¿Es natural una inundación?

Actualizado
  • 14/03/2020 00:00
Creado
  • 14/03/2020 00:00
La inundación es el evento destructivo que más ocurre en Panamá. Normalmente es repentino y sucede en las afueras de la ciudad, ocasionando pérdidas parciales a un número relativamente pequeño de personas y viviendas

La moneda tiene dos caras: hay un Panamá de logros y potencial, y otro de riesgo. El de logros es el que amplió el Canal y construyó dos líneas del metro, enfilando más megaproyectos. A ese mismo país pertenecen, por ejemplo, aquellos jóvenes estudiantes, deportistas, emprendedores y universitarios que con su gran potencial, cada año nos dan más alegrías y orgullo al leer titulares que anuncian sus participaciones y triunfos en eventos académicos, deportivos, de innovación y emprendimiento internacionales, ganan concursos, becas y patrocinios, entre otros.

Pero esta realidad convive con otra. Todos los años hay en el país una población que pierde sus enseres: colchones, electrodomésticos, recuerdos. Vemos en las noticias las casas inundadas y a las autoridades llegar heroicamente con colchones.

También se sufre por incendios, derrumbes, explosiones, caída de árboles, pero, ¿cómo afrontar estos eventos que no se sabe dónde ocurrirán? ¿Es inevitable el sufrimiento? Estas preguntas tendrán distintas respuestas si se responden desde la resignación, en lugar de evaluar lo que somos capaces de lograr.

En cierta medida, la planificación de las ciudades y ordenamiento del territorio se puede resumir a la finalidad de aprovechar al máximo los potenciales y minimizar los riesgos.

También se debe cultivar la resiliencia, la capacidad de reponerse de las adversidades que ocurren cuando el riesgo existente se manifiesta. Por ejemplo, una cosa es que una compañía transnacional de agricultura decida cultivar en las márgenes de los ríos, calculando que las cosechas de los años en que no se inundan, rinden más que las pérdidas de aquellos años en los que sí, y otra es que una familia construya una vivienda improvisada dentro del plano de inundación de cincuenta o cien años, y desconozca todos los riesgos.

Para entender mejor aquello a lo que estamos expuestos, debemos definir el riesgo y desglosarlo en sus componentes: la amenaza, la exposición y la vulnerabilidad.

Utilizaremos para esto definiciones de la Política Centroamericana de Gestión de Riesgo, abreviadas y modificadas.

El riesgo de desastres es la probabilidad de se presenten consecuencias sociales y económicas adversas en un sitio particular y en un tiempo definido; la amenaza es el peligro asociado con la probable ocurrencia de fenómenos físicos; la exposición son aquellos elementos que están expuestos a que les afecte ese fenómeno; y la vulnerabilidad es la susceptibilidad de estos elementos a que les ocurra un daño.

Para ilustrar, imaginemos un pequeño pueblo costero, en el que se ha identificado que la amenaza más probable es la ocurrencia de un tsunami; el número de población es la exposición humana y el valor combinado de bienes muebles e inmuebles es la exposición económica; la vulnerabilidad de cada vivienda a ser afectada por el tsunami dependerá de qué tan fuerte es su construcción, la vulnerabilidad de la sociedad se relaciona al nivel socioeconómico, que se mide con indicadores sobre la educación, ingresos y ocupación de la población, entre otros.

Es decir, la amenaza se mide en términos de probabilidad y tanto la exposición como la vulnerabilidad tienen formas distintas de medirse para la población y para los bienes, pero apuntan al mismo concepto.

En la teoría, la vulnerabilidad y exposición se vinculan, porque “no puede ser vulnerable lo que no está expuesto”, sin embargo, al momento de elaborar un modelo probabilista de riesgo, es necesario establecer los valores de exposición humana y económica, así como la vulnerabilidad física de los elementos expuestos, para poder entonces calcular cuáles bienes serían afectados en distintos escenarios.

Las raíces de la palabra desastre: dis (separación) y astro (estrella), datan de cuando los romanos, a través de la mitología, atribuían sus fortunas y desgracias a los cuerpos celestes, y las anomalías en el firmamento eran mal augurio.

El desastre se desencadena por una amenaza, encuentra una población o bienes expuestos vulnerables y se caracteriza por alterar la estructura de funcionamiento del área o comunidad afectada tan grave e intensamente que no puede ser enfrentada o resuelta de manera autónoma con recursos propios.

Antes de que se identificaran los componentes del riesgo, se utilizaba siempre la expresión de desastres naturales, se consideraba que eran inevitables, o que manifestaban la voluntad de un poder superior, que eran 'actos de Dios'.

Hoy día sabemos que el desastre, aunque se puede desencadenar tras la actuación de una amenaza natural, también puede suceder por efectos de la sociedad sobre el entorno (amenazas socio-naturales) como la degradación ambiental, que puede producir sequías, erosión, deslizamientos, inundaciones, entre otros, o pueden originarse de amenazas producidas por el hombre, como accidentes industriales, conflicto o guerras.

Eso hace que se comience a usar la palabra desastre por si sola, considerando que la causa raíz de la amenaza puede ser de las antes mencionadas.

Para considerar que algún evento es fuerza mayor o 'acto de Dios', se debe demostrar que este no era predecible ni evitable. Algo que ocurre cada año y varias veces al año y tiene una intensidad moderada, no entra en esa categoría.

La inundación es el evento destructivo que más ocurre en Panamá. Normalmente es repentino, en las afueras de la ciudad, y ocasiona pérdidas parciales a un número relativamente pequeño de personas y viviendas. Sin embargo, si sumamos los daños acumulados a lo largo de los años, su efecto es mayor que el de los grandes eventos destructivos, por ejemplo el sismo de Limón en 1991 que afectó Bocas del Toro.

Este evento está descrito entre otros tres casos de estudio en el clásico terremotos en el trópico húmedo.

Las inundaciones que ocurren varias veces al año en el este de ciudad de Panamá, en los corregimientos Juan Díaz y Don Bosco, sirven para explicar lo que se conoce como riesgo extensivo, es decir, aquel que se genera por eventos de baja intensidad que ocurren con mucha frecuencia.

En casos extremos, al contrario, de la más alta intensidad y baja frecuencia, sus causas no se logran explicar hasta después de que ocurren, entre estos: el suceso con el volcán Nevado del Ruiz sobre Armero en 1985, los ataques en Estados Unidos el 11 de septiembre de 2001 y el terremoto y tsunami de 2011 en Tokio que desencadenó el derretimiento de reactores nucleares en Fukushima. A este tipo de sucesos se les ha llamado 'cisnes negros', en el libro de Nassim Taleb del mismo título.

Notables expertos internacionales de la Red de Estudios Sociales en Prevención de Desastres en América Latina, con experiencias bajo circunstancias culturales y de gobernanza muy diversas, usan la expresión 'problemas no resueltos del desarrollo' para señalar las contradicciones y dificultades que presentan las sociedades que no logran reducir el riesgo y a veces lo construyen.

La construcción de resiliencia en Panamá plantea muchos problemas no resueltos, que se deben abordar progresivamente. ¿Será este el quinquenio en que comencemos a replantear nuestra relación con el riesgo de desastres?

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