• 02/02/2023 00:00

Se nos agotó la democracia

“Las reglas del juego democrático están ahí, y se supone que debemos respetarlas y cumplirlas, pero hoy esas reglas no nos garantizan la elección de buenos funcionarios, al contrario [...]”

Sin duda, la democracia es la forma correcta de gobierno, independientemente de la orientación económico – ideológica; cuando el pueblo elige a sus autoridades cada cierto tiempo, con garantías de respeto al sufragio y competencia en iguales términos, la democracia funciona. Esto no tiene nada que ver con lo correcto, eficiente y transparente de los funcionarios electos y las instituciones. Por eso en la democracia moderna, existen otros factores de poder que no necesariamente surgen de la voluntad popular, o por lo menos, no de la suma aritmética de votos, sino de un proceso de selección que exigen, o deberían exigir, otras consideraciones como preparación, trayectoria, integridad, ejecutorias, etc. Esos otros factores, conocidos como Instituciones de control, son precisamente la balanza entre el poder otorgado por el pueblo, y su correcta utilización.

El problema es que el ejercicio democrático también es objeto de descomposición, tanto cuando la oferta es mala, como cuando la voluntad se nubla ante el soborno y también cuando el votante es ignorante de su necesidad. Porque estemos claros, no es lo mismo lo que el pueblo quiere, de lo que el pueblo necesita, no es lo mismo lo que el ciudadano puede reclamar, de lo que el ciudadano debe aportar. Lo primero todos lo conocemos, pero lo segundo, hoy nadie está dispuesto a debatirlo.

Hace ya varios lustros, Panamá abolió el oprobioso sistema de postulación a puestos de elección “de a dedo” y adopto las elecciones primarias. Era una medida que garantizaba la democracia dentro de los partidos y en la oferta nacional; sin embargo, nadie se preocupó por establecer mínimos éticos y las elecciones quedaron en una simple operación aritmética. El otro factor es la voluntad del votante. Hace unos días escribí sobre la esclavitud del siglo XXI y cómo la ignorancia, la ausencia de valores, la falta de autoestima y el ansia del beneficio inmediato hacen que una parte importante de la sociedad quede convertida en esclava del paternalismo y del clientelismo político. Esos no miran el futuro ni el suyo ni el de sus hijos, solo ven el ya, la bolsa de arroz, el jamón, la beca, el subsidio, aunque sea solo para aplacar el hambre del momento. Y encima si hay un sobre con unos dólares, quién sabe de qué proveniencia, es suficiente para elegir a un mal candidato.

Las reglas del juego democrático están ahí, y se supone que debemos respetarlas y cumplirlas, pero hoy esas reglas no nos garantizan la elección de buenos funcionarios, al contrario, solo nos aseguran la elección de los que más dinero gastan, de los que más componendas hacen y de los que más corrompen a sus votantes, y cuando son Gobierno, solo se preocupan por fortalecer las estructuras legales que les aseguren su permanencia al frente del Estado.

¿Qué diferencia hay entre la realidad del Panamá de hoy (y la de muchos países de la región) con las condiciones que desembocaron en las décadas del sesenta y setenta en numerosos golpes de Estado militares, que, en la mayoría de los casos, resultaron aún más corruptos y clientelistas y en otras abusaron de manera despótica de los derechos humanos de cientos de miles de personas?

Así vemos cómo los problemas estructurales hacen crisis, las instituciones de control que mencionaba antes, tomadas por la partidocracia corrupta, no actúan, la ausencia de soluciones impulsa y agrava las crisis, y estas impiden la gobernabilidad, los recursos del populismo se agotan y los funcionarios huyen con sus fortunas, los pueblos se revelan y los gobernantes se aferran a la fuerza y a la represión para sostenerse, hasta que ya no pueden más. Y entonces, se acaba la parodia en que se ha convertido esa democracia que fuimos destruyendo poco a poco.

Abogado
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