• 20/07/2011 02:00

El poder como afrodisíaco

ESPECIALISTA DE LA CONDUCTA HUMANA.. S e entiende por afrodisíaco cualquier sustancia que estimula o aumenta el deseo sexual o, que sup...

ESPECIALISTA DE LA CONDUCTA HUMANA.

S e entiende por afrodisíaco cualquier sustancia que estimula o aumenta el deseo sexual o, que supuestamente lo hace. Lo mismo se puede decir del poder, cuando estimula o aumenta el deseo por acumular influencias y riquezas, por pervertir la política y, por alborotar la codicia. Los afrodisíacos se dividen en tres categorías: por su acción central, por excitación y por su tradición cultural. Por su acción central, el afrodisíaco produce desinhibición y pérdida de los mecanismos naturales. Igualmente, el poder desinhibe a la persona en su modo de actuar, hacer o decir algo. Sin el control debido, puede llegar a un grado de intoxicación y adicción que deteriora sus funciones mentales; y, a conductas compulsivas perjudicando su calidad de vida y la de los demás.

Se dice que con el afrodisíaco se alcanza un nivel alto de excitación. Lo mismo sucede cuando un individuo asume el poder y se cree el ser supremo deseoso de gloria y placer. Placer que conlleva a un alto nivel de excitación cerebral con la idea de convertirte en su marioneta.

El afrodisíaco por tradición cultural tiene efectos misteriosos transmitidos de generación en generación. Esta característica tiene una acción bastante parecida al poder y es lo que ha ocurrido durante la república y transmitido de generación en generación donde las clases dominantes no tienen ninguna voluntad política, no tienen ideas y carecen de proyecto nacional. Se convierten en intermediarios recibiendo jugosas sumas de dinero y muchos privilegios, para seguir haciendo el papel de enemigos y traidores a los intereses nacionales, arrancando los derechos a una buena educación, salud e igualdad de oportunidades y de riqueza.

Panamá cosecha políticos por generación espontánea para hacer y decir barbaridades. Algunos lo hacen a espaldas del pueblo, otros son más arriesgados, lo hacen a carcajadas sin importarle ante quienes exhiben su estupidez mental. Son personajes de mentes obtusas. Otros presumen su fervor dizque patriótico por imponer su verdad ante las filas de su partido, sin importarles si el partido se hace añicos.

Ante este comportamiento, estamos ante la presencia —no de estadistas— de politiquillos, chiquillos de mente infantil, que el sistema político coloca en posiciones importantes para la promoción del bien común. No obstante, su meta es la de sobrevivir, aparecer en la foto y amarrar todas las oportunidades que le lleguen como por arte de magia.

Este es el perfil del político por el cual tú votaste, que al margen de los ciudadanos de a pie, tienen a tu país sometido al disfrute a título personal de lo que nos pertenece, mediante reglas no escritas y bajo reservas de unos pocos y que se ejerce de manera perversa. A las finales el poder se le convierte en un instrumento fugaz que cuando se deja de tener convierte a este tipo de políticos en seres miserables.

Los políticos creen asumir el poder, pues fíjate que es todo lo contrario, el poder los asume a ellos, porque el poder dispone de exigencias y demandas y si no tienes el control sobre el poder, este se encargará de autodestruirte, si piensas que es a perpetuidad la sumisión ciudadana y tienes la idea de que la democracia se ejerce solo con el voto.

Hay quienes creen en los afrodisíacos, tanto es así, que su uso se convierte en abuso, porque tienen la creencia de que es lo único que los hará llegar a la talla en materia sexual. Y, hay quienes creen en el poder y tal es el abuso que se convierten en animales políticos que saben cómo y cuándo aprovechar el momento preciso para relacionarse con los grupos de interés. ¿Qué nos dice la sexología sobre el poder como afrodisíaco? Que, igual que el sexo y el amor, el poder no puede estar inactivo mucho tiempo. Claro, como todo lo humano, el amor y el poder nunca se encuentran en estado químicamente puro y casi siempre están contaminados de odios, celos, envidias y todos los demás tóxicos que derivan del poder dominante y que muchas veces definen las reglas del placer y que nada tiene que ver con el amor propio y el amor al prójimo.

Ahora te pregunto: ¿qué hacemos ante tanta estupidez mental? Si ayuda en algo, he aquí mi respuesta: sugiero explorar las entrañas del comportamiento humano y fomentar una cultura de valores. Exigir la rendición de cuentas de funcionarios y representantes populares. Pero ‘ojo’ con esto, porque podrán existir los mecanismos para evitar el robo de los recursos públicos, pero no hay quién vigile al cuidador de estos fondos, quien es el que finalmente cierra la caja fuerte. A ver si esta otra sugerencia ayuda: cambiar el chip de la cultura política mediante un proceso de educación integral en las escuelas y en los hogares, en donde se ejerza la autoridad de manera más equitativa y que predomine en las mentes de las futuras generaciones la disponibilidad de una fuerza de trabajo cualificada y humanista como factor crucial para el buen desarrollo político.

A pesar de estas tendencias, no todo está perdido. Los expertos en la administración de crisis manifiestan que el poder político tiene espacios para ser bien canalizado formando cuadros políticos educados, que al menos dispongan de una cultura medianamente aceptable y que sobrepongan la calidad por la codicia. ¿Tú qué sugieres?

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