Dos muertes inesperadas

Actualizado
  • 08/09/2011 02:00
Creado
  • 08/09/2011 02:00
Las ficciones sobre Arnulfo Arias abundan. Una de ellas refiere que, la tranquilidad de su finca en Boquete, fue interrumpida el 2 de en...

Las ficciones sobre Arnulfo Arias abundan. Una de ellas refiere que, la tranquilidad de su finca en Boquete, fue interrumpida el 2 de enero de 1955, minutos después de las 7:30 p.m., cuando la gendarmería fue a detenerlo. Motivo: el asesinato del Presidente Remón. Su respuesta veloz habría sido: ‘¿Y en qué cantina lo mataron?’ Pero no… ninguno de los documentos examinados, ni las entrevistas concedidas por arnulfistas, auxiliaron para corroborar que esa fue su expresión. Eso no significa que su reacción ante el arresto, no fuese irreverente. En este caso parece que la verdad, superó a la leyenda.

Cuenta Carlos Iván Zúñiga que, el ya fallecido mayor Adán Vásquez, le relató que en la noche del 2 de enero de 1955 recibió una llamada telefónica del comandante Timoteo Meléndez. Este le notificaba el asesinato del presidente José Antonio Remón Cantera. También --confió Vásquez a Zúñiga-- acató la orden de presentarse inmediatamente a Boquete para detener al doctor Arias. En cumplimiento de su misión halló al doctor Arias en su finca, sosegado, junto a su esposa Doña Ana Matilde Linares. El Dr. Arias leía. Sin mediar palabra sobre la razón de la captura, se le conminó al arresto, y veloz regresó Vásquez al Cuartel de David. Al entrar el prisionero a la cárcel, el periodista Luis Alfonso, le preguntó: ¿Qué opina doctor sobre la tragedia que ha ocurrido en el país? El Dr. Arias, ajeno a todo lo ocurrido, contestó filosóficamente: ‘En la vida lo que es tragedia para unos es alegría para otros’. Esa respuesta provocó un enorme disgusto, y el jefe de la Zona, Martín González, ordenó que lo recluyeran de inmediato en una macarela inmunda; y que le asignaran a dos centinelas al frente de la puerta. Al día siguiente, muy temprano, el entonces capitán Vásquez fue a visitarlo y sin más preámbulo le preguntó: ¿Cómo pasó la noche, doctor? La respuesta fue inesperada y rotunda: ‘muy bien, ha sido la noche más feliz de mi vida. No he pasado un solo momento en esta inmundicia. De aquí salí muy temprano. Toda la noche la he pasado en los bulevares de París’. El Capitán Vázquez, buscando apoyo a su perplejidad, posó su mirada en los ojos de los centinelas allí de turno y uno de ellos por sentirse acusado de negligencia aclaró con énfasis: ‘eso no es cierto, mi capitán, este señor no ha salido de aquí en toda la noche’. Ante la ingenuidad del policía, el ilustre prisionero, cuenta Vásquez, rió muy placenteramente.

Su permanencia en la cárcel, por esta vez, no fue prolongada. Como se sabe, el giro de las investigaciones se enderezó después, hacia Rubén Miró y José Ramón Guizado.

Se creería que, una vez liberado de la prisión, las pesadillas de Arnulfo Arias se extinguirían o, al menos devendrían en menos severas. Pero no… esta no sería la peor experiencia de Arnulfo ese año, de 1955. El infortunio vendría a su encuentro. Inesperadamente en agosto, la pérdida de su esposa, Ana Matilde Linares, sí lo devastó irremediablemente. La desolación que se apoderó de él, cuando falleció su esposa, quedó plasmada de su propio puño y letra, en términos que sólo puede expresar un alma mustia y alicaída: ‘Tuve el gran don de Dios de ponerme al lado a Ana, que se identificó inmediatamente con mi ser como si fuera mi otro yo. Y así cruzamos unidos nuestros trayectos, sin que ella profiriera jamás una queja, una reconvención, una recriminación, convirtiéndose con la versatilidad que la caracterizaba en una novia, compañera, esposa, ayudante, secretaria, confidente, enfermera y madre. Y así recorrimos casi 28 años. El 28 de agosto de 1955 a la 1:00 p.m. me dejó Ana, o mejor dicho, dejó su envoltura terrenal para recobrar la libertad ‘etérea’ y formar un eslabón más fuerte entre ella y yo, y así lograr lo que ambos hemos ansiado y para lo cual hemos venido aquí en esta época del siglo’. Transcurrían los días, las semanas y los meses, y Arnulfo no se reponía de la pérdida, aunque ya asomaban intentos por transmutar su dolor, en energía disponible para auxiliar a los que siempre sufren. Unos meses más tarde Arnulfo escribió: ‘Hoy 28 de noviembre de 1955, escribiré algo pues se ha verificado un cambio radical en mi vida, y si es cierto que me siento vacío, que estoy desorientado y deambulo en este mundo como otros seres, como un sonámbulo, presiento internamente que, otra vida, más elevada, más evolucionada, se arraiga y digo arraiga, y no ‘se inicia’ pues ya el embrión había roto la cubierta de la semilla de la espiritualidad que me empujara a ser rebelde contra las injusticias de este mundo, y me impulsaba a tomar partido a favor de los pequeños de los desheredados.’

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