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- 18/09/2011 02:00
‘Sin cara’ y sinvergüenzas
DIPLOMÁTICO Y ESCRITOR.
C uando una persona comete una falta grave, como hacer algo indebido o deshonroso, perder el control durante una discusión, desaforarse en público o hacer el ridículo, y que por ello se sale de los parámetros de lo que se considera socialmente aceptable, correcto y ético, los chinos la califican con una frase: tal persona ‘perdió la cara’. Según mi hijo menor, Yalú, que estudió dos años en una universidad de Beijing, ‘perder la cara’ se escribe con tres caracteres, dos de los cuales significa ‘sin cara’.
Yalú me da dos ejemplos de cómo se pierde la cara. Si la falta es grave, como deber dinero y no pagarlo, y la sociedad se entera, pero no habla de ello, la persona ‘pierde la cara’ y queda marcada y a veces excluida. En un segundo caso, la persona puede hurtar algo en su sitio de trabajo y es descubierta, de modo que ‘pierde la cara’, se va o huye y no se atreve a regresar, porque se siente avergonzada.
El que pierde la cara siente vergüenza y se siente mal, de manera que no se trata de un sinvergüenza, sino de alguien que sólo cometió una falta. Es la vergüenza, entonces, lo que marca la diferencia entre la parte de la sociedad que es (con el perdón de los educadores especiales) ‘normal’ y los que desentonan.
Pienso, valga el ejemplo, que el vicepresidente y canciller Juan Carlos Varela ‘perdió la cara’ cuando se descontroló e interrumpió violentamente mi discurso el 2 de Noviembre de 2009 en el Mausoleo a los Soldados de la Independencia. En cambio, yo continué imperturbable con mi discurso para no faltarle el respeto al dignatario y no perder la cara.
En favor del vicepresidente debo admitir que envió un alto emisario para que le diera una cita en donde fuere, como fuere y cuando fuere, que no tendría otro motivo, supongo, que disculparse por su conducta, ya que me niego a creer —como me advirtieron— que me iba a ofrecer una importante embajada para expiar su culpa. No le di la cita, porque comprendí que sólo había tenido un mal momento.
Pero los que sí perdieron la cara fueron algunos estudiantes míos, graduandos, hace cinco años. Les explicaba las modalidades de corrupción que se pudieran producir durante el proyecto de ampliación del Canal. Y decía que alguien podía quedarse con una fortuna cuando, de repente, alguien desde la última fila gritó: ‘Ah, profesor, pero si no es Juan es Pablo’. Sorprendido por el cinismo, pregunté quién había dicho eso.
El grupo no reaccionó, como pensaba, en contra. Así que les pedí: ‘Alcen la mano los que robarán cuando trabajen al frente de proyectos importantes’. Del grupo de 30 estudiantes, cerca de 24 levantaron, sin pensarlo dos veces, la mano. Disimulé mi reacción y pregunté nuevamente: ‘Levanten la mano los que no meterán la mano’. Tres contestaron y me dieron un respiro. Así que finalmente pregunté a los tres que no se habían manifestado: ‘¿Y los que no votaron?’, ‘Lo estamos pensando’, contestaron. Quedé mudo, pues no sabía si censurarlos o salir corriendo: la sociedad y la universidad habían fracasado.
Casi todo el grupo ‘perdió la cara’, pero no se sintieron avergonzados.
Pero hoy escuché a un ‘honorable’ diputado declararle a una reportera de TV lo siguiente sobre los actos de corrupción, palabras más, palabras menos: ‘Es muy sencillo, dijo. En el caso de Paitilla se iban a perder muchos millones, pero en el caso de los terrenos del hospital en Chilibre solamente un par de millones’.
Y en la noche de hoy acabo de escuchar a un conocido presentador de boxeo decir: ‘La responsabilidad por la crisis y ambos actos de corrupción la tienen los partidos Cambio Democrático y el Panameñista. Señor presidente: A todos póngalos a trabajar, y listo’.
‘¿Y por qué no investigan y los meten presos?’, pregunto yo.
¡Porque perdieron la cara, son descarados y, además, sinvergüenzas!