• 10/02/2018 01:02

Carnaval y principio de subsidiariedad

‘Cuando encomendamos tareas eminentemente locales al Gobierno nacional, los resultados son como el actual carnaval de la capital: caro y muy poco útil'

Hoy comienza el jolgorio del carnaval, que aunque se dice que paraliza al país, también sirve de motor económico para muchas ciudades y pueblos del interior. Pero, mientras en la capital el carnaval es organizado desde hace años por el Gobierno de la República, como si de un asunto de interés nacional se tratase, en el resto del país los carnavales son organizados estrictamente en el ámbito local, con resultados que son muy mejores a los de la capital.

Tomemos por ejemplo el carnaval de Las Tablas, indudablemente el más vistoso del país. La tradición del carnaval tableño radica en la rivalidad pueblerina entre las tunas de Calle Arriba y Calle Abajo (esta última, dividida por rencillas internas desde hace varios años), por lo que si bien hay una organización logística que involucra al pueblo en general, el peso de la organización del carnaval recae de manera independiente en cada una de las tunas. Estas son organizaciones netamente privadas, en las que la motivación principal de los fieles a cada una lo es el amor por su tuna. El resultado lo vemos todos los años, ya sea en persona o a través de la televisión, y es uno de gran derroche de lujo y alegría genuina que apasiona a los tableños y atrae visitantes de todo el país, e incluso tiene sus fieles visitantes recurrentes del extranjero.

Similar historia ocurre con carnavales organizados en otras ciudades y pueblos del interior, como el de Pedasí, Chitré, Los Santos, Ocú, Penonomé, por mencionar algunos de los más prominentes. En todos estos pueblos el carnaval tiene el beneficio de la organización de largo plazo y el compromiso genuino de los simpatizantes de las tunas, y de muchas personas que de un modo u otro hacen posible con su trabajo —algunos de manera profesional y otros ad honorem — ese lujo y esplendor que se vive por cuatro días en cada uno de estos pueblos.

Compare usted cualquiera de ellos con el carnaval de la ciudad capital, en que el Gobierno central, a pesar de que se gasta millones de dólares, no logra atraer las masas de visitantes que logra Las Tablas o cualquiera de los otros carnavales mencionados. En el carnaval capitalino no hay nada parecido a una organización de carácter permanente, a la que se le encargue programar las actividades de carnaval a largo plazo. Quien organiza es el Ministerio de Turismo, que, como ente político que es, se caracteriza por el cortoplacismo. Basta observar que la reina del carnaval capitalino es elegida aproximadamente un mes antes de celebrarse este. Tal improvisación es inconcebible en Las Tablas, donde lo usual es que, a más tardar, pocas semanas después de terminado el carnaval, cada tuna designe de manera oficial a la reina del año siguiente.

No es sorpresa que todo el panameño que puede hacerlo, usualmente emigre de la ciudad hacia el interior durante los carnavales. Pero el carnaval de la capital no siempre estuvo cargado del cortoplacismo y la mediocridad que sufre hoy. Desde que comenzó a ser organizado a inicios del siglo pasado, y por muchas décadas, el carnaval capitalino era tan bueno que gozaba de fama internacional. En aquellos tiempos, el carnaval era organizado de manera enteramente privada. Era una fiesta del pueblo en que participaban y se mezclaban ciudadanos de todas las clases sociales, algo que evidentemente no podemos decir hoy del carnaval de la capital, pero sí de los de Las Tablas y otros pueblos del interior en que el carnaval sigue siendo una actividad propia del pueblo, organizada por su gente.

La lección está en el llamado Principio de Subsidiariedad. En primer lugar, el carnaval es una actividad anual que claramente es mejor organizada por particulares que se asocian con un objetivo común, como ocurre en los pueblos interioranos donde el carnaval es un éxito, que lo que puede hacer cualquier ente gubernamental, cuyos incentivos son muy distintos a los de los particulares que organizan carnavales. En segundo lugar, el carnaval es una actividad eminentemente local, y por tanto aún en aquellos aspectos en que se requiere coordinación de las autoridades, lo correcto es que ello se haga con las autoridades locales, y no con el Gobierno nacional.

Cuando encomendamos tareas eminentemente locales al Gobierno nacional, los resultados son como el actual carnaval de la capital: caro y muy poco útil.

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