El cine de la literatura

La afición fílmica es como un bicho que en la infancia me inoculó mi madre y en la adolescencia Roberto Morgan, quien dirigía el Cine Club del Instituto Nacional. Allí el promovió los festivales en el país, que permitieron estrenar películas jamás imaginadas en las salas panameñas. El entusiasmo continuó en la Universidad de Panamá donde me tocó, junto a Carlos Wong, impulsar presentaciones y foros de material de importancia estética.

La cartelera siempre fue muy restringida en la capital. Sólo se apreciaban los títulos que ofrecían las grandes distribuidoras, a través de sus agencias situadas en la ciudad. El resto de la producción mundial, por tradición era desconocida por la audiencia nacional y algunas embajadas –cuyos servicios culturales promovían estrenos muy cerrados-, ofrecían otras oportunidades de ver cintas mexicanas, italianas, francesas, alemanas, españolas o japonesas.

En la Casa de Octavio Méndez Pereira se inauguró una sala que se utilizó para exhibir ciclos, que comenzaron con Cuba, Chile, Argentina y otras cinematografías tan lejanas como la polaca, soviética, india y, en algún momento, hasta africana. También hubo iniciativas diferentes en otros centros superiores (USMA), así como de instancias privadas y de organizaciones culturales.

El equipamiento requerido para la proyección (16 milímetros), siempre fue un impedimento. La primera vez que estrenamos una película, Marat-Sade, de Brook y guión de Weiss, en la Colina con un viejo equipo de 35 mm., que funcionaba en el auditorio José Dolores Moscote, hubo que superar todo tipo de problemas. Hoy la tecnología permite un logro más tranquilo y sin los contratiempos del pasado, que llegaban a la carga y manipulación de pesados rollos.

Desde hace un par de años, el director de la Academia Panameña de la Lengua, Aristides Royo, anunció que esa institución iba a contar con un programa de proyecciones de cine y literatura. Según los planes, serían títulos relacionados o basados en obras y escritores de importancia. Así se inició en marzo de 2019 con Don Quijote cabalga de nuevo. En cada fecha un académico o invitado hace la introducción a la sesión y ofrece una reseña.

A partir de ese momento, se han visto alrededor de 18 películas de ficción, documentales, versiones de dramas teatrales, así como clásicos; entre otros, Anna Karenina, Madame Bovary, Teresa Raquin, Cyrano de Bergerac, La casa de Bernarda Alba, Crónica de una muerte anunciada, Pantaleón y las visitadoras y reportajes como El Santiago de Chile de Pablo Neruda y el México de Octavio Paz.

Cada mes un entusiasta público espera entrar a la plataforma de la Academia con la finalidad de apreciar lo que se ha seleccionado. Por lo general, es una pieza desconocida y que no ha llegado a las pantallas; de allí, su importancia para el conocimiento del texto original o el valor de la adaptación que va de lo escrito a las imágenes y constituye una forma de registro y aprovechamientos de estos productos culturales.

La función de junio contará con la versión de Luchino Visconti de El Gatopardo, basada en la novela homónima de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, protagonizada por Burt Lancaster, Alain Delon y Claudia Cardinale y que logró varias distinciones como la Palma de oro, David de Donatello, Nastro d' Argento, entre otros.

Aquí tenemos la coyuntura de un notable realizador que interviene en la escritura del guión y dirige el filme de una clásica historia del Resurgimiento italiano.

En una circunstancia tan especial como las restricciones de movilización, por causa de la pandemia, resulta muy satisfactorio poder contar con este esfuerzo. Ofrecer este aporte audiovisual que se basa en el patrimonio literario que los escritores han dejado y que posibilitan un nuevo tipo de espectadores, es un salto no solo que se refiere a dimensiones académicas, sino que tienen un sensible impacto en el espíritu de nuestro público.