• 20/11/2019 00:00

Bolivia: entre el poder temporal y el espiritual

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La crisis de nuestro hermano Estado de Bolivia, está colocando en escena varias perspectivas que debemos analizar en profundidad, para conocer qué enseñanzas podemos obtener de una situación regional que amenaza con explotar de manera virulenta.

Una de esas enseñanzas está fundamentada en la frase del filósofo Jorge Agustín Nicolás de Santayana que reza así: “Quien olvida su historia está condenado a repetirla”. Y nosotros le agregaríamos que, en una versión más trágica.

Dos hechos han llamado poderosamente nuestra atención: cuando Luis Fernando Camacho, llevando la Biblia y una bandera hasta el Palacio Quemado en La Paz, coloca al libro sagrado de los cristianos en el centro del conflicto que culminó con la renuncia de Evo Morales a la Presidencia; por otro lado, las palabras del coronel Raúl Rubén La Fuente Velásquez, quien en su mensaje, con vítores de “aleluya, aleluya”, sentenció que “consagraba a las fuerzas armadas de Bolivia para Jesucristo”.

Todo esto nos hace pensar que estamos volviendo a los tiempos de Carlomagno en occidente, en el año 800, cuando la Iglesia católica comenzó a aplicar una política internacional del poder temporal. El poder temporal siempre ha sido discutido en la política, la filosofía y la teología. La discusión en los círculos políticos, filosóficos y teológicos se centra en que este poder ha sido mal usado para beneficio de unos y detrimento de muchos. Ejemplos en la historia hay muchos, no es necesario mencionarlos.

Lo cierto es que en pleno siglo XXI nos preocupa que exista esta tendencia en nuestra región, retroceder en el tiempo y recordar en la edad media las discusiones de santo Tomás de Aquino, Tolomeo de Luca, Alejandro de Roes, entre otros, quienes trataron de dirimir y exponer sus tesis sobre un tema que en este siglo había quedado zanjado con las duras lecciones dadas por la historia. Sin embargo, algunos seres humanos pretenden repetir errores ya corregidos anteriormente.

Ahora bien, el gran aporte cristiano es haber establecido una división entre lo temporal y lo espiritual, que significa una limitación al Estado y un beneficio para la libertad de los hombres. El Estado no podrá ya penetrar en la conciencia y en la vida espiritual y religiosa de los individuos; ese sector que antes le pertenecía le queda sustraído definitivamente, la libertad de la conciencia religiosa del hombre frente al Estado va a ser, acaso, el primer derecho individual con que el cristianismo frenará al poder político.

La separación entre Iglesia y Estado ha provocado diversos conflictos bélicos, el constitucionalismo moderno y algunas encíclicas papales han definido más claramente esa relación; sin embargo, resulta preocupante que, a pesar de estos avances, buena parte de la humanidad sigue viviendo bajo el yugo del poder religioso mezclado con el poder político, como sucede en los países en los que predomina el fundamentalismo.

En realidad, coincidimos con varios estudiosos en que la religión y la política son ámbitos distintos, aunque no separados, pues el hombre religioso y el ciudadano se funden en la misma persona, que está llamada a cumplir tanto sus deberes religiosos cuanto sus deberes sociales, económicos y políticos. Sin embargo, cuando se mezclan ambos enfoques al dirigir un país, se crea antagonismo y hasta discriminación de una creencia sobre otra, lo cual puede generar mayor convulsión en una sociedad.

Reflexionemos con mucho cuidado sobre este tema, que ya ha tenido y tiene su impronta en nuestro país, y los resultados no han sido nada halagüeños.

Docente universitaria y presidenta de Confiarp.
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