1918: lecciones de la pandemia más letal de la historia

Actualizado
  • 15/03/2020 06:00
Creado
  • 15/03/2020 06:00
La llamada 'influenza española' azotó medio mundo, causando más muertes que ninguna otra enfermedad en tan poco tiempo
1918: lecciones de la pandemia más letal de la historia

El año 1918 fue probablemente uno de los más duros de la historia conocida. La I Guerra Mundial, considerada entonces el más importante conflicto bélico en números de muertes y soldados movilizados (más de 70 millones), estaba en su fase final. Sobre el campo abonado de cuatro años de destrucción y muerte, crecería vigorosa la pandemia más letal conocida por la humanidad.

La llamada “influenza española” pudo haber estado en su etapa embrionaria desde finales del año 1917 pero tomaría fuerza a lo largo del año 1918, haciendo crisis en octubre de 1918 y afectando a sus últimas víctimas en abril de 1919.

En su trayectoria, llegaría a infectar al 5% de la población mundial (500 millones de personas), causando la muerte de entre 25 y 100 millones de personas.

La dificultad para precisar el número de afectados se debe a la timidez de las grandes potencias como Alemania, Austria, Francia, el Reino Unido y Estados Unidos para reportar las verdaderas cifras de contagio y muerte, por temor a que sus debilidades pudieran ser aprovechadas por el enemigo. España, que no participaba en la guerra, fue más transparente por lo que se piensa que esto contribuyó a que se identificara como punto de origen.

1918: lecciones de la pandemia más letal de la historia
Antecedentes

“Al principio del verano (de 1918) supimos que se había desatado la Influenza Española en Europa y algunos de nosotros, que habíamos vivido la experiencia de 1889-1890, sabíamos qué esperar”, decía el doctor Royal S. Copeland al diario New York Times, en un artículo publicado el 17 de noviembre bajo el título “Lecciones de una epidemia: para la próxima vez”.

Copeland, quien pasaría a ser reconocido por su destreza para organizar el combate a la enfermedad como presidente del Consejo de Salud de la ciudad de Nueva York, se refería a la pandemia de 1889-1990, que había estallado durante su primer año de práctica profesional, cuando era un médico recién graduado de la Universidad de Michigan en Annn Arbor.

Habían pasado ya 18 años de la “gripe rusa”, que había matado a 1 millón de personas, y aunque con ella se había ganado alguna experiencia básica, nada lo prepararía para la “influenza española”, a la que el doctor llegaría a considerar “la peor experiencia de su tipo”.

1918: lecciones de la pandemia más letal de la historia
Origen de una pandemia

Una revisión digital de los periódicos de la época nos permite comprobar que los primeros reportes de “influenza española” se dieron en Kansas, donde las universidades fueron cerradas desde noviembre de 1917 para evitar el contagio.

La mayoría de los estudios sobre la enfermedad, no obstante, sostienen que la influenza española estalló durante el verano de 1917 en el Sur de Europa, y que en el otoño e invierno de 1917-1918 llegaría con fuerza a los países del Occidente de Europa y América.

Europa era entonces campo fértil para la enfermedad. Devastada por la guerra, con los niveles de nutrición por los suelos, la población era presa fácil de las enfermedades como la gripe y el cólera. Adicionalmente, las aglomeraciones de los soldados en los campamentos y los frentes de batalla facilitaban la difusión de los virus y bacterias.

Cuando los soldados enfermos fueron movilizados hacia sus hogares en trenes, camiones y barcos, la enfermedad fue regándose en todo el continente.

Reportes periodísticos

Los periódicos panameños de la época no dieron demasiada importancia al tema.

En los primeros meses se dedicaron a publicar los cables relacionados con el cólera en Europa, pero desde julio, cuando ya la influenza española se había convertido en una pandemia, retomaban los cables internacionales procedentes de Europa, Estados Unidos y Sur América . .

“El Kayser ha contraído la gripe”, decía un titular de The Star and Herald del 10 de julio de 1918.

“Príncipe sueco cae víctima de la influenza española” decía otro titular de La Estrella de Panamá del 11 de julio.

“España cierra su frontera”, publicaba The Star and Herald del 23 de septiembre.

“La influenza reclama 60 víctimas en un día en Suecia”, decía otro cable publicado el 25 de septiembre por el mismo periódico.

“La influenza devasta en Gran Bretaña” decía otro de octubre 27.

Si los datos ofrecidos en los diarios panameños eran escasos, en Estados Unidos los detalles abundaban: a mediados de julio sendos titulares anunciaban los avances de la enfermedad en Europa: “600 casos en las fábricas de Letchworth”; “400 enfermos en el Cardiff Central Post Office”; “200 pacientes en nueve días” o “20 mil casos en el ejército” y negaban que la epidemia hubiera llegado a Estados Unidos.

Pero en poco tiempo la situación cambiaba. El 20 de agosto, el diario Brooklyn Eagle Star anunciaba: “La influenza española se manifiesta aquí de forma leve”.

Tiulares de otros diarios decían: “La influenza española se radica en varias partes de Estados Unidos”, “85 mil enfermos en Bay State”.

Síntomas y cura

Para entonces los médicos se esforzaban por descubrir si se trataba del mismo bacilo de Pfeiffer que había causado la pandemia de 1898 o si era otro. No se sabía ni siquiera si las epidemias que atacaban Boston, Nueva Orleans o Kansas era la misma. Por supuesto, no había vacunas.

“El virus paraliza a la gente repentinamente cuando se encuentra en medio de la calle, en las fábricas, oficinas. Primero es un escalofrío, después la fiebre, dolores de cabeza, dolores de espalda y en el resto del cuerpo; los ojos se ponen rojos; puede estar acompañado de mareos, debilitamiento, náuseas y depresión”, decía uno de los diarios estadounidenses.

A falta de mayores conocimientos se recurría a las terapias tradicionales: descanso, aislamiento. Tal vez quinina, aspirina.

Pero los comerciantes aprovechaban para promover sus productos: Vick Vaporub, polvos de Dowder, Lysol, purgantes y hasta Ron Bacardí aseguraban ser imprescindibles en esos momentos de crisis.

Las autoridades aconsejaban evitar las aglomeraciones, no usar el metro. Incluso las de Nueva York recomendaban no dejarse llevar por las “inclinaciones amorosas” y que si tenían que besar a alguien, lo hicieran a través de un pañuelo.

Muertes

El 1 de noviembre otro diario estadounidense reportaba que “la Influenza española todavía causa muchos enfermos y muertes a lo largo de Estados Unidos, pero la gente está cooperando con los doctores, enfermeras y la Cruz Roja para sacar la enfermedad de circulación. Nuevos casos se reportan cada día pero esta semana han sido menos que la pasada. El cierre de las escuelas y lugares de diversión y la discontinuidad de todos los eventos en puertas cerradas, las precauciones médicas apropiadas, el portar máscaras, etc., está deteniendo la propagación de la enfermedad. La escasez de doctores y enfermeras es también seria pero hay muchos voluntarios que están haciendo lo mejor posible bajo las circunstancias”.

Ese mismo día, un periódico de Sacramento, California, reportaba que en esta ciudad una familia entera de cinco había sucumbido. Se decía que la tasa de muerte era del 4% aunque otros dirían que llegaba hasta el 10%.

Entre todo este caos de muerte y enfermedad, el mencionado artículo del doctor Copeland, del 1 de noviembre, que pretendía dejar por escrito las lecciones para la posteridad, ofrece una pista sobre cómo la ciudad de Nueva York supo manejar los asuntos de una forma efectiva.

“La epidemia de Influenza Española ha sido declarada oficialmente una cosa del pasado y la ciudad puede ahora sacar provecho de su experiencia. Que haya sido la peor experiencia en su tipo que hayamos tenido, todo el mundo lo sabe. Pero ¿cómo logró la ciudad salir adelante?”, iniciaba el artículo mencionado.

Copeland explicaba que el modelo de Nueva York había logrado que se dieran solo 50 muertes por cada mil habitantes, a diferencia de Boston (101 muertes por cada mil), Washington (109), Baltimore (149) y Philadelhia (158).

Los pasos tomados por Copeland y las autoridades de Nueva York incluyeron los siguientes:

1. Personarse en los puertos de entrada de la ciudad y poner en cuarentena a los enfermos que llegaban a la ciudad en barcos procedentes de Europa.

2.Organizar un récord para detallar todos los nuevos reportes de la enfermedad y de su hermana la neumonía.

3. Abrir 150 centros de atención en diferentes zonas de la ciudad. Los centros funcionaban en iglesias, escuelas, casas particulares y cada uno de ellos contaba con líneas telefónicas de contacto, así como un grupo de enfermeras, ayudantes y trabajadores voluntarios, ambulancias y transporte para el despacho a domicilio de medicamentos, provisiones y atención médica.

Todos los centros estaban coordinados con el Consejo de Salud de la Ciudad y compartían un registro de las camas vacantes en los hospitales y de las demandas para agilizar la hospitalización de aquellos lo necesitara.

De acuerdo con el reporte de Copeland, la primera muerte de neumonía o de influenza de la ciudad de Nueva York se reportó el 23 de septiembre de 1918. De ese momento el aumento del número de muertes fue constante hasta el 23 de octubre, cuando la epidemia llegó a su pico, con 5,390 casos de fallecimiento por influenza. De allí el número de muertes empezó a declinar hasta el 10 de noviembre.

A finales del año, la compañía aseguradora Metropolitan Life publicaba un reporte en el que anunciaba que 75 mil clientes de la empresa habían fallecido durante la crisis.

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