• 02/08/2020 00:00

Debate inevitable sobre el consumo de carne

Los seres humanos y los animales de cría de carne representan una historia que impacta vidas en un sentido profundo y significativo. La historia está entretejida con la producción de carne, y su disponibilidad y valor nutricional como fuente de proteína ha jugado un papel importante en la dieta desde tiempos inmemoriales, dando forma a las identidades regionales y los movimientos globales.

Los seres humanos y los animales de cría de carne representan una historia que impacta vidas en un sentido profundo y significativo. La historia está entretejida con la producción de carne, y su disponibilidad y valor nutricional como fuente de proteína ha jugado un papel importante en la dieta desde tiempos inmemoriales, dando forma a las identidades regionales y los movimientos globales. El debate cargado de emociones sobre la conveniencia y sostenibilidad del consumo de carne nunca podrá llegar a una conclusión, pero solo el impacto climático por los gases invernadero provenientes de la cría de animales y los problemas nutricionales y de salud causados por la carne se han convertido recientemente en una preocupación apremiante. Los esfuerzos gubernamentales para frenar el consumo de carne aún no muestran un efecto específico, y la mayoría de estos esfuerzos se centra en el azúcar o las grasas por el asunto de la obesidad. Del mismo modo, la sostenibilidad ecológica de los sistemas agrícolas no ha sido un tema importante de conversación hasta los últimos años. Es solo ahora que estamos comenzando a tener un debate sobre el papel de la carne en estos dos asuntos.

La producción de carne no solo afecta el medio ambiente por la producción de gases. Innumerables estudios ahora apuntan al efecto directo en el uso global de agua dulce, cambio en el uso de la tierra y acidificación de los océanos (https://www.nature.com/articles/s41586-018-0594-0). Un artículo reciente en la revista Science afirma que incluso la carne causa mucho más impacto ambiental que las formas menos sostenibles de producción vegetal (http://science.sciencemag.org/content/360/6392/987) y asegura que las presiones demográficas, con un aumento previsto de la población mundial en un 30 % entre 2020 y 2050, nos empujarán más allá de los puntos de ruptura.

Otra adición importante al debate sobre el consumo de carne es el documento PLoS One (https://journals.plos.org/plosone/article?id=10.1371/journal.pone.0204139) que discute los impuestos relacionados con la salud. El documento ofrece algunas afirmaciones convincentes, como la sugerencia de que los costos relacionados con la salud, aquellos directamente atribuibles al consumo de carne roja y procesada, ya alcanzan unos $285 mil millones; es decir, el 1 % del PIB mundial. Y además que el 4 % de todas las muertes en el mundo son causadas por el consumo de carne roja o procesada. Por supuesto, el modelo matemático causal utilizado en este estudio debe tomarse con una “pizca de sal”, pero no olvidemos que en 2015 la Organización Mundial de la Salud clasificó algunas carnes como carcinógenos probados, según la evaluación realizada por la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer (https://www.thelancet.com/journals/lanonc/article/PIIS1470-2045%2815%2900444-1/fulltext).

La pregunta de qué se puede hacer es más desafiante que la pregunta de qué se debe hacer. Simplemente, los países y sus ciudadanos deberían tratar de limitar su consumo de carnes, tanto por razones de salud como ambientales. Pero el asunto de cómo se produce este cambio es parte de un debate más amplio que a todos nos toca participar. Por ejemplo, una pregunta cajonera sería si un impuesto a la carne roja y procesada cambiará los hábitos en la medida requerida. Nosotros pensamos que una medida impositiva corre el riesgo de apuntar injustamente a aquellos cuyos presupuestos solo se extienden a las carnes procesadas más baratas. Y tampoco buscamos que aquellos que de repente no pueden pagar por la carne tengan que cambiar a una dieta vegetariana.

Lo ideal aquí es que la acción que se adopte aporte un enfoque más amplio del problema y con una perspectiva que permita una serie de medidas para decidir la aplicación apropiada de los subsidios agrícolas y encontrar una manera de mejorar los costos reales para los consumidores y el planeta. Un debate que, por supuesto, incluya datos sobre la investigación de ciertos métodos de procesamiento y hasta el cambio lento de los hábitos de los consumidores con el tiempo, y posiblemente también el uso de impuestos específicos. Pero al final todo debe hacerse a través de una conversación inclusiva y equilibrada.

Definitivamente, ningún sistema sería universal ni tampoco la solución se aplicaría simultáneamente a todos los países. La carne puede ser común a casi todas las sociedades, pero su papel nutricional y cultural en cada una es diferente. Por tanto, el debate sobre qué cantidad de carne es saludable es algo que debemos preguntarnos por separado. Porque la respuesta, tanto para el planeta como para las personas, será muy personal.

Porque una cosa es decir que todos tienen el derecho de consumir carne y otra es llevar al mundo a un punto donde debemos equilibrar nuestro deseo de comer carne con nuestro deber de preservar el ecosistema. Independientemente, ese debate tiene que comenzar pronto.

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