El drama de un migrante, un encuentro con la desesperanza y la muerte

Actualizado
  • 27/08/2019 02:00
Creado
  • 27/08/2019 02:00
A.R. vino a Panamá por un tratamiento antirretroviral para contrarrestar la infección del virus de la inmunodeficiencia humana (VIH), pero murió antes de recibir una primera dosis

El silencio y el frío saturan el ambiente. Un escalofrío me recorre el cuerpo cuando escucho la historia de un joven de 24 años que ante la escasez de medicamentos dejó su natal Venezuela para migrar a Panamá. En su intento por salvar su vida, encontró su fin.

Vivir con el virus de inmunodeficiencia humana (VIH) en el régimen de Nicolás Maduro puede ser sinónimo de una condena a muerte. A.R. tenía cuatro meses de no recibir fármacos antirretrovirales para contrarrestar la infección del VIH.

Él era el menor de cuatro hermanos. Los otros tres huyeron de su país porque no conseguían comida, trabajo ni medicinas. La mayor partió a Chile. Los dos del medio escogieron Colombia y A.R. emprendió camino a Panamá. Le comentaron que en el Istmo había suficiente tratamiento para las personas seropositivas.

Cuando llegó, su primera decisión fue acudir a legalizarse para conseguir un carné que le permitiera tener acceso a los servicios de salud. Al igual que muchos otros extranjeros, se encontró en la Dirección Nacional de Migración con un desalentador panorama: largas filas y un procedimiento por demás engorroso.

Su cita sería dentro de nueve meses. Mientras llegaba la fecha, consiguió un trabajo en una tienda de bisutería en Albrook Mall para sobrevivir, enfermo y lejos de su familia.

Como no tenía tarjeta migratoria, no se atrevía a acudir a los controles de salud, temiendo ser deportado o rechazado por su enfermedad.

Dos meses antes de la cita decidió ganarse un dinero extra y tomó un contrato para montar una tarima al aire libre, cerca de un río, donde se realizaría una boda. Mientras trabajaba, adquirió en el ambiente un hongo que le produjo una infección respiratoria. Diez días después se le desarrolló una neumonía. El VIH tiene la particularidad de atacar las células importantes del sistema inmunitario que protege de las infecciones.

Cuando llegó al cuarto de urgencias del Hospital Santo Tomás, su estado era crítico: no tenía defensas, sus signos vitales eran débiles y hubo que conectarlo a un respirador artificial para mantenerlo vivo por un par de días.

Una fundación, que surgió por la necesidad de tender puentes para ayudar a los migrantes venezolanos, escuchó su caso y acudió en su ayuda.

El grupo, que prefiere mantener su nombre en el anonimato por temor a algún tipo de reacciones xenofóbicas, contactó a los hermanos y a la madre del muchacho para darle la mala noticia.

La única que pudo venir a despedirlo fue la mamá. Los hermanos unieron fuerzas para conseguir el dinero del boleto aéreo. El primer pasaporte que tuvo doña Alba, de 76 años, en sus manos, fue para ir a darle el último adiós a su hijo en un país extraño.

Las horas de vuelo se le hicieron eternas, imaginando la condición de A.R. Rogaba a Dios que aún estuviera con vida.

Del aeropuerto al hospital

A. M., quien dirige la fundación y quien nos contó la historia de A.R., dijo que nunca olvidará la cara del joven cuando vio a su mamá. Le cuesta hablar cuando recuerda la escena, mientras la voz se le quiebra. ‘Sus ojos se abrieron lentamente cuando escuchó la tierna voz que lo nombraba y una sonrisa se dibujó en sus labios', rememoró la mujer.

Con las pocas fuerzas que aún conservaba aquella mujer que había recorrido la vida, su madre lo abrazó con ternura y le besó la frente. Él intentó desesperadamente responderle, pero estaba muy débil. Se alteró tanto, que el médico prefirió sacar a la madre de la habitación. La vida se le fue en ese último suspiro, con la mirada puesta en los ojos de su mamá.

‘En un solo año, toda la vida que tenía junto a mis hijos y nietos cambió. Todos se fueron de mi país y mi A.R llegó hasta el cielo', suspiró la doña. La corta vida de su hijo se resumía a una caja con cenizas que cabía entre sus manos. Era el único hijo que volvía a casa, a su lado.

Vulnerabilidad

‘A.R. nunca debió haber muerto. Él tenía toda una vida por delante', dijo la directora de la fundación. Él solo necesitaba hacerse una prueba de VIH en Probidsida para poder recibir atención médica, reflexionó. Pero, probablemente no lo sabía, pensó en voz alta.

‘Al estar en una condición irregular, las personas experimentan el miedo, al punto de no acceder a servicios públicos, tan básicos como la salud', dijo Gonzalo Medina, oficial de Programas de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) en Panamá.

Los extranjeros que sospechan que portan la infección deben acudir a hacerse una prueba de VIH. Si el examen da resultado positivo, deben ser referidos a la clínica de terapia para ser ingresados al sistema de atención, señaló Aurelio Núñez, médico del Ministerio de Salud.

‘La mayoría de las veces, migrar es el resultado de dramas profundos. No todas las personas abandonan sus países porque sueñan con hacerlo', dijo Marco Gandaségui, sociólogo.

‘Nadie quiere salir de su país, nadie quiere estar lejos de su familia', comentó Yaribeth de Calvo, exdirectora de la Oficina Nacional para los Refugiados (Onpar).

Xenofobia y discriminación

El drama de los venezolanos se inicia desde antes de abandonar su casa. Para poder viajar, muchas veces tienen que pedir prestado a sus familiares para comprar el pasaje de avión. El salario mínimo en la nación sudamericana asciende a $2.96. ‘Es muy duro reunir los $517 del pasaje', explicó A.M.

Al llegar a Panamá, se enfrentan a otro obstáculo, buscar trabajo para ayudar económicamente a sus familiares, que prácticamente están pereciendo de hambre, el salario no alcanza para comprar comida. Y no solo eso, tampoco hay víveres para abastecer a la población. Unos optan por cruzar la frontera con Colombia en busca de alimentos. Otros no tienen más alternativa que escarbar en los desperdicios de la basura.

Las citas para la legalización en Panamá son procesos muy complejos y largos que pueden tardar hasta un año. A.M. explicó que las solicitudes para regularización pueden ser hasta de entre 25 mil y 35 mil aspirantes, pero el sistema solo atiende a 110 diariamente.

Durante el lapso en que se espera la cita, los extranjeros se ven forzados a trabajar de manera ilegal, lo que los expone a ser explotados, a laborar hasta diez y doce horas por un salario por debajo del mínimo, sin las prestaciones que corresponden por ley, agregó A.M.

Los migrantes son vulnerables a convertirse en víctimas de la trata de personas (explotación sexual y laboral) al estar de manera irregular en el país, indicó Medina.

En algunas ocasiones, quienes son sorprendidos trabajando ilegalmente son multados con mil dólares. Otras veces, la policía les retira el pasaporte y les ‘quita' hasta 30 y 40 dólares para devolvérselo. Y, si no han podido juntar el dinero para cancelar la multa y recuperar sus documentos, tampoco pueden continuar con el proceso para su legalización.

El aumento de las migraciones ha fortalecido la xenofobia y el racismo. ‘Que se larguen todos. Se están llevando el dinero para sus países y nos están quitando el trabajo a los panameños', me comentó un periodista. No es el único que lo dice: también el taxista, el albañil, el buhonero piensa igual. En todos lados, la queja es la misma. Y aunque parece injusto, culpan a los extranjeros de la desmejora del crecimiento económico panameño,. sin reconocer que muchos han invertido en tierra extraña y aportado mano de obra calificada. Por uno pagan todos: ‘si uno hace algo incorrecto, todos somos iguales. No es justo', se queja A.M.

Entre la última década (2010-2019), 344,903 extranjeros fueron legalizados, según el Servicio Nacional de Migración (SNM). La mayoría de las personas que optaron por la regularización son de nacionalidades venezolana, colombiana, nicaragüense, dominicana, china y salvadoreña. En el último quinquenio, otras 197 personas fueron beneficiadas con el estatus de refugiados.

‘Los humanos aprendieron a volar como pájaros y a nadar como los peces, pero no aprendieron el sencillo arte de vivir como hermanos', dijo Martín Luther King, una expresión que retrata el panorama actual que viven muchos migrantes.

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