• 20/01/2019 01:03

La edad del bienestar

‘Los científicos tratan de descubrir por qué tendemos a ser más sabios en la vejez. [...] insistimos más en la ‘hipótesis del abuelo' en que nos volvemos más serenos con los años [...]'

No hace mucho tiempo le pregunté a mi suegra cómo se mantiene tan optimista acerca de la vida. Con 91 años de edad tendría muchas razones para sentirse afligida. Su querido esposo murió hace más de dos décadas y muchas de sus amistades ya han partido. Su fragilidad física la limita a un par de viajes por año y necesita de un conductor para ir a misa. Sin embargo, de alguna manera, siempre saluda con una sonrisa y comparte fortaleza para vivir y echar para adelante.

Ese tipo de personas es un modelo a imitar. Todo el mundo supondría que el bienestar y la felicidad de ellas disminuyen con la edad, junto con la musculatura, continencia y memoria, pero pareciera que con los años no solo se sienten menos estresadas que antes, sino también más positivas acerca de sus vidas en general. Pensaría que el envejecimiento cambia lo que son y lo que perciben de una manera que las hace sentir mejor y más completas, incluso cuando sus cuerpos las traicionan.

Mucha gente que conozco mayor de 50 años dice también sentirse mejor que cuando tenían 20. Sin embargo, para llegar a esa etapa maravillosa de la vejez, tuvieron que pasar décadas de descontento y desolación. Entre los 20 y 50 años, los logros superan las ilusiones y, a pesar de tener carreras exitosas y ganar mucho dinero, la gente siente insatisfacción. No creo que sea depresión ni tampoco la temida crisis de la mediana edad, pero sí es una sensación de que, sin importar los logros alcanzados, las personas sienten que no han cumplido con las expectativas.

Y luego, tan inexplicablemente como llegan a esa parte oscura de la vida, así mismo comienza a iluminarse la aurora. En mi caso personal, después de tocar fondo a los 40 años por causa del alcohol, buscar ayuda para enfrentar la situación y aceptar la obsesión que causa la adicción, enseguida nos envolvió una sensación de bienestar y sentimos entonces que la vida tiene menos que ver con las circunstancias materiales y los logros de lo que imaginamos.

El tramo entre los 20 y 50 años es tan estresante que muchos hacemos malabares para balancear la ambición profesional con los quehaceres personales: relación de pareja, niños pequeños, padres envejecidos, decadencia corporal y aumento de gastos. Pero gran parte es el resultado de un error de previsión. A esa edad sobreestimamos la satisfacción con la vida futura, asumiendo que cumplir ciertos objetivos (casa, matrimonio, trabajo, clubes y vida pública) nos dará riqueza. Este sesgo de optimismo nos hace sudar para alcanzar sueños, pero también nos hace miserables en la mitad de la vida, cuando algunos no hemos ni siquiera alcanzado nuestra madurez o encontrado nuestros puntos de referencia, solo para descubrir que el bienestar sigue siendo una quimera. Cada vez que alcanzamos un objetivo, lo reemplazamos por otro, casi como un hámster que gira en una rueda sin fin.

Estas instancias de desolación pueden ser determinantes en la vida, porque al principio nos empujan a trabajar duro, a arriesgarnos y a esforzarnos, pero con el pasar de los años también nos ayudan a repensar nuestras prioridades y recalibrar nuestras aspiraciones, preparando el escenario para décadas de vida que exceden nuestras expectativas. Es decir, después de años de descontento y zozobra, entramos en nuestros últimos años más capaces de aceptar lo que no podemos controlar. Momentos en que esperamos menos y apreciamos más.

Los científicos tratan de descubrir por qué tendemos a ser más sabios en la vejez. Algunos postulan teorías existencialistas y otros especulan sobre la misma naturaleza humana, aunque insistimos más en la ‘hipótesis del abuelo' en que nos volvemos más serenos con los años para ayudar a los hijos y cooperar con los nietos, y mejorar así las perspectivas del linaje.

No todos tenemos el privilegio de encontrar la luz en medio de las tinieblas ni la dicha de tocar fondo en la mitad de la vida, a pesar de que los niveles de bienestar y felicidad varían de persona a persona y de país a país. Sin embargo, al cumplir esta semana mis 60 años, me siento afortunados por todo lo que he vivido y logrado. Por supuesto, es mucho mejor vivir ahora aquí en Panamá que en Venezuela, por ejemplo, pero aun así, con fuertes relaciones familiares, una suegra modelo, una comunidad llena de confianza y amigos de apoyo, cualquiera debería poder manejar incluso sus años más oscuros.

EL AUTOR ES EMPRESARIO, CONSULTOR EN NUTRICIÓN Y ASESOR DE SALUD PÚBLICA.

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