la reprimenda pública le preguntamos a uno de los bomberos de la comitiva quién era ese loco que nos había gritado así. “Ese hombre es el mejor rescatista que tiene Panamá… y el maestro de todos nosotros”, dijo muriéndose de risa y nos dio una recomendación: “no se pongan contra Valdés porque es el que reparte la comida y el agua”.

En el campamento, cada mañana, Valdés llamaba a la gente y repartía las raciones. Antes de las misiones los volvía a juntar para explicar con lo que se iban a encontrar. Nadie sabe cómo, pero se las arreglaba para conseguir información de los edificios. Dibujaba los planos y le explicaba a sus hombres cómo se desmoronó y en que lugar se suponía que estaban los sobrevivientes. “Está se hizo pancake, solo será posible un rescate vertical”.

Después agarraba las herramientas que se iban a utilizar, sus partes y recordaba con los especialistas como se usaban, cuales eran los riesgos y las fortalezas.

Una vez en el campo, en cada rescate, era Valdés el primero en reconocer la zona. Subía por las piedras con velocidad felina, analizaba las zonas de trabajo. Luego llamaba al ingeniero estructural Orlando Bombini para analizar los riesgos de derrumbe y las zonas seguras. Sólo entonces ordenaba la penetración de sus rescatistas. Y al final, pasó cada vez, era el último en bajar, en salir de la estructura.

“Váldés es una persona con habilidades físicas extraordinarias, experiencia y formación muy solida y sobre todo, un gran corazón”, explica José Luis Carrillo del Cuerpo de Bomberos. Valdés estudió en el Arte y Oficios, mecánica, electrónica, construcción y después cientos de cursos ligados al mundo del rescate.

Carrillo dice que Valdés nunca deja de sorprenderlo. Que en la misión panameña en la Cancillería de Haití, donde se logró realizar un rescate, parecía el hombre araña. Iba al frente del grupo y saltaba de pared a pared, pasaba por un agujero, luego atravesaba una ventana, trepaba por las varillas como si fueran escaleras. A pesar de los riesgos, si Valdés va adelante, siempre te sientes seguro. Y Valdés, siendo Valdés, hace esta vida mucho más interesante. “Yo muchas veces pararía a las seis horas muerto, pero con él sigue, 12, 14 horas porque lo ves trabajar y no quieres parar tu tampoco”.

Otro aspecto que todos resaltan de este hombre, que pasa de los 50 años y es instructor de Sinaproc, bomberos y estudia una licenciatura en Seguridad Industrial, es su inventiva para resolver impedimentos técnicos. Tan es así que le dicen “McGiver”.

Por ejemplo, una mañana, al subir al camión de los rescatistas dominicanos, nos acercaron una caja con barbijos para evitar el olor. Para Valdés eran otra cosa. Pidió uno y se lo guardó: “ya tenemos filtro para el café” dijo. En otro reconocimiento, mientras los franceses preparaban su maquinaria de alta tecnología para escuchar sonidos ínfimos buscando vidas, Valdés tomó un tubo plástico, lo introdujo en la estructura, lo apoyó contra una pared y dijo que se escuchaban golpecitos. Los franceses lo confirmaron.

“Pero espera, porque Valdés inventa, pero no siempre le sale bien. O te lo arregla o te lo destrampa. A mi una vez me desbarató un carro”, se ríe Gabriel Isaza, segundo al mando de la misión, dirigida por Heriberto Chávez, de Sinaproc. Resulta que Isaza le prestó el carro, pero una rueda se flateó. Valdés revolvió y no encontró ningún gato, entonces se inventó uno con unos hierros que había por ahí. Pero resulta que a mitad de proceso el inventó colapsó, el carro cayó al asfalto y se le rompieron varias partes. “Hablando en serio, es un hombre que vive este trabajo tan especial, como pocos, donde se come mal, se duerme poco y se arriesga la vida, hay que estar un poco loco”.

Orlando Bombini, mientras abre una lata de tuna, el principal alimento de la misión panameña en Puerto Príncipe, dice que conoció a Valdés en los bomberos y son muy buenos amigos. “Una vez en Las Palmas había unos pela”os jugando al fútbol y se les desinfló la pelota. Valdés la agarró, no sé qué hizo con el escape del carro y se las devolvió completamente inflada, los pela”os siguieron jugando y miraban a Valdés como si fuera un marciano”, dice Bombini.

“Nosotros queremos aparecer como discípulos de Valdés”, dicen Jerry Montenegro y Gustavo Montalbo, integrantes de este cuerpo de élite del rescatismo panameño. “Valdés se piensa que yo soy una culebra, me manda siempre a meterme en los agujeros”, se ríe Montenegro a pesar de que el día de hoy, se topó con decenas de muertos.

“De culebras, tengo una anécdota con Valdés” lo interrumpe Montalbo. “Estábamos en la selva, pescando y vimos que algo se movía en el agua. Nos hizo correr, esperó y cuando salió la culebra, la atrapó de la cabeza con un palo contra el piso. Me dijo que la agarrara de la cola fuerte y no la soltara. Le cortó la cabeza, la cola y después la hicimos ahumada. Quedó sabrosa”.

Dicen que Valdés es muy generoso y que comparte su conocimiento con los más jóvenes, que por eso lo respetan mucho. “Si entras con Valdés, sabes que también sales”, dicen a coro.

Cuando la misión termina y llega la hora de regresar, es Valdés el que arma la lista de viaje, se preocupa porque entre tanto movimiento nadie se quede atrás. Al llegar a Panamá, en la reunión de análisis psicológico de la que participa todo el grupo, Valdés pide la palabra.

Todos estamos en un estado inédito, en un limbo entre PANAMÁ. y el infierno, de vuelta a nuestra vida, pero presos todavía de la adrenalina, el terror y la ternura por las muestras de cariño del pueblo haitiano. Valdés no habló de los muertos, de los miedos nuevos, de las imágenes del terror. “A mi me dolió ver a los equipos de rescate de otros países, la tecnología que tenían, los franceses con esos equipos de sonido, los gringos con taladros neumáticos y nosotros con hierros. No pudimos filmar porque no teníamos cámara y ahora no vamos a poder mostrarle a los pela”os que estudian aquí que son nuestra verdadera herencia. Eso es lo que a mi me dolió”, dijo Valdés y después hizo algún chiste, como siempre, para evaporar la tensión.

A la salida me acerqué a él que se reía junto a su mujer. “¿Valdés, me daría una entrevista para La Estrella ?”

“Mira, yo no doy entrevistas. Otros se encargan de eso” -dijo y se despidió. Había llegado el camión de Tocumen con todo el equipo y alguien tenía que descargarlo. La misión panameña en Haití se había terminado.

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