• 03/12/2022 12:37

Un factor panameño en la ecuación de Bailén

Antonio Brusi un litógrafo, impresor y periodista catalán que, con gran celo, acopió gran parte de la documentación castrense del General Francisco Javier Castaños, reveló dicha información de forma cronológica antes de fallecer en la “Revista Crítica de Historia y Literatura” bajo el sugestivo título “Guerra de la Independencia – Documentos Inéditos que pertenecieron al General Castaños – Campaña de Andalucía en 1808”.

Antonio Brusi fue un litógrafo, impresor y periodista catalán que, con gran celo, acopió gran parte de la documentación castrense que perteneció al General Francisco Javier Castaños, conductor del ejército español que alcanzó la victoria de Bailén contra las tropas napoleónicas del Mariscal Dupont durante la campaña de Andalucía en 1808. Brusi consiguió esos documentos de todas las formas imaginables, algunos hallazgos fueron casuales, en gavetas de escritorios sometidos a subasta o próximos a alimentar alguna pira revolucionaria; otros fueron cesiones hechas por oficiales encargados de resguardarlos que, para evitar que cayesen en manos enemigas, se los encomendaban a Brusi; y, algunos, en cuarteles abandonados o edificios que provisionalmente funcionaron como tales.

Poco antes de su muerte, acaecida en 1821, Brusi los verificó, clasificó y lanzó su publicación a través de la “Revista Crítica de Historia y Literatura” bajo el sugestivo título “Guerra de la Independencia – Documentos Inéditos que pertenecieron al General Castaños – Campaña de Andalucía en 1808”. El libro fue lanzado en la capital de la Metrópoli, en la librería de Victoriano Suárez y preparado en la imprenta Marfany de la calle San Jerónimo de Madrid (Biblioteca Ateneu Barcelonés, cod. 1006622463).

Brusi no efectúa comentarios ni añade un prefacio, llanamente coloca el tenor de los documentos de Castaños y de quienes interactuaron con él —tanto locales como galos— de forma cronológica, tal cual están escritos para que el lector saque sus propias conclusiones y pueda revivir el dramatismo de los momentos vividos. Sin embargo, no todo es prosa patriótica, el libro contiene una detallada y pulcra sección contable sobre el material de guerra capturado a los franceses, número de bajas, número de prisioneros, así como de las necesidades de su propio ejército, tanto de los efectivos regulares como de los guerrilleros. Y aquí llama la atención la constante preocupación de Castaños por contar con una adecuada caballería. Tenía los animales, pero carecía de monturas suficientes. La requisa (al ciudadano), la captura (al enemigo) o la compra de sillas de montar en número adecuado es una de sus preocupaciones constantes. En la carta del 7 de junio de 1808 dirigida a la Junta Suprema Gubernativa de Andalucía solicita, por ejemplo, amén de cuatro mil sables, igual número de monturas. En el parte de guerra posterior a la batalla de Bailén, en la sección que se detalla la impedimenta capturada a los franceses, destacan 585 sillas de montar, 11 sillas para artillería ligera y 31 sillas para húsar que serán inmediatamente reutilizadas por las huestes de Castaños.

En los pueblos de Las Casas, Reina, Fuente del Arco y Guadalcanal, por citar un ejemplo de confiscación, entre el 5 y el 7 de diciembre de 1808, se hizo tal requisa que fueron 155 sillas de montar las que se llevaron a Llerena para el ejército de Extremadura. Poco después, en marzo de 1809 volvieron a experimentar otra requisa que dejó la comarca maltrecha de bienes y animales (Gordon, 1994).

En sus anotaciones personales, Castaños destaca que, al conocerse la rendición de Dupont, varios destacamentos de jinetes napoleónicos prefirieron destruir las sillas, dejar libres a sus cabalgaduras, romper y arrojar sus sables al río mientras que victoriosos delegados españoles trataban frenéticamente de impedírselo. Dada la escasez de sillas en sus filas, la obtención de éstas era prioritaria y parecían más importantes que pistolas, carabinas o fusiles.

Las autoridades de la Junta Gubernativa de Andalucía hicieron gestiones para obtener sillas de montar de Hispanoamérica —el aporte de la región, como se ve, no fue únicamente en metálico sino en bienes— que, concentradas en Panamá o La Habana, llegasen a Cádiz y, de ahí, al ejército de Castaños. Lorenzo Parral a bordo del “Mifrico Ligero” reportaba, el 16 de junio de 1808, haber contactado con un convoy inglés de dieciséis buques que transportaba una brigada de dos mil hombres además de suministros de guerra para las fuerzas de Castaños. Por un reporte de la misma fecha elaborado por Francisco de Saavedra se sabe que se trataba de las fuerzas terrestres del Coronel Spencer, pero lo que no podía imaginar Parral es que parte de los pertrechos, salvo la pólvora, habían sido producidos en la América española.

Entre los proveedores hispanoamericanos de las fuerzas en liza aparece Martín Villamil, “provenía de la Luisiana española y […] era un comerciante con importantes vínculos internacionales tanto en el Caribe, como en el Pacífico y además Europa”. Se radica en Panamá desde 1809 pero ya conocía el istmo de mucho antes. “Hace una importante fortuna gracias a su relación con el teniente de rey de la plaza Manuel Remón, con cuya hija se casó, sus intereses iban desde Baltimore a Lima y Jamaica” (Chávez, 2021). Su contacto en Andalucía era Nathan Wheterell, director de la fábrica de curtidos de Sevilla y proveedor de la Real Maestranza de Artillería de la mencionada plaza (Castaños, 1808, citado en el libro de Brusi, Biblioteca Ateneu Barcelonés, cod. 1006622463).

Según el mismo Chávez (2021), el istmo era la bisagra de otro circuito comercial en los años en que se desarrollaba la invasión francesa a España que comprendía Jamaica-Panamá-Guadalajara-Guayaquil-Lima. Se producían, por ejemplo, en Guayaquil, camisas de bayeta para vestir a la infantería, bandoleras, cartucheras para infantería, cartucheras para caballería, cinturones de ante para la caballería, cinturones para la infantería, portasables, entre otras impedimentas castrenses. De hecho, unos años más tarde, en diciembre de 1820, el Libertador San Martín —que peleó en Bailén— suscribirá con la ciudad de Guayaquil un acuerdo para el suministro de pertrechos militares para las huestes patriotas que él comandaba; signo de una valiosa, aunque incipiente, industria del vestuario militar que adquirirá importancia durante el conflicto independentista latinoamericano desatado con virulencia desde 1808.

La historiografía actual se sumerge en detalles como los descritos para transmitir la hipótesis —sin desmerecer el valor de los líderes y de los actores de ambas guerras de independencia en España y en Latinoamérica— de la existencia de una masa crítica de industrias manufactureras que, aún con insuficientes factores tecnológicos, complementaron las industrias castrenses patriotas.

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