• 03/11/2019 00:00

¡Aprendamos rápido o estallamos!

Sebastián Piñera, su gabinete, sus generales y almirantes y los millonarios como el presidente, luego de la exquisita cena de la noche anterior

Sebastián Piñera, su gabinete, sus generales y almirantes y los millonarios como el presidente, luego de la exquisita cena de la noche anterior, al desayunar aquella apacible mañana del pasado viernes 18 de octubre —12 días después de la entrada en vigor del “ridículo aumento de 30 pesos —unos 0,04 centavos de dólar— al pasaje del Metro—, no soñaron ni es sus peores pesadillas que, pocas horas más tarde, la capital chilena ardería literalmente. Luego, el incendio se propagaría a todas las regiones. La quema de estaciones de Metros y las tumultuosas manifestaciones espontáneas se multiplicaban en el país austral, que unos días antes en foros internacionales Piñera describía “como el paraíso terrenal de Latinoamérica”.

¿Qué pasaba en un pueblo tan culto, que de pronto perdía la razón? Habría que revisarlo con José Ortega y Gasset en su obra “La rebelión de las masas”. En palabras vulgares, la razón de fondo “era el cabreo”, aparentemente dormido por muchos años de frustraciones, descontentos, mala vida de los que antes eran clases medias reales y los pobres. Las asimetrías ya eran demasiadas, en un país donde las estadísticas reales del Banco Mundial conocen que un 20 % de los de mayores ingresos contienen el 72 % de la riqueza. Es decir, un 80 % debe repartirse —como pueda— el 28 % de lo que sobra. ¿Cómo andaremos en Panamá, sin cifras cosmetizadas?

Pasadas poquísimas horas, Piñera buscó de urgencia a los generales de Carabineros, solo para llamar al rato a los comandantes del Ejército, Marina y Aviación. ¡Por gusto! Chile estaba en las calles y Piñera utilizó la frase imbécil “estamos frente a un enemigo poderoso e implacable”. Quería detener y ajusticiar a “los mensajeros”. El alto Gobierno sufría del “culillo panameño”. Las estrategias policiales y militares fracasaban minuto a minuto en contener a una población tan variopinta (estudiantes adolescentes, profesionales, amas de casas, ancianos jubilados sin atención médica o alimentos dignos), que se convertía en un tsunami colérico y creciente, que se trepaban en las tanquetas. Comenzaron los heridos, muertos, desaparecidos, arrestados, pero nada contenía la ola de rabias sociales. ¿Comunistas y anarquistas? Por supuesto que también estaban. ¿Por qué no? Pero el gigantesco volumen de las manifestaciones no tenía “cabecillas” ni de izquierdas ni de derechas. Viejos y viejas rezadoras y con terror al comunismo sonaban sus pailas en cada barrio o plaza.

¿Y cómo estamos en Panamá? Los avisos ya son suficientes. Basta con examinar la podredumbre institucional y una justicia que da risa y cólera. Los jueces pasan por alto los grandes delitos de magnates y persiguen con furia a cuatreros y ladrones de gallinas o de celulares. ¡Pero los panameños están ahuevados y solo hablan tonterías por redes! Eso debe decirlo, con razón, el magistrado que hace tres años dijo “en la Corte se venden fallos”, y como nadie le hizo caso lo volvió a repetir un año más tarde ante la misma periodista. ¡Aún nadie le para bola! Panamá no es Chile; pero ya los indígenas ngäbes, al menos ellos, con sus mujeres micrófono en mano, le dijeron hace pocos años a mandatarios “ladrones y corruptos”; si ese Gobierno no se cayó fue por pura leche.

¿Cuándo estallará Panamá? Jamás se sabe ni con el profeta Elías o Jeremías, dos grandes videntes. Tal vez explote cuando los altos personajes desayunen felices como Sebastián Piñera el pasado 18 de octubre. ¡Al menos los muy honorabilísimos diputados, entre ellos, dicen que “eso es imposible”!

Abogado y coronel retirado.
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