Panamá, el andar en una ciudad intransitable

Actualizado
  • 08/11/2019 20:05
Creado
  • 08/11/2019 20:05
Basta afinar la mirada a los rasgos sociales y al desinterés gubernamental para ver en la capital istmeña la necesidad de desmontar los antivalores, la desinformación y la imprudencia reinantes en la cultura vial

Hay una metrópoli de colores y llena de parches. Una que se asoma en el contraste de tejados modestos junto a edificios que compiten por rozar el cielo. De lejos, parece avanzar apresurada, al ritmo de las embarcaciones que navegan a través del Canal. De cerca, las calles de la ciudad de Panamá, capital de la nación istmeña y de la provincia que acoge a más de 1,500,000 habitantes, lucen la desaceleración de una vialidad precaria e insegura para el conductor y el transeúnte, abandonada por la indiferencia de todos los actores. Un círculo que ha vuelto costumbre esquivar baches y eternas reparaciones, causantes de malestares y sinsabores. Calles que se han convertido en una piel con llagas. Las mismas por las cuales transita su gente, cansada, resignada; salpicadas por la lluvia del trópico y ahogadas por ellas durante nueve meses.

En la urbe que recién estrena la celebración de su quinto centenario, se funden la modernidad y los rastros de la improvisación. Un crecimiento de infraestructura acelerado, que parece haberle ganado a los planes y estrategias de urbanización y planeación.

En la humedad de esta misma ciudad, César Rudy, de 46 años, se sacude el cansancio y se alista desde las 5:00 a.m. para una nueva jornada al volante. Una barba prominente y anteojos de gran tamaño no le impiden verse acicalado. Agita en boca el último sorbo de café, hace retroceder el hambre con la habitual hojaldre y abandona su residencia en el área de Campo Lindbergh, a bordo de un Hyundai sedán, rumbo a la calle 27 del corregimiento de Calidonia. Allí, antes de que los comerciantes saluden y los peatones sorprendan, despide a su mujer y enciende el app de Uber a las 6:00 a.m. para ganarse la vida en lo que le ha ocupado desde hace tres años. Con 3,000 viajes en su historial, comienza a dibujar la ciudad.

—Manejar en Panamá es sumamente estresante, no solo hay que maniobrar a la defensiva sino que hay que luchar con el resto por la falta de cortesía; se trata de una competencia para ver quién llega primero y hoy es más complicado manejar por el mal estado de las calles.

La ciudad que atrae por ostentar una de las mayores obras de ingeniería ejecutadas por el hombre, dispone de una plataforma vial que no le hace justicia a las demandas de los cerca de 600,000 vehículos de circulación terrestre que la recorren, en medio de una educación vial cuestionable, que impacta anualmente las cifras de accidentes. De hecho, solo en lo que va de 2019, un total de 789 conductores han sido sancionados por manejar a exceso de velocidad. A ello se suman la señalización escasa, la falta de aceras y semáforos, y la arbitrariedad del transportista público.

—Ya es costumbre lidiar con esto —dice César luego de caer en un 'hoyo de la muerte' en la avenida Cirilo McSween. “Y cuando llegas a una rotonda, tienes que jugártela, porque nadie te da paso”.

Atento a lo que sucede en aquella jungla de cemento, César baja el volumen de su radio, ajusta los retrovisores, bebe de una vieja botella algo de té y con su pecho marcado por el cinturón que le ata a la vida, mantiene cauteloso el pie en el acelerador para llegar a salvo a su destino.

La capital panameña tiene tanto de multicultural como de particular y pintoresca. Basta con pasearse en el tráfico y mirar a detalle el movimiento de este ecosistema.

Desde un caprichoso propietario de Mercedes Benz hasta el taxista, pasando por el repartidor de Glovo o el sexagenario chofer de “diablo rojo”, calientan el asfalto en una carrera contra el tiempo.

Solo el distrito de Panamá cuenta con 563,093 autos en circulación, que incluyen automóviles para pasajeros, ómnibuses, transporte de carga, ambulancias, grúas y autos particulares.

Este mar diario de conductores genera un estado de rebato. Al estar alertas, se genera cortisol, con un incremento de la presión arterial. Se trata de un estado que lleva a que el individuo actúe impulsivamente y, en algunos casos, con violencia, un cóctel de la irritabilidad que escandaliza las calles.

Esta agresividad en el tráfico tiene diferentes dimensiones como la personalidad del conductor, la salud mental, el tipo de vehículo, el estado de las carreteras, la señalización, el congestionamiento vehicular, las horas de trabajo tras el volante, la educación vial, el comportamiento de los peatones, la existencia y aplicación de las leyes y la ingeniería del tráfico. Una realidad de la que César no escapa en su cotidianidad.

“He trabajado desde los 22 años en empresas de logística, servicios y en puestos administrativos que generan mucha presión, pero ahora llego a mi casa mucho más agotado física y mentalmente que cuando estaba tras un escritorio. Es preocupante la agresión que se recibe en la calle”.

Este estado de cansancio mental inicia con una fase de alarma en la que se activan el hipotálamo, la corteza cerebral, la formación reticular, el sistema límbico, el sistema nervioso autónomo y el sistema endocrino. Esto incrementa la capacidad de reacción, mejora los umbrales sensoriales, potencia los mecanismos de alerta y aumenta las funciones vitales, efectos que no deberían ser perjudiciales para el manejo; sin embargo, ocasionan en el conductor un mayor nivel de agresividad y comportamiento competitivo, impaciencia, aumento a la predisposición a realizar una conducción temeraria, mayor predisposición a tomar decisiones arriesgadas y una mayor tendencia a no respetar las señales y las normas de circulación.

“Con la inseguridad que se vive en zonas como San Miguelito, trato de mantenerme en el centro de la ciudad porque soy responsable de mis pasajeros. Debo ser precavido y eso genera mucha tensión y estrés. Además, por el mal estado de las calles, es arriesgado entrar en esas zonas con los clientes”.

Como César, María Romero también se gana la vida tras el volante. De cuarenta y tantos y madre de dos, sabe lo suficiente de salones de belleza, motores y de su Nissan Kicks. La mujer se echa a andar a las 7:30 a.m. desde su residencia en Brisas del Golf, para la recogida del primer cliente en Uber. Con gafas de sol y pose firme, reconoce la valentía necesaria para hacer dinero recorriendo las avenidas y autopistas de la ciudad canalera.

“Es horrible conducir en Panamá. Es grande el maltrato a los autos; hay vías que no están bien iluminadas ni cuentan con los letreros de precaución, lo que favorece la ocurrencia de accidentes”.

Mientras conversa, despeja con sus manos una larga cabellera chocolate. Toma el volante con firmeza y muestra osadía en algunas de sus decisiones. Deja atrás uno, dos y tres semáforos mientras descubre las ojeras que le ha dejado el divorcio que lleva a cuestas.

“Ya estoy mentalizada con el chip de que las calles de Panamá se encuentran deterioradas y en mal estado. Trato de evitar los huecos. Hay zonas con alcantarillas sin tapas que causan problemas graves. De hecho, hace poco dañé los amortiguadores de mi carro, recién comprado”.

El Ministerio de Obras Públicas es uno de los brazos del Ejecutivo más cuestionados. Durante la presentación de la Memoria Institucional 2017-2018, el entonces ministro Ramón Arosemena dijo que en materia de mantenimiento, fueron licitados 240.43 kilómetros de carreteras en el país, implementando nuevas tecnologías para reparar las vías afectadas con la adquisición de cinco camiones tapahuecos; sin embargo, esto no salta a la vista.

Rafael Sabonge, actual titular de la cartera, manifestó recientemente que en la gestión pasada hubo un presunto incumplimiento de pagos de contratistas por el orden de los $300 millones, lo que a su juicio explica por qué algunas empresas no avanzaban a un ritmo razonable.

“Si las calles estuviesen en buen estado, no tendría que invertir tanto en mantenimiento. Todos los desperfectos mecánicos que surgen son gastos adicionales que van más allá del mantenimiento tradicional”.

Son las 7:00 p.m. y María detiene la marcha del día entre los tintes, las uñas y el blower. César apaga los motores, se desviste del cansancio, abandona las gafas y abraza a su mujer. Ambos se desprenden durante unas horas de la ciudad llena de parches; la patria de 4,000,000 que quiere avanzar, dejando atrás los malestares, luchando contra el resentimiento de una vialidad precaria, insegura para el conductor y el transeúnte y abandonada por la negligencia de todos los actores.

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