• 18/10/2019 00:00

Herreras de Chitré

“Hoy debo hacer un alto [...] para decirle a CHITRÉ, que en este desfile y las fiestas del 19 de octubre, ellos estarán con nosotros, [...], porque el recuerdo tiene ese poder del abrazo con el pensamiento”

Thomas Jefferson, definió la honestidad como: “El primer capítulo en el libro de la sabiduría”. Warren Buffett, por su parte, nos dijo que: “Es un regalo muy caro, no la esperes de gente barata” y William Shakespeare afirmó que: “Ningún legado es tan rico como la honestidad”. Pienso que la honestidad es una constante en la justicia, que se debe medir al final de la vida frente a las tentaciones que nos persiguen, sin dejar de considerar que es una estado ideal, ganado a pulmón y con el sello divino aderezado al previo perdón humano, que nos cuesta tanto como la ofensa asestada y la búsqueda de la justicia, que al igual es un principio moral que nos inclina a obrar y juzgar en base a la verdad, para dar a cada uno lo que le corresponde. Aterrizamos para sostener que somos lo que hacemos y no lo que decimos. Por ello, espere que los demás sean los que le digan honesto.

Nosotros quedamos pocos en esta familia paterna descendente, unidas por uno o doble vínculo de parentesco, en este caso por consanguinidad o afinidad. Vamos primero con mis abuelos, ARCADIO HERRERA Y HONORINA BARRERA, que fueron los padres de ISAÍAS HERRERA, quien, junto a PETITA CIGARRUISTA, concibió a ARCADIO ISAÍAS HERRERA, padre de TOMÁS HERRERA, luego nuevamente con ISAÍAS HERRERA, en segundo matrimonio con MATILDE RODRÍGUEZ, concibieron a tres hijos, entre ellos ROGELIO ISAÍAS HERRERA, el menor, pero todos nacidos en CHITRÉ. Hoy, al agregar a CARLOS AUGUSTO HERRERA GUARDIA, les digo que ninguno de ellos está por ese principio de la renovación de la especie, que algunos siguieron el orden tradicional hasta la vejez, pero otros, se fueron prematuramente por algunas circunstancias provocadas por ellos o por terceros indigestados con la purulenta maldad convertida en guadaña.

Las cosas particulares se dieron con el abuelo ARCADIO HERRERA, quien padeció una larga enfermedad renal provocada por un accidente automovilístico y si en aquellos tiempos había carencia de todo, sin excluir la medicina, lo dejaron con una herida que drenaba supuración y que se debía limpiar a diario, pero ni por esas cataratas agregadas de regaño recetado por su pareja, se le mermó esa alegría pueblerina. Después siguió mi abuela Honorina, mujer elocuente de recio temperamento, piel arisnegra y de pelo lacio, que a medida que envejeció, se convirtió en un personaje gruñón que refunfuñaba por todo y que vivió sola y viuda hasta que le debimos rescatar y ya en la casa de la calle Julio Botello, al saber que una culebra estaba en el techo, se lanzó del catre, arropada con la sábana hasta medio patio, cual entrenada aeróbica.

Mi padre, ISAÍAS HERRERA BARRERA, con una mediana educación, pero de asombrosa agudeza, pudo navegar la ruta hasta Panamá a falta de una carretera adecuada y cuando llegaron los carros al pueblo, no sé de dónde pudo adquirir un Ford Cuatro, que, al ser una novedad, también era una arma de doble filo, que a su propio padre lo convirtió en víctima del volante. El difunto tío VITO RODRÍGUEZ bautizó a ISAÍAS Mecha Jorra, porque en una de esas peleas, cerca al cementerio, le entregó una piedra a su contrincante, porque era de menor tamaño y papá consideró que debía dar gabela. ISAÍAS HERRERA vivió unas experiencias únicas. Estuvo en el hundimiento del barco LA UNIÓN, ocurrido en aquellos tiempos, frente al puerto de Aguadulce, al chocar con otro barco con casquete de hierro. Esta historia la debo contar después en detalle, pero todos zozobraron, menos la desaparecida FAUSTINA RODRÍGUEZ, que no se mojó ni los zapatos, aferrada a sus maletas y que por esas cosas de birlibirloque, al momento de hundirse la nave, la bolsa de aire debajo de una vela la extendió en el mar y allí fue rescatada montada en dicha alfombra.

Hablamos de la muerte finita que llega inesperada para insertar su zarpazo a temprana edad. Esto ocurrió con CARLOS AUGUSTO HERRERA GUARDIA, mi entrañable hijo y con mi imperecedero hermano, ROGELIO ISAÍAS HERRERA GONZÁLEZ, que debió ser RODRÍGUEZ, pero nunca hizo el cambio, con mi sobrino preferido, TOMÁS HERRERA, hijo de mi hermano mayor, ARCADIO ISAÍAS HERRERA. Hoy debo hacer un alto en eso de desentrañar los misterios divinos para decirle a CHITRÉ, que en este desfile y las fiestas del 19 de octubre, ellos estarán con nosotros, junto con todos los que ya no están en el plano físico, porque el recuerdo tiene ese poder del abrazo con el pensamiento.

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