• 10/11/2019 00:00

Rufina Alfaro, entre apologistas y detractores

“La dialéctica sociocultural de Rufina es un ir y venir entre apologistas y detractores; y entre más enconada se vuelve la polémica, más crece su sombra, como la del Canajagua [...]”

Con el arribo del mes de noviembre y la conmemoración del Grito Santeño del 10 de Noviembre de 1821, la pregunta machacona parece ser si existió la famosa Heroína Santeña. Y ante la dilucidación del interrogante aparecen dos corrientes bien definidas; aquellos que defienden al personaje y se hacen eco de la supuesta leyenda, así como quienes reclaman la inexistencia de la partida bautismal de la fémina y como el documento no aparece, desean sacarla —como si se tratase del mismísimo general Francisco Franco y Bahamonde— del panteón de la nacionalidad y enterrarla en la necrópolis de personajes mitológicos; como el Padre sin cabeza, la Tepesa, Señiles y demás seres que moran en la cultura campesina.

En diversas ocasiones he investigado el tema y lo que como moscardón siempre ha taladrado mi cacumen es el empeño de hacer del rufinismo un asunto serio y no el discurso de tunantes que se adhieren a la primera comparsa que recorre el poblado. Rufina, ciencia, mitología, patria, liberación, campesinos, próceres e identidad son algunos de los vocablos que gravitan sobre el tema.

El mismo debate sobre el personaje ya pone en evidencia que se trata de un asunto sensible para el panameño y que este lo ha internalizado en su imaginario popular, al punto que mira con estupor a quienes osan poner en duda su existencia, particularmente para el santeñismo que lo ha elevado a los altares de su devoción peninsular. Para este grupo humano, Rufina es parte consustancial de su existencia y un ícono del movimiento separatista incoado en la tierra del Canajagua y cerro Quema. Tan relevante como la Marianne francesa o la leyenda de la loba que amamantó a los niños y que forma parte de los orígenes de Roma.

Valorar a Rufina Alfaro desde una de las dos vertientes analíticas siempre me ha parecido insuficiente, tanto para un enfoque como para el otro, porque los temas que se vinculan con la imagen de la nación no pueden ser solo asunto de sentimientos o racionamientos pretendidamente científicos.

Pienso que en el fondo del tópico late el problema de la identidad nacional, en un país en donde hubo un debate en la primera mitad del siglo XX, no solo sobre los símbolos patrios, sino sobre la existencia misma del ser nacional, con personajes sombríos o con visión rosa del proceso independentista. Algunos quieren una nación impoluta, inmaculada, con precisión matemática, como si la patria fuera una ecuación pitagórica y arcángeles los que habitamos en ella. Y en ese frenesí nos volvemos iconoclastas, sin valorar las consecuencias de todo aquello que derrumbamos y hasta inventamos relatos para organizar un desfile.

Los próceres, que cometieron errores y que tenían intereses —porque no podría ser de otra manera— son el vivo ejemplo de lo planteado. Y en ese huracán de furia le ha correspondido al personaje santeño ser el receptáculo del escrutinio y del ojo cartesiano que reclama la paternidad que la campesina no logra acreditar.

El estudio de Rufina Alfaro tampoco es un asunto de posiciones eclécticas, equidistantes entre la razón y el sentimiento, sino de comprender desde ambos enfoques el altar que el istmeño le ha erigido. Ese pueblo que evoca su nombre cada 10 de Noviembre y que ha llevado su imagen a todos los rincones nacionales.

En cambio, mientras debatimos quién tiene la razón, si existió o no Rufina Alfaro, la cultura istmeña es sometida a su desnaturalización, la juventud carece de íconos que le cohesionen y de personajes a quienes emular.

En este contexto poco importa que la campesina de La Peña sea un símbolo del feminismo, de la libertad y de las luchas sociales del siglo XIX. Y lo más dramático e irónico estriba en percatarse que el mítico personaje ha hecho más por la nación que los ensayos y la sapiencia de quienes quieren matarla por atreverse a existir, sin haber nacido, o de aquellos que la piensan con el corazón y la niegan en la praxis liberadora.

La dialéctica sociocultural de Rufina es un ir y venir entre apologistas y detractores; y entre más enconada se vuelve la polémica, más crece su sombra, como la del Canajagua o el perpetuo fluir del río De Los Maizales que en el siglo XVI describiera Gaspar de Espinosa. Y tal parece que su estampa campesina está llamada a pensar la patria desde ambos miradores analíticos, como si su figura estuviera destinada a despertar nuestra escurridiza conciencia de patria.

Hoy, como ayer, sentado en las faldas de cerro El Barco, trato de comprender y disfrutar el viejo dilema al que nos incita Rufina, tan añejo como la historia del homínido soñador y pragmático. Y sonrío para mis adentros, porque hasta en eso la señora Alfaro nos lega enseñanzas; demuestra que la patria siempre ha de ser objeto de cogitaciones, de luchas y polémicas, y que a ella se le engrandece por la vía de la razón y del corazón.

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