Politizando el antropoceno

Actualizado
  • 23/10/2022 00:00
Creado
  • 23/10/2022 00:00
Al poner la naturaleza en el centro del pensamiento sobre el trabajo y el trabajo en el centro de nuestro pensamiento sobre la naturaleza, el concepto del capitaloceno propone una forma distinta de pensar la crisis ecológica mundial
La acción humana ejerce su fuerza sobre el planeta de forma concentrada, implacable e indeleble.

La huella humana en la tierra se expande. Su fuerza es indeleble, desigual, concentrada e implacable, y se perpetúa a través de la reinvención y racionalización de nuevas dinámicas que postergan las contradicciones del capitalismo, que es como Marx llamó a los procesos de desgaste del sistema-mundo construido sobre la base de la acumulación del capital y la sobreexplotación de la plusvalía.

La acción humana sobre el planeta ha sido tan destructora que ha internalizado cicatrices en el ADN estratigráfico de la tierra. Como bien lo dijera Altvater, “en el antropoceno, los pueblos se pueden volver una capa de la tierra”. Así, con la acción –y destrucción– del 'homo sapiens', se empezó a construir la transición hacia una nueva época geológica.

A inicios del milenio, el biólogo estadounidense Eugene Stoermer, y el Nobel químico holandés, Paul Crutzen, proponen el concepto Antropoceno, que proviene del griego anthropo (humano) y kairos (nuevo),  para hablar de una nueva época geológica que sucede al Holoceno dentro de la era cuaternaria del período Cenozoico.

Crutzen y Stoermer sustentaron en el artículo científico que publicaron en el año 2000 en la revista The International Geosphere–Biosphere Programme (IGBP) que, aunque ya desde hacía unos 11 mil años —cuando comenzó el Holoceno— la biósfera mostraba efectos de la intervención del hombre, éstos efectos se recrudecieron en los últimos siglos, convirtiendo la intervención humana en una “significativa fuerza morfológica y geológica”.

Stoppani, citado en dicho artículo, ya hablaba en 1873 de una era antropozoica, y calificaba la actividad humana como “una nueva fuerza telúrica exponencial de la población humana sobre la tierra”. Crutzen y Stoeremer renuevan el concepto basados en la creciente explotación de los recursos naturales, la cada vez mayor emisión de gases en la atmósfera, el acaparamiento de los mares por la pesca industrial y la sobreexplotación de fuentes hídricas, entre otras cosas, augurando que estos efectos durarían al menos 50,000 años más. Tras mucho debate, el concepto 'antropoceno' fue aceptado 16 años después.

Sobre el punto de partida del antropoceno hay tres corrientes. La de Crutzen y Storoermer que fijan el inicio de esta época con la invención de la máquina de vapor que dio vida a la Revolución Industrial; una segunda corriente de autores como Jason Moore y Andreas Malm, que se retrotraen al siglo XV y XVI cuando “la conquista global, la mercantilización interminables y nacionalización implacable” sentaron las bases del capitalismo; y una tercera vertiente que secundan  autores como Steffen, que se inclinan por el periodo posterior a la II Guerra Mundial, conocido como La Gran Aceleración, donde se intensifica el consumo de plástico, el uso de combustibles fósiles y se inventa la bomba atómica. (Jimenez y García, 2020).

Del Capitaloceno

Pero para autores como Malm, Moore o Bellamy Foster, el concepto del Antropoceno se queda corto en las conversaciones políticas fuera de la geología. Con este enfoque, trasladan la culpa del ser humano (anthropos) al sistema capitalista. Luego politizan el Antropoceno con un nuevo concepto: el capitaloceno. Este término, dice Moore, va más allá de la máquina de vapor ya que entiende que “el primer paso para esta industrialización radical del mundo empezó con la transformación del medio ambiente global en una fuerza de producción para crear algo a lo que llamamos economía moderna, y que es mucho más grande de lo que contiene el término economía”. (Moore, 2020).

El escritor mexicano Francisco Serratos plantea en su libro “El Capitaloceno, una historia radical de la crisis climática” que el Capitaloceno es más un argumento que un concepto. Dice que es la crónica de una serie de acontecimientos que se enmarca “en una narrativa mucho muy mundana” que es la acumulación ilimitada de riqueza a través de la guerra, la colonización, la privatización o el despojo, pero que si bien todos participamos en esa narrativa, no todos hemos recibido los mismos beneficios, ni todos los humanos hemos consumido la misma cantidad de recursos.

Por lo tanto, la culpa del desastre ambiental que ya estamos viviendo en el mundo no es del “humano”, sino del sistema-mundo capitalista. Entendiendo el capitalismo no como una producción externa de la vida, ni como un mero sistema económico o social; sino como una forma de organizar la naturaleza y de organizarnos nosotros a través de relaciones asimétricas de apropiación y explotación.

Por eso la acumulación del capital no debe entenderse como un mero proceso social con consecuencias medioambientales, sino como una forma de enlazar la naturaleza humana y no humana y ponerlas a trabajar en función de la generación de valor. (Moore 2020, Navarro y Linsalata, 2021). Horacio Machado, por su parte, afirma que en el Capitaloceno la ley del valor se erige como el principio constituyente, el comando social desde el cual se produce la naturaleza “desde adentro”.

En esa línea, la relación “natural” de la naturaleza con el ser humano se rompe, imponiendo separaciones en el tejido de la vida para luego imponer formas artificiales de reconexión basadas en ensambles funcionales a la “valorización del valor”, tales como el salario, el mercado, la familia heteropatriarcal, el Estado (Foster, 2000).

Es a partir de esas relaciones –y sus impulsores– desde donde debemos abordar la crisis socioecológica, hablando ahora del Capitaloceno en vez del antropoceno, porque al asumir que lo humano es todo homogéneo, se desdibujan las responsabilidades particulares y las formas concretas de intervención, apropiación y coproducción en el tejido de la vida (Navarro y Linsalata, 2021).

Por lo tanto, plantean Jiménez y García, al poner la naturaleza en el centro del pensamiento sobre el trabajo y el trabajo en el centro de nuestro pensamiento sobre la naturaleza, el concepto del capitaloceno propone una forma distinta de pensar la crisis ecológica mundial al centrarse en la acción humana cruzada por relaciones desiguales de poder político y económico. El diagnóstico que emerge, en palabras de Navarro y Linsata, resulta útil para comprender la raíz histórica del régimen de relaciones de la (necro) economía extractiva, capitalista, patriarcal y colonial. Un diagnóstico que a su vez está ausente en la “investigación objetiva y rigurosa, y por ello moralmente inofensiva” del Antropoceno. (Harley, 2015, citado por Jiménez y García, 2020).

Posicionados y posicionadas políticamente desde el capitaloceno, se pueden empezar a buscar alternativas. Se puede abordar la discusión desde el feminismo, desde el Sur, desde posiciones contra hegemónicas, anticoloniales y anti imperiales. Teniendo cuidado de no caer en la trampa de narrativas como la del buen capitaloceno o el capitalismo verde, que después de repartir la culpa del problema que creó el capitalismo, “vende una nueva propuesta tecnócrata moral que reinstitucionaliza y reorganiza toda la naturaleza humana por medio del desarrollo económico” (Moore, 2017).

A pesar de las polémicas y contradicciones, la discusión sobre la alternativa poscapitalista no puede detenerse. Como bien concluye Serratos en su obra: si no pasamos de la culpa metafísica del “somos humanos, siendo humanos” a “son ciertos humanos con mucho poder económico, político y militar los que cimbran un sistema inviable e incompatible con los procesos biológicos”, mal podremos reescribir el futuro.

La autora es periodista y maestranda en Ecología política y alternativas al desarrollo

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