• 30/05/2013 02:00

De la política y la democracia

Cuando la política, que es la que debería organizar las sociedades para lograr el bienestar general, se transforma en un infierno de amb...

Cuando la política, que es la que debería organizar las sociedades para lograr el bienestar general, se transforma en un infierno de ambiciones, luchas personales, frivolidad, corrupción y mentiras; cuando los que buscan el poder han olvidado para qué lo quieren, si no es para su propio goce, cuando la inteligencia es medida por la habilidad para la trampa y cuando, en fin, los valores se disuelven en palabras, el país está cerca de un desastre.

Cada día son mayores las voces que hablan del descrédito de la política. Una situación que también hace referencia a la crisis de la democracia, debido a que deja de ser valorada positivamente por los ciudadanos. En ambos casos son situaciones preocupantes, pues a través de la política es como se hacen realidad los sueños colectivos, y por medio de la democracia es como se eligen gobiernos y se tiene una mirada sobre el futuro de la sociedad que se quiere construir.

De no existir una conjunción entre la política y la democracia, los tiempos políticos se impregnan de desconcierto. En este escenario los modelos económicos que pretenden programar el tipo de sociedad futura sin resolver el problema de las desigualdades, ejercen una fuerte presión sobre la calidad de la democracia.

La discusión sobre los modelos de desarrollo que han sido sacados de la esfera pública por la oleada privatizadora, ha cercenado el papel de los ciudadanos en la toma de decisiones. En ese sentido el rol de los políticos es ordenar las reglas del mercado y no permitirle que se convierta en amo absoluto.

Los modelos económicos acabaron en muchos países con el Estado de bienestar. Uno de los últimos en caer ha sido Suecia, donde parecen agotados los sueños colectivos. Se trataba de un modelo social que combinaba el individualismo de la acción, el comunitarismo de la solidaridad y un sentido de la gratitud para con todos los ciudadanos de ese país.

Las revueltas sociales registradas en las últimas semanas en Suecia, hablan de un descrédito de la política, de jóvenes sin futuro, que no estudian, no trabajan, y que están atrapados en la desesperanza.

‘ Es el grito de unos jóvenes que viven con la desazón de la ingratitud, de la pérdida del sentido de la comunidad que brilla en la imagen internacional del pueblo sueco y late en el retrovisor de su admirado Estado del bienestar’, remarcó la semana pasada un análisis del diario madrileño El País.

El sociólogo sueco Göran Therborn sostuvo, tratando de guardar el equilibrio, que pese a la crisis, el modelo sueco sigue siendo una utopía deseable para la mayoría de las sociedades actuales. Pero advirtió que deben aplicarse correctivos de valores, no solo financieros, y poner fin a comportamientos generados por el egoísmo, la codicia y el dinero.

Todo eso lleva de vuelta a las cuestionadas tendencias que tratan de marginar la política y a los políticos de su responsabilidad de conducir las sociedades. En el siglo de la informática y de la era digital global, la comunicación emerge como un poder con agenda propia que hace reaccionar a los medios clásicos, a través de los cuales los ciudadanos exigen ser escuchados y tomados en cuenta a la hora de las decisiones que los afectan.

La política y los políticos tienen que considerar esa realidad y empezar a crear instancias e instituciones más representativas, que interpreten en forma genuina el sentir y el querer ciudadano. La democracia, al mismo tiempo, debe contar con resguardos para que una mayor y mejor participación ciudadana garantice una buena gobernabilidad. Al final del camino, gobernar no es un atributo exclusivo de las elites políticas. Es la suma de consensos y del acompañamiento de los ciudadanos.

En momentos en que la sociedad panameña comienza a sumergirse en los tiempos electorales, la democracia debe ser valorada en toda su dimensión por los ciudadanos. Los dirigentes partidistas están llamados a adecentar el quehacer político para generar confianza, credibilidad y granjearse el respeto del colectivo social. La clase política no parece estar a la altura de estos tiempos. Sería bueno para la democracia que ganaran conciencia de que los ojos y oídos de los ciudadanos están atentos para juzgar severamente cada una de sus acciones.

PERIODISTA.

Lo Nuevo