• 21/11/2019 00:00

Desenterrando el pasado

Desenterrando el pasado

Valorativamente el pasado, si desaparece del todo, acaba siendo simple y llanamente el olvido de las cosas, un tiempo fuera del tiempo, distorsionando nuestra realidad y nuestro futuro como fenómenos históricos. Cuando eso pasa también se pierden nuestra memoria histórica, nuestras particularidades, la consciencia de nosotros mismos, en fin, nuestra alma como pueblo al afectar la parte más íntima de nuestras convicciones y creencias, pues el pasado es parte esencial del ciclo temporal de nuestras propias vidas, tan real como el presente.

La visión del futuro tampoco cabría en esta distorsión del esquema tradicional del tiempo al excluir el pasado como periodo expiatorio de duración variable, ¿qué ocurriría si no lo tomáramos en cuenta como pronóstico de las nuevas circunstancias por venir?

Así, esa trilogía elocuente de pasado, presente y futuro para explicar la vida, en Panamá evoca, entre sombras y luces, los bienes y males morales, sociales y económicos que hoy nos afectan, particularmente en esta coyuntura pesimista de nuestra democracia, con sus múltiples razones para desconfiar del futuro.

Pero el olvido de las cosas, donde todo mal supuestamente desaparece cuando enterramos nuestro pasado, nunca producirá en dicha trilogía esa simetría inversa y redimidora de sus partes, porque al denegar y olvidar esos males sociales en realidad solo conseguimos afirmar lo falso de esa negación. ¿Qué se gana con eso?

Las manifestaciones del pasado, que sostienen e influencian nuestras acciones presentes, son expresiones de un tronco común histórico, experiencias paradójicamente subterráneas, heredadas de una “noche oscura” de vidas anteriores a las nuestras, de legítima ortodoxia por recorrer cinco siglos de historia poscolombina. Estas corrientes subterráneas enlazan muy bien, intelectual y filosóficamente, con nuestra cultura occidental panameña, aportando un sistema conceptual válido y práctico para buscar soluciones a los males que nos afectan hoy, legítima aspiración de todo buen panameño.

Desafortunadamente, en Panamá existe una disyunción entre su pasado y el presente, a tal extremo, que el uno vive sin el otro con la desidia de todos sus gobernantes y ciudadanos; solo ver el estado de nuestros museos y sitios históricos por falta de presupuesto y la inexistencia de una Facultad de Historia en nuestras universidades por falta de adeptos.

En consecuencia, al carecer efectivamente de referencias históricas, verbigracia, aún no hemos podido honrar a las víctimas de la invasión estadounidense del 20 de Diciembre, porque ni tan siquiera conocemos sus nombres completos. Son mártires enterrados y desaparecidos sin pena ni gloria que yacen en el olvido perpetuo de sus compatriotas.

Por eso, insertar la conservación y valoración del pasado en el catálogo de los derechos de un pueblo va más allá del “Buen Gobierno”, pues se convierte en un ideal de acción pública y en una visión más amplia del mundo, tanto individual como colectivamente. Uno de los rasgos esenciales de la decadencia es barrer para siempre los recuerdos hacia la nada, eliminando alma y memoria, un doble equívoco en ese peculiar afán panameño de descartar el pasado.

Hay una impiedad de fondo en esto, nos toca, pues, a todos desenterrar aquellos siglos formativos olvidados para comprender mejor la evolución sociobiológica de nuestra nación.

Exdiplomático
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