• 26/10/2020 00:00

La cirugía fue un éxito, pero el paciente murió

Uno de los argumentos proconfinamiento ante la COVID-19 ha sido que los altos números de muertes en Europa entre marzo y abril, en los países que confinaron forzosamente a sus poblaciones, se debieron a que sus Gobiernos tardaron demasiado en confinar, y que, si hubiesen confinado “a tiempo”, habrían tenido muchos menos muertos.

Uno de los argumentos proconfinamiento ante la COVID-19 ha sido que los altos números de muertes en Europa entre marzo y abril, en los países que confinaron forzosamente a sus poblaciones, se debieron a que sus Gobiernos tardaron demasiado en confinar, y que, si hubiesen confinado “a tiempo”, habrían tenido muchos menos muertos. Pero la evidencia de que los confinamientos no salvaron vidas, y de que el remedio fue peor que la enfermedad, se hace cada vez más insoslayable.

Veamos el panorama de Suramérica. Perú decretó su confinamiento el 14 de marzo, cuando tenía muy pocos casos confirmados (43), y ningún muerto. Bolivia, Chile, Argentina, Ecuador, todos adoptaron medidas de supresión del virus con pocos casos y ninguno o muy pocos muertos. Cierres de escuelas, toques de queda, confinamientos y cierres económicos forzosos. Todos adoptaron estas medidas muy temprano (igual que Panamá). Uruguay fue el único que no decretó confinamiento forzoso de su población.

Si los confinamientos fuesen efectivos en reducir muertes por COVID-19, deberíamos ver las menores ratios de muertes en función de la población, en los países con los confinamientos más tempranos, severos y prolongados. Sin embargo, en Suramérica no solo no hay correlación inversa entre grado de confinamiento y muertes por COVID-19, sino que más bien parece haber correlación directa, es decir, a más temprano, severo y prolongado el confinamiento, ¡más muertes por COVID-19!

Si uno ingresa al sitio www.ourworldindata.org y mira las curvas de evolución de la reclusión domiciliaria real (basadas en data proporcionada por Google COVID-19 Community Mobility Trends) desde el inicio de la pandemia, para los países de Suramérica, observará algunas cosas interesantes. Primero, el grado de reclusión domiciliaria de la población parece correlacionar bien con grado de severidad nominal de las restricciones de movilidad. Perú impuso uno de los confinamientos más severos del mundo, y efectivamente la data muestra que la población peruana fue, junto con la de Bolivia, la que más se recluyó en sus domicilios desde el inicio de la aplicación de las medidas en marzo. En el otro extremo, Uruguay y Brasil fueron las poblaciones con menores grados de reclusión domiciliaria real y efectiva.

Si seguimos el paradigma de que el confinamiento evita muertes, en Suramérica deberíamos ver a Uruguay y Brasil en el tope de las muertes / millón habitantes, y a Perú y Bolivia entre los menos afectados. Pero vemos justo lo opuesto: Perú tiene la más alta ratio de muertes en función de su población, seguido de Bolivia, en tanto Uruguay es el país con menor ratio de muertes en función de su población. La ratio de muertes / millón de habitantes de Uruguay es al menos unas 12 veces menor que el país que le sigue en orden con la segunda menor ratio (Paraguay), y casi 40 veces menor que la de Colombia, el tercer país suramericano con menor ratio de muertes en razón de su población. ¡Estamos hablando de un orden de magnitud de diferencia!

Perú lidera en el mundo la ratio de muertes por COVID-19 en función de la población, con más de 1000 muertos / millón de habitantes. Bolivia, Chile, Ecuador y Brasil superan 700 muertos / millón de habitantes, y están todos en el “Top 10” del mundo. Argentina supera ya los 600 muertos por millón de habitantes (así como Panamá) y está aumentando rápidamente a razón de unos ocho (8) muertos / millón de habitantes / día. Colombia superará esta semana el umbral de 600 muertos / millón de habitantes. Muy por detrás viene Paraguay con aproximadamente 180 muertos / millón de habitantes (Paraguay mantenía pocos muertos, pero en la segunda mitad de agosto su curva tomó vuelo y está aumentando a un ritmo importante).

Uruguay, el único país suramericano cuyo Gobierno se negó a ordenar un confinamiento forzoso de su población, llevaba hasta el viernes 23 de octubre un total de 53 muertos. Con población de 3.5 millones de habitantes, ello arroja una ratio de 15 muertos / millón de habitantes, el más bajo de Suramérica.

La experiencia suramericana contradice la tesis convencional de que los confinamientos y las medidas indiscriminadas de distanciamiento social reduzcan muertes (modelo de comportamiento lineal que asume que, a más contagios, más muertes, sin discriminar según segmentos de la población en los que ocurran predominantemente los contagios). Esto debería haber llevado hace mucho tiempo a los decisores en occidente a replantearse estrategias.

Hace un mes propuse en esta columna (“¿Y si evitar contagios causa más muertes?”, La Estrella de Panamá, 28.09.2020) la posibilidad de que la estrategia basada en la supresión esté causando más muertes por COVID-19 que las que ocurrirían con una estrategia asimétrica enfocada en distanciamiento social en personas con factores de riesgo, y no indiscriminada para toda la población. La evidencia sigue acumulándose, sin embargo, parece que los que adoptaron en marzo la supresión como estrategia, siguen por inercia en medidas derivadas de dicho paradigma, sin hacer la necesaria autocrítica ni reevaluación de la estrategia a la luz de la evidencia que se ha ido acumulando.

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