• 21/01/2019 11:55

Poder constituyente

Las cláusulas sobre reforma constitucional tienen el propósito de servir para modificaciones parciales

El Parlamento panameño  tendrá que avocarse en los próximos días a la discusión del Proyecto de Ley de la “quinta papeleta” presentado ante este Órgano del Estado por el ministro de la Presidencia cumpliendo mandato del Consejo de Gabinete que aprobó dicha iniciativa legislativa. El debate de los Diputados, de una manera u otra, pondrá sobre el escenario, el verdadero carácter de la discusión -que no es, en lo absoluto, la papeleta adicional en las elecciones del 5 de mayo- sino el mecanismo o método para la modificación total de la ineficaz y obsoleta Constitución Política de la República de 1972, los cuales se reducen a dos: Reforma Constitucional o Asamblea Constituyente.
Al respecto debo acudir a la Academia para separar lo conceptual del tema en discusión, del simplismo y oportunismo político. “El poder constituyente no está subordinado a ninguna ordenación jurídica previa; por el contrario, el poder constituyente es la potestad creadora del orden jurídico. El poder constituyente surge, por esencia, de una fuerza revolucionaria; crea un nuevo orden, que se califica y juzga por su consonancia con las aspiraciones y necesidades colectivas y por su  fuerza coercitiva.
Las cláusulas sobre reforma constitucional tienen el propósito de servir para modificaciones parciales. Jamás han servido para sustituir todo un sistema por otro. El acto de promulgar una Constitución es jurídica y políticamente -pese a que algunos teóricos no lo consideren así- un acto distinto del de reformarla”. (Fábrega, Jorge).

El maestro de maestros de juristas, proporciona la clave del asunto. Al solo existir el mecanismo de reforma constitucional en las 3 Constituciones anteriores a la Constitución de 1972, reformada por el acto Constitucional de 2004, los cambios constitucionales estructurales y profundos se dieron mediante procesos extra constitucionales y se fundamentaron, como ahora también se fundamentan, en el “poder constituyente”, que no radica en los cogollos de las entelequias políticas, ni en el poder económico y sus gremios de interés, como tampoco en el “poder constituido” (Asamblea Nacional) sino en el pueblo que es el soberano general. “El poder público solo emana del pueblo…” (Artículo 2 de la Constitución vigente).

De manera que la razón de la algarabía formada por los politicastros y sus “intelectuales orgánicos” radica en el hecho inequívoco que se quieren arrogar una competencia que les está vedada, esto es, asumir el poder constituyente que es exclusiva potestad del pueblo panameño y no de las cúpulas políticas y empresariales corruptas, antinacionales y antipopulares. En otras palabras, la oligarquía y sus organizaciones políticas y empresariales se oponen a la “quinta papeleta”, porque ellos no desean la participación del pueblo, de la ciudadanía en la conformación de un nuevo estatuto fundamental y, además, porque tampoco aspiran a cambios profundos y estructurales, sino a permutas estrictamente políticas o “cosméticas”.

En consecuencia proponen el método de reforma constitucional instituido en el artículo 313 de la Carta Magna y rechazan de plano el mecanismo de la Asamblea Constituyente que ahora está “constitucionalizado” en el artículo 314. Sin embargo, se trata de otro embuste, porque a contrario sensu, de las cuatro Asambleas Constituyentes anteriores que se dieron mediante la ruptura del “orden constitucional” -legitimada por el único poder constituyente que “solo emana del pueblo”- ahora se puede hacer una nueva Constitución sin que ello signifique ningún trauma político, económico o social.

Pero las fuerzas políticas neoliberales de hoy, más conservadoras que los liberales del ancien régime del siglo pasado, se erigen como un valladar al progreso, a la participación ciudadana, al desarrollo democrático y prefieren seguir ahondando la crisis institucional, al socaire de que “no es el momento”. ¿No es el momento para qué? Para que el pueblo juegue su papel protagónico de forjar su propio destino. Evidentemente, para la plutocracia corrupta, el “país decente” debe continuar siendo, simplemente, clientela política. ¡Así de sencilla es la cosa!

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