• 08/07/2010 02:00

Desafío del panameñismo

Del mismo modo como se hicieron trizas las expectativas de los grandes equipos latinoamericanos en Sudáfrica, el presidente Ricardo Mart...

Del mismo modo como se hicieron trizas las expectativas de los grandes equipos latinoamericanos en Sudáfrica, el presidente Ricardo Martinelli se encuentra en un laberinto de contradicciones y descrédito cuyos efectos todavía no pueden medirse. Una a una han surgido situaciones, en su mayoría creadas por el gobierno, que repercuten dolorosamente en su gestión.

Martinelli había amenazado en forma insistente con que tenía tres bombas que estremecerían el país. La única explosión real fue una sospechosa mina en Jaqué, que hizo despertar a la ciudadanía acerca de los efectos sobre la seguridad nacional de las decisiones de Martinelli, al comprometer al país en la aventura guerrerista de Colombia. Las precipitadas declaraciones del gobernante acusando a sus antecesores de tener arreglos con las FARC, también fueron contraproducentes. Basó sus señalamientos en información altamente confidencial —que filtró a conveniencia y en forma irresponsable a medios de comunicación— entregada por Colombia al gobierno anterior. Primero el presidente Álvaro Uribe y luego su director de la Policía Nacional, general Óscar Naranjo, dejaron a Martinelli con un palmo de narices. Algo similar a lo que ocurrió cuando se metió a pelear con el fiscal general de Costa Rica, Francisco Dall’Anese.

En medio del mundial de fútbol se destapó un nuevo escándalo en el entorno del ministro de Seguridad, José Mulino, por casos de sobornos. Mulino, el más impopular del Gabinete, representa el espacio político de un partido de la alianza oficial, lo que dificulta su destitución. La seguidilla fue un nuevo episodio en el Órgano Judicial y el Ministerio Público por las graves acusaciones de la jueza suplente Zulay Rodríguez, cuyos efectos explosivos nadie puede calibrar en forma anticipada. Rodríguez fue vocera de Martinelli en la campaña política y en el cometido de lograr la destitución de Ana Matilde Gómez, ex procuradora general de la Nación.

En forma paralela están acumulando fuerza las acciones de protesta contra los excesos legislativos de Martinelli. Las crecientes acciones de gremios docentes, ambientalistas, el movimiento sindical en el interior y en la faja canalera, se suman al paro de labores de los trabajadores en las obras de la ampliación del Canal. Un consorcio ítalo—español—panameño intenta ignorar el derecho sindical y las demandas laborales, lo que es un mensaje al exterior que desnuda la persecución hacia los sindicatos estimulada por el gobierno. La detención de una treintena de trabajadores sindicalizados en Colón, es como echar gasolina en el escalamiento de un enfrentamiento con el movimiento obrero.

Como si no fuera suficiente con la crisis que tiene entre manos, Martinelli enfrenta ahora el desafío del Partido Panameñista. Después de reiterados pedidos para que renunciara el alcalde capitalino Bosco Vallarino, violentando la Constitución Política, la institucionalidad y la autonomía municipal, el presidente del Partido Panameñista y vicepresidente de la República, Juan Carlos Varela, en una abierta provocación a Martinelli, maniobró contra todo pronóstico para mantenerlo en el cargo.

El desplante contra Martinelli ha abierto una grieta política en la alianza opositora y dejado en el ridículo al gobernante. La presión vino de un sector de líderes panameñistas alarmados porque un Varela complaciente estuviera dispuesto a sacrificar a Vallarino y entregar la principal plaza política del país después de la Presidencia de la República. Para mantenerlo en el puesto, Varela pidió a Martinelli un tiempo de gracia de 120 días, con la promesa de que renovaría su equipo alcaldicio y facilitaría las denuncias por supuestos actos de corrupción contra su antecesor Juan Carlos Navarro. Las denuncias contra Navarro —una de las bombas anticipadas por Martinelli— demuestran cómo se pretende desviar la atención pública del monstruo creado por la cúpula gobernante.

Los artífices del peor alcalde de la historia capitalina son precisamente Martinelli y Varela, quienes lo impusieron como candidato, montaron una campaña sucia con el caso del colombiano David Murcia Guzmán y presionaron para que la Asamblea Nacional de Diputados aprobara una ley que le permitió posesionarse del cargo, a pesar de que el Tribunal Electoral todavía no ha fallado sobre su doble nacionalidad. El fracaso de Vallarino, quien solo tiene un 4% de popularidad, también es el fracaso de Martinelli y de Varela. Por el momento una corriente del panameñismo no quiere entregar la Alcaldía a Cambio Democrático, lo que provoca una fisura con Martinelli y su estilo absolutista y de atropellos institucionales.

*PERIODISTA Y DOCENTE UNIVERSITARIO.

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