• 09/07/2021 00:00

Ha muerto mi amigo Eduardo Morgan Jr.

En mayo de 1957, egresado unos meses antes del sagrado recinto del Instituto Nacional, con su entrada flanqueada de orgullosas cariátides de bronce y leones heroicos, fui con mi padre, el abogado Aquilino Tejeira Fernández, en ese entonces Magistrado del Tercer Tribunal Superior del Segundo Distrito Judicial de Panamá, con sede en mi ciudad natal de Penonomé, a matricularme, siguiendo las aspiraciones paternas, en la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la casa de Octavio Méndez Pereira, o sea la magnífica Universidad de Panamá.

En mayo de 1957, egresado unos meses antes del sagrado recinto del Instituto Nacional, con su entrada flanqueada de orgullosas cariátides de bronce y leones heroicos, fui con mi padre, el abogado Aquilino Tejeira Fernández, en ese entonces Magistrado del Tercer Tribunal Superior del Segundo Distrito Judicial de Panamá, con sede en mi ciudad natal de Penonomé, a matricularme, siguiendo las aspiraciones paternas, en la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la casa de Octavio Méndez Pereira, o sea la magnífica Universidad de Panamá.

Al ingresar a sus aulas, estaba ya, un par de años por delante de mí, el estudiante que ocupaba los primeros puestos, no sólo por su talento y créditos académicos, sino por su innata simpatía personal. Ese era Eduardo Morgan González, hijo del renombrado jurista Don Eduardo Morgan Alvarez y de doña Benigna González Jované de Morgan, lo que lo dotaba de una raíz chiricana que fue siempre timbre de orgullo y compromiso para él.

Allí seguí yo, por seis años más de estudios vespertinos, alumbrados por profesores como Narciso Garay, Dulio Arroyo Camacho, Renato Ozores, Eloy Benedetti, Carlos Iván Zúñiga, César Quintero, y tantos otros talentos del derecho y ejemplos de la moral pública que sería largo enumerar.

Por todos esos años y hasta que obtuvo su título de Licenciado en Derecho y Ciencias Políticas, con máximos honores, se destacó siempre la figura del joven Eduardo Morgan González, mejor conocido como Eduardo Morgan Jr.

Todos le augurábamos un futuro brillante, no sólo por su talento y dedicación, sino porque era hijo de aquel jurista cuyo nombre llevaba él con orgullo, como era el de su padre, Don Eduardo Morgan.

Eduardo se casó con la que sería la leal compañera de su vida, la bella y gentil señorita Diana Boyd De Obarrio y dejó el suelo patrio por algunos años para seguir estudios de post grado en la prestigiosa Universidad de Yale, en los Estados Unidos de América, donde obtuvo el post grado que lo distinguió el resto de su vida profesional.

De esto yo no sabía nada pues mi círculo familiar y social no coincidía con el de quien sería, años después, mi futuro colega, jefe y socio, pero sobre todo entrañable y leal amigo.

A su padre lo encontré y pude tratarlo someramente en un breve período en que ocupé el cargo de Juez Segundo de Circuito de lo Civil del Primer Circuito Judicial de Panamá, donde Don Eduardo gestionaba con frecuencia en complejos y cuantiosos conflictos civiles. También llegaban por allí, esporádicamente, Eduardo Jr. Y su hermano Juan David, otro egresado sobresaliente de nuestra querida Facultad de Derecho.

Posteriormente pasé a ocupar el cargo de Fiscal Superior del Tercer Distrito Judicial, con sede en la ciudad de David, hacia donde acudían con alguna frecuencia los dos Eduardo, es decir, el padre y el hijo, quienes atendían algunos asuntos litigiosos en aquella jurisdicción. Ocasionalmente los encontré en los corredores del Palacio de Justicia chiricano y nos saludábamos con discreta cordialidad, estando ellos vinculados a asuntos que por mis manos pasaban, lo que impedía toda proximidad que pudiese crear algún entredicho sobre mi gestión al servicio de la justicia.

Un par de años después, encontrándome en la posición de Fiscal Primero Superior del Primer Distrito Judicial de Panamá, con sede en la capital nacional, recibí una llamada telefónica de uno de los hermanos Morgan, que si mal no recuerdo fue Juan David.

Esa llamada tuvo por objeto invitarme para que me incorporase a su firma profesional, ampliamente conocida como MORGAN Y MORGAN.

Aquella invitación fue irresistible y fue así como ingresé, por invitación unánime de sus fundadores, a la ya entonces ultra conocida y prestigiosa firma de Don Eduardo y sus hijos, donde militaban entonces Don Germán López Garcia y el Dr. Aristides Royo Sánchez.

Eso fue en el año de 1971 y desde entonces pude estar al tanto del esfuerzo profesional de Eduardo Jr., trabajando intensamente y con grandes sacrificios personales, por proyectar a Panamá, dentro y fuera de sus fronteras, como un foro al servicio del mundo, como lo pregona nuestro Escudo de Armas, éstas sustituidas por otras, que son de paz

Porque para Eduardo, Panamá fue siempre puente del mundo, corazón del universo. Su canal, su entorno geográfico, geoeconómico y político generan para nuestra patria istmeña y para su población, oportunidades extraordinarias, propicias para sustentar un desarrollo sostenible permanente y de beneficios para toda nuestra población, a la que sólo hay que brindarle las herramientas que en las manos de cada uno pone la educación.

Eduardo estuvo siempre muy vinculado y atento a los quehaceres de la República, pero uno de sus motivos de orgullo especial fue su labor como Embajador de Panamá ante el gobierno de los Estados Unidos de América.

En esa posición, aquel Embajador, nutrido por el amor a su patria, por el ejemplo de su padre y por sus estudios de temas históricos relacionados con el acontecer nacional de siglos, lo llevaron a expresar y sostener ante los representantes de la superpotencia, lo que su conocimiento y su corazón le indicaban que debía expresar para poner en alto el interés y la dignidad nacional. Todo ello quedó reflejado en su obra: Memorias de una Embajada, obra que debe ser del conocimiento de cada panameño que sienta orgullo de serlo.

Narrar la vida y obra de Eduardo Morgan Jr. es tarea de gran alcance. Por ahora me limito a expresar que a su visión y esfuerzo, unido al que de la misma dimensión desarrollaron su padre y hermano, hicieron de la firma morgan y morgan el hogar laboral, social y hasta familiar de cientos de hijos de este suelo, sustento de sus familias, allí acogidos y tratados en un ambiente de convivencia cordial que ha arropado a todos y cada uno de ellos por muchas décadas.

En ese aspecto, la sencillez personal y cordialidad de Eduardo lo hacían próximo y amigo de todos y cada uno de los múltiples colaboradores, comenzando por Aiga Biggs, Mercedes de Estribí, Pablo Espino, Publio Zambrano, Luís Davis y una larga lista.

Esa amplia cordialidad hizo parte de la familia Morgan, dentro y fuera de la firma, al inmenso Luís Vallée, y muchos otros y otras que sería largo enumerar.

Hablar y escribir sobre Eduardo Morgan Jr. es tarea larga y profunda. Por ahora, me limito a decir lo que siento en este momento como primera reacción de mi espíritu, en el cual quedará grabado por siempre el recuerdo de ese colega y amigo, transformado en hermano.

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