• 13/01/2019 01:03

De perfecciones y disfraces

‘[...] paremos las orejas y abramos los ojos para identificar los antecedentes de los candidatos, su fortaleza de carácter, experiencia, educación; la viabilidad de lo que prometen y, [...], quiénes los financian y promueven [...]'

¿Existe el político perfecto? Es una pregunta que deberíamos hacernos. Al observar cómo se va desenvolviendo la política, me preguntaba si hay quienes creen que existe el político perfecto. Y sabemos perfectamente que no, que no hay ser perfecto y mucho menos, políticos perfectos. Pero está visto que en la contienda para favorecer al candidato (a la Presidencia, alcaldía, diputación, etc.) de nuestra simpatía o interés le atribuimos virtudes que no tienen, a veces por afectos de amigo o familia y hasta por la pereza de hacer un escrutinio en frío de sus virtudes o falencias. Pero los interesados en el negocio de la política (que para algunos lo es) tratan de meter ‘borrigueros por iguanas' o cubren a los lobos con piel de oveja; con hipócrita juicio atribuyen perfección al candidato de su conveniencia; disfrazan el interés cuando lo que persiguen no es otra cosa que el provecho personal. De nosotros depende dejarlos sin disfraz. El apasionamiento de los simpatizantes de los candidatos, en especial por los que aspiran a la candidatura presidencial, diputación o alcaldía resta objetividad y se acude a la descalificación, al discurso del odio, al lenguaje ofensivo, la calumnia, la tergiversación sutil, pero venenosa.

Es realidad que muchos años de corrupción han dado pésima reputación a los políticos en general, y que su prestigio esté enfangado; y que en la contienda electoral descalificar enlodando sin escrúpulo alguno es parte de la búsqueda del triunfo, práctica tremendamente perjudicial para el proceso de elecciones democráticas. Utilizar este recurso ha creado, y crea, la impresión de que la oferta política ofrece, principalmente, producto humano podrido; que solo se interesan en participar los que llegan con el propósito de enriquecerse a costillas del Estado; los ineptos que tienen parientes protectores acomodados en el Gobierno o los que llegan ‘aguanchinche' con patrocinio (dinero, medios) que después tienen que pagar, porque ‘favor con favor se paga'. Y no es cierto. No del todo. El actual torneo presenta figuras sin ataduras a partidos políticos; muchos jóvenes y ciudadanos no tan jóvenes, pero con aspiraciones sanas y empeñados en desbancar a los corruptos que período tras período, gracias al bien cultivado y engrasado clientelismo que corrompe la pureza del voto, se enquistaron como parásitos estatales. Considero que no hay razón válida para descalificar al político honesto que formó parte de algún Gobierno anterior; ni tampoco descalificarlo por ser, o haber sido, miembro de algún partido. Sin embargo, estos argumentos son usados como arma de ataque.

En un proceso cargado de violencia verbal, que tanto daño causa a la convivencia social, el resultado podría pasar de las palabras a la violencia física. Y ese es uno de los riesgos que no estamos considerando seriamente. Muchos usuarios de las redes sociales las han convertido en letrina. Según lo que se observa, cuando apenas empieza a definirse el cuadro electoral se ataca con saña y encono puramente personal; sin el menor apego a la verdad, tergiversan, mienten e insultan; otros, la mayoría escudados en la cobardía del anonimato en las redes o en agrupaciones oportunistas y en ‘call centers', tienen como tarea política el desprestigio sistemático de los adversarios y hasta ‘asolear' la vida íntima y familiar de los candidatos. Circularon varios mensajes repugnantes (sin autoría) atacando a determinados candidatos y partidos; no hace falta mover muchas neuronas para identificar las varias autorías. Y manifestando los más bajos sentimientos leí despiadados, infames comentarios sobre dos fallecimientos; a ese grado de odio pueden conducir las diferencias, los resentimientos. Y no es asunto de tomar a la ligera. Mi gran temor es que el discurso del odio envenena la democracia, fomenta desconfianza, pasiones negativas y enemistades. Las fallas en candidaturas de libre postulación en el actual proceso electoral han creado un elemento adicional de turbulencia que enrarece aún más el torneo que culminará el 5 de mayo próximo.

Votar es deber y privilegio que deberíamos ejercer bajo consideraciones objetivas. Sabemos que es práctica usual en este torneo mucho blablablá politiquero y engañosas promesas. Por tales razones, paremos las orejas y abramos los ojos para identificar los antecedentes de los candidatos, su fortaleza de carácter, experiencia, educación; la viabilidad de lo que prometen y, muy importante, quiénes los financian y promueven, porque después viene el ‘pase por caja a pagar'. Y le haríamos gran favor al sosiego nacional no repetir ni circular en las redes agresiones y mentiras (este sí está duro por lo visto). No empiece ni siga discusiones tercas e inútiles. Y recuerde, no hay político perfecto.

COMUNICADORA SOCIAL.

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