Cambio y transformación, la vida de un migrante en Darién

Actualizado
  • 20/09/2019 07:00
Creado
  • 20/09/2019 07:00
Hasta hace pocos años el Tapón del Darién era un territorio desconocido para aquellos fuera de él, donde se pensaba que solo había selva

Samuel no sabía nada del lugar donde iría ni lo que iba a hacer, solo que era una gran oportunidad para su vida. “La verdad es que tampoco quería saber hacia dónde iba, yo quería verlo con mis propios ojos”. Se despidió de su madre y su padre, sabiendo que no tendría la oportunidad de comunicarse con ellos durante un largo tiempo, ni frecuentemente. “Sentí que me estaba despidiendo de un mundo entero, el mundo de mi juventud, el mundo de mi nacimiento, el mundo de mi comodidad”. Así fue como después de haber salido de su tierra natal, en 2014 llegó a Panamá.

Hasta hace pocos años el Tapón del Darién era un territorio desconocido para aquellos fuera de él, donde se pensaba que solo había selva. Aunque ha sido siempre una región olvidada, en los últimos años y meses se ha convertido en el objeto de una creciente atención, tanto por los flujos migratorios que atraviesan sus caminos selváticos como por la gran deforestación que sucede en el territorio.

Cambio y transformación, la vida de un migrante en Darién

Contrario a lo que se suele pensar, en lugar de ser una región alejada en medio de su selva inmutable, el Tapón del Darién siempre ha sido un espacio de cambio y transformación. Primeramente, un lugar de encuentro de culturas, caracterizada por la migración de sus pobladores, desde áreas rurales y la comarca hacia el centro urbano. Pero también de santeños y comunidades afroantillanas hacia la región. Y, en los últimos años, un lugar de paso para migrantes internacionales.

Sin embargo, cuando Samuel Boehms llegó al Darién, a un poblado de 500 personas en el distrito de Sambú, en la comarca Emberá-Wounaan, no se encontró con la ola de migrantes ni con los campamentos semipermanentes ya característicos en Cémaco, el otro distrito de la comarca. Lo que le sorprendió del lugar es que ese pequeño pueblo parecía estar como en medio de una transición.

En la comunidad había por un lado casas de pajas y por el otro lado casas de zinc, casas sin electricidad y otras con televisión, mujeres vestidas tradicionalmente emberá y jóvenes cuyos vestuarios parecían recién comprados en un almacén.

Sin embargo, algo lo atrapó. Originalmente se quedaría solo dos años en la comunidad y seguiría su camino, pero terminó quedándose cinco. “Después de los dos años sentí que apenas estaba aprendiendo, y tenía una conexión tan fuerte con la gente que no quería dejarlos”. Aunque al principio los locales lo trataban con escepticismo, al aprender el idioma emberá, lo que le tomó también dos años, hizo que lo adoptaran como parte de la comunidad, “ellos vieron que yo hice el esfuerzo de ver la vida desde sus ojos”.

Los cambios que vio durante los 5 años que vivió en Sambú fueron diversos. En una comunidad cuyos ingresos originalmente eran para subsistencia, vio una mejora en la situación económica de algunas familias que ahora adquirían neveras, lavadoras y televisores. También vio una desmejora del tejido social, producido, según cuenta, por una pérdida de los valores tradicionales de la comunidad.

Los cambios que Samuel Boehms vio durante los cinco años que vivió en Sambú fueron diversos.

Con muy pocas oportunidades para generar ingresos en la comarca, muchas de las familias tienen hijos que se van a trabajar a la ciudad, siendo cada vez menos los que regresan y afectando la integridad del sistema comarcal por no haber relevo generacional. Y cuando vuelven, cuentan con un cambio grande en su comportamiento y en sus valores. Muchos prefieren quedarse en la casa viendo televisión y chateando, en vez de salir a caminar, compartir y explorar, no hablan el idioma, y no aprenden de su historia y su cultura.

También vio un incremento en la delincuencia con jóvenes que robaban a sus vecinos y a sus propias familias, “me dio tristeza el ver una cultura muriéndose”.

Para Samuel lo preocupante no son los cambios, sino la manera en que suceden, “todos buscamos lo mismo, mejorar nuestras condiciones de vida y al final ellos también quieren gozar de aquellas comodidades que disfruta la gente en la ciudad”, pero sin apoyo estatal ni la organización de las comunidades, “es difícil pensar en desarrollarte cuando todos los días tienes que estar luchando en el monte solo para sobrevivir.”

En cuanto al deterioro ambiental, la ganadería y la tala de árboles indiscriminada, señala que en Sambú no es tan marcada como en el resto del Darién. Esto puede deberse a que la autonomía territorial de la comarca permitió que las comunidades pudieran rechazar la explotación de madera por parte de una empresa. Pero es también por ello que no tienen carretera, y es un sector incomunicado al cual se tiene que llegar a través de un viaje de 3 horas de lancha desde el puerto más cercano.

Durante esos cinco años, Samuel apoyó la siembra y la producción de café, que ya se encuentra en el mercado, ayudando a organizar un grupo de productores. Hoy sigue siendo un migrante ahora en París, donde estudia actualmente, pero espera volver a su segundo hogar. Indica que los cinco años que vivió en Darién fueron transformadores por todo lo que aprendió en la comunidad.

“Al llegar ahí, siendo de Estados Unidos y viniendo de vivir en una ciudad, mis valores estaban basados en una sola visión. En cambio, en Sambú vi que la gente vive con la naturaleza y no solo explotándola. El valor de la familia, el valor del tiempo libre, y no es que no trabajaban, sino que tenían tiempo para compartir, para desarrollar artesanía, para caminar por el monte, para bucear. Extraño quedarme en una hamaca en familia. Extraño toda la vida que puedes compartir con otros”.

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