Riesgo urbano y pandemia

Actualizado
  • 03/07/2020 00:00
Creado
  • 03/07/2020 00:00
Estamos en el punto de una inflexión tan profunda, que parte importante del conocimiento desarrollado sobre las ciudades, en cuanto a su funcionamiento, su estructura y su forma, durante las últimas décadas se comienza a replantear

Desde la familiaridad de nuestra casa estamos viviendo un momento excepcional en todo el mundo. Los cambios se presentaron súbitamente, el evento más disruptivo en el recuerdo, pero eso depende de dónde vivimos y desde cuándo. Se pueden encontrar antecedentes comparables en la historia, unos locales, casi contemporáneos, otros remotos. El paralelo que más surge es la comparación con la pandemia de influenza de 1918.

Cima del volcán Nevado del Ruiz.

Este es un momento de “rutina extraordinaria”, con ansiedad, y aburrimiento por igual. Sin embargo, un sector importante de la población se ve afectado también por el sufrimiento extremo de pérdida de amigos, colegas, familiares, así como de sus fuentes de sustento. Este sorprendente acontecimiento puede servirnos para ilustrar algunos conceptos sobre cómo el riesgo se manifiesta en relación con la sociedad, a nivel local y global, de forma diferencial según niveles económicos, sociales y de poder.

Los fundamentos subyacentes de la ciencia son inmutables, lo que cambia es cómo los vamos conociendo, entendiendo, experimentando. Sus manifestaciones evolucionan según las circunstancias. Estamos en el punto de una inflexión tan profunda, que parte importante del conocimiento desarrollado sobre las ciudades, en cuanto a su funcionamiento, su estructura y su forma, durante las últimas décadas se comienza a replantear.

La tecnología ha permitido a los humanos sistematizar su modo de vida, de una manera tan vasta, que olvidamos por un tiempo la fragilidad de nuestro papel dentro de la red de la vida. Justo cuando enmarcamos nuestra situación existencial como un conflicto con las fuerzas climáticas de escala planetaria, es un microbio, una entidad biológica conocida como virus, lo que nos perturba.

La sociedad global se ha visto forzada a hacer una pausa y, en ella, recapacitar y redefinir su accionar, siendo evidentes los cambios hacia el aislamiento físico, la comunicación en línea y la restricción de movilidad hacia distintos espacios geográficos.

Hasta hace poco, los urbanistas exaltamos las ventajas de una ciudad compacta y densa, priorizando el espacio público y describiendo la ciudad en términos de flujos. Se teorizaba que los avances en comunicación reducirían la necesidad del desplazamiento y esto sucedía de manera incremental. De pronto tenemos que replantearnos con urgencia si las eficiencias de vivir en ciudades densas superan los riesgos que esto implica.

Durante los períodos de cuarentena más estricta, las famosas plazas y parques languidecían vacías: plaza San Marcos en Venecia o Central Park en Nueva York, la cinta costera en Panamá, pero la caída en su relevancia demostró ser temporal. De un tirón, todos los sistemas globales, fueran de educación, negocios, salud, entretenimiento, vínculos afectivos, tuvimos que echar mano de los recursos existentes y comunicarnos. Los patrones de desplazamiento han decaído, según lo reflejan los datos para ciudades del mundo que recaudan nuestros dispositivos móviles.

La gráfica que acompaña este análisis, muestra la variación de la movilidad en Panamá, desde mediados de febrero hasta la fecha. En ella se aprecia cómo la movilidad se ha disminuido para actividades como el comercio y la recreación, entre otros, y se ha incrementado en la vivienda. Se compara con el comportamiento de los nuevos casos diarios, para referencia: el primer caso de infección se conoció el 9 de marzo; la cuarentena obligatoria se declaró el 25 del mismo mes; el 1 de junio se abrió el bloque 2 y se levantaron las medidas de restricción de movilidad por horario y número de cédula y, una semana después el día 8, estas últimas se volvieron a establecer.

Se puede observar cómo la movilidad en general se redujo desde que se conoció el primer caso, antes de que se establecieran las medidas de distanciamiento físico y cómo se mantuvo más controlada la transmisión en el periodo en el que estuvo en efecto la cuarentena, observándose un claro incremento de nuevos casos desde inicios de junio. Menores rangos de variabilidad en movilidad se observan entre el periodo en que inicia la cuarentena hasta finales del mes de mayo.

Gráfico elaborado por URC, con datos estadísticos del Ministerio de Salud de Panamá y Google LLC 'Google covid-19 Community Mobility Reports', 2020.

Como el fenómeno del SARS-CoV-2 se ha manifestado principalmente en ciudades, se presta para ilustrar algunos conceptos de riesgo urbano. En el desarrollo de la gestión de riesgo de desastres como disciplina, fue muy importante separar conceptualmente el desastre de la amenaza natural.

La expresión 'desastres naturales' absuelve cómodamente a la sociedad y se equivoca. El desastre como tal, es producto de nuestra creación, es una alteración con consecuencias graves, que se nutre y se desarrolla producto de acciones y conductas humanas en su relación con el entorno físico-ambiental y social. Por eso, el riesgo se compone de tres elementos, la amenaza, la exposición y la vulnerabilidad.

En este caso, la amenaza es el virus y la enfermedad que produce. La exposición es la población del mundo y la vulnerabilidad son las características que hacen que una persona o comunidad pueda ser más susceptible a contagiarse de la enfermedad y sufrir daños, ya sea por no lavarse las manos, no guardar distanciamiento o, digamos, tener una condición de salud subyacente y tener posibles complicaciones por la enfermedad. Nuestra conducta influye en fomentar o disminuir el riesgo de ocurrencia y expansión. Hilando fino, se pudiera decir que quien habita en un entorno familiar sano, sin tener contacto físico con personas fuera de su hogar, no está expuesto.

El virus en sí no causa problemas, hasta que nos arriesgamos a cruzar los umbrales de riesgo y aumentamos la probabilidad de ser infectados y de infectar a otros en nuestro entorno; como ha sucedido en los barrios de menor ingreso de la población, que mayormente tuvieron origen en la ocupación informal, muchos de los cuales –en vía hacia la formalización– carecen de servicios públicos eficientes, y registran alto nivel de hacinamiento por hogar.

Para entender el perfil de riesgo de un lugar o grupo de personas se distinguen distintos perfiles: el riesgo intensivo es aquel en el que se manifiesta un evento de alta intensidad, en un lugar muy poblado y eso ocurre con menos frecuencia, por ejemplo, el terremoto en ciudad de México en 1985. El riesgo extensivo, en cambio, es el que se manifiesta con más frecuencia, cuando un acontecimiento de poca intensidad, como lluvias un poco más fuertes de lo normal, que causan una inundación afectando solo a unas pocas familias.

Iniciando la década de 2020, ha ocurrido esta pandemia global. Alguien pudiera pensar que es un cisne negro, pero se han vivido pandemias con cierta regularidad, más de una en la memoria reciente incluyendo el SARS y el antedicho SIDA. Esto implica que la situación actual era previsible, si no de esperarse. Se pudo evitar o mitigar en alguna medida, no fue un designio inevitable de fuerzas mayores.

Hace pocas semanas, en EE.UU., la amenaza microbiológica se concatenaba con una hecha por el hombre. Las protestas antirracismo tras el asesinato de George Floyd causaron grandes manifestaciones que colmaron calles y amplios espacios públicos, algunas revelando altas dosis de violencia. Siguieron protestas antirracismo en otras ciudades del mundo. Con ello se han logrado poner en el tapete temas de política pública que estaban en mora por décadas, pero los repuntes en infección por el SARS-CoV-2 pueden deberse en parte a estos eventos.

Por ejemplo, durante la pandemia de influenza de 1918, la ciudad de Filadelfia, en Pensilvania, llegó a ser ejemplo del buen manejo de la crisis, sin embargo, no tardaron en aumentar súbitamente los niveles de infección y muerte, producto de un llamado del gobierno federal a celebrar –como un acto de “patriotismo”– una gran concentración en apoyo al coraje de las tropas que lucharon en la Primera Guerra Mundial. Dos semanas después, el sufrimiento de la segunda ola rebasaba el número de infestación y muerte de la ola inicial, además de la capacidad estatal y federal para responder adecuadamente a las nuevas condiciones.

Otro concepto importante es el de riesgo aceptable. En Panamá, por ejemplo, para muchas instituciones públicas el riesgo de transmisión de enfermedades infecciosas parecía ser muy aceptable. Por una parte, en la mayoría de los baños públicos en instituciones y algunos negocios, no se encuentra a veces, jabón, agua, algo con lo que secarse las manos o ninguna de las tres. También es frecuente ver tuberías de aguas servidas desbordadas de papel higiénico por la calle.

Ante la crisis de salud actual, incluso se supo que en algunas dependencias médicas de la Caja de Seguro Social, no había baños higiénicos ni la privacidad necesaria para los pacientes en aislamiento. Es decir, ni siquiera en estos momentos extremos podemos lidiar con los requisitos más básicos de las directrices del Gobierno Central para velar por la salud pública.

Para medir el riesgo se requieren métodos estadísticos. Dos de los principales indicadores son la pérdida anual esperada y la curva de excedencia de pérdidas (en el caso de la covid-19 seria de infección o muertes). La primera medida busca traducir a períodos anuales los promedios de las pérdidas históricas, considerando también las predicciones de eventos que pudieran ocurrir en un horizonte temporal más amplio, digamos entre 500 y 2,000 años. La excedencia se refiere a la probabilidad de sobrepasar esa medida esperada.

El antecedente de pandemia gripal de 1918, hace más de 100 años, es el más comparable. La segunda ola de esa infección, tras la reapertura de actividades económicas en la mayoría de las ciudades, segó más vidas en Estados Unidos que las sucedidas producto de los combates durante la Primera Guerra Mundial. Aunque el mundo ha avanzado mucho en tratamientos médicos, enfoques de epidemiología y otros conocimientos técnicos, parece que no avanzamos es en aprender de la historia.

La situación actual precisa un delicado balance entre el distanciamiento requerido para detener la transmisión, el apoyo que la sociedad requiere para esto y la habilitación de actividades económicas sin perjuicio de la salud pública. Sin embargo, aunque la pandemia recrudece a nivel global, algunas importantes economías en países de alto desarrollo encaminan planes de reapertura económica, aunque en algunos casos han puesto freno a estos al confrontarse con el deterioro en la situación de salud pública de su población. ¿Repetiremos la historia por desconocimiento?

La literatura histórica sobre la pandemia de 1918 nos recuerda que las recomendaciones y prácticas más efectivas en la reducción efectiva de la infección, que permitió la vuelta a la normalidad, fueron el ejercicio de la estricta cuarentena, el lavado constante de manos con jabón, el uso de la mascarilla y el distanciamiento físico en áreas de riesgo; evadir aglomeraciones. Ese es mejor aprendizaje que hay que socializar; también se deben propiciar las condiciones para que la población pueda ponerlo en práctica. Esas simples practicas fueron suficientes para frenar la pandemia hace 100 años.

El autor es profesor de urbanismo en la Universidad de Panamá, y este artículo ha sido elaborado como parte de los esfuerzos de divulgación sobre riesgo urbano del Urban Risk Center de Florida State University.

Lo Nuevo
comments powered by Disqus