• 29/12/2023 09:58

Posibilidades económicas para nuestros nietos

Es lamentable, por decir lo menos, que a pesar de crecer y mejorar exponencialmente desde 1930, el mundo no haya resuelto su problema económico

“Estamos sufriendo un mal ataque de pesimismo económico. Es común escuchar a la gente decir que la época de enorme progreso económico que caracterizó al siglo XIX más nunca regresará; que la rápida mejora en el nivel de vida se ralentizará y que una disminución en la prosperidad es más probable que una mejora en la próxima década. Creo que esta es una interpretación tremendamente equivocada de lo que nos está pasando. Estamos sufriendo, no por las reúmas de la vejez, sino por los dolores del rápido crecimiento y de los reajustes entre un período económico y otro. El aumento de la eficiencia técnica ha sido más rápido de lo que podemos hacer frente al problema de la absorción de mano de obra; la mejora en el nivel de vida ha sido demasiado rápida; la banca y el sistema monetario del mundo han impedido que la tasa de interés caiga tan rápido como requiere el equilibrio”.

Así abrió John Maynard Keynes su libro “Posibilidades económicas para nuestros nietos”, escrito en 1930. Tiempos aquellos donde existía una imperante depresión mundial y altísimas tasas de desempleo, en un mundo lleno de deseos donde los gobernantes cometían demasiados errores y no tenían una clara interpretación de la tendencia de las cosas. Por supuesto, el pesimismo era una mirada fácil y conveniente para justificar el poco entendimiento del problema económico.

Keynes trató de cambiar esa visión y propuso una serie de ideas para entender el problema. Y planteó la tesis de mejorar las posibilidades de crecimiento económico mirando hacia el futuro y pensando en mejorar el nivel de vida de sus nietos para los siguientes cien años.

Hay que entender que desde los primeros tiempos prehistóricos hasta principios del siglo XVIII, no hubo un cambio trascendental en el estándar de vida del hombre medio que vivió en los centros civilizados de la tierra. Entre pestes, hambre y guerras, hubo algunos intervalos de esplendor, pero ninguno progresivo o violento.

Este ritmo lento de progreso, o falta de progreso, se debió a dos razones: la notable ausencia de importantes avances técnicos y la falta de acumulación de capital. La ausencia de inventos importantes fue verdaderamente importante; casi todo lo que el mundo poseía al comienzo de la edad moderna ya era conocido por el hombre en los albores de la historia. El lenguaje, el fuego, los mismos animales domésticos que tenemos hoy, el trigo, la harina, la vid y el olivo, el arado, la rueda, el remo, la vela, cuero, lino y tela, ladrillos y ollas, el oro y la plata, el cobre, el estaño y el plomo, y el hierro se añadieron a la lista antes del año 1000 a.C.

Con la acumulación de capital en el siglo XVI, renació el progreso y el mundo renovó sus fuerzas (ver “La Sociedad de la Confianza” de Alain Peyrefitte). La posibilidad de prestar dinero y el poder del interés compuesto hicieron cosas fuera de la imaginación, y a partir de ese momento comenzaron las invenciones científicas y técnicas que dieron lugar al desarrollo que hoy gozamos: carbón, vapor, electricidad, petróleo, acero, caucho, algodón, las industrias químicas, maquinaria automática y los métodos de producción en masa, inalámbricos, impresión, Newton, Darwin, Einstein, y miles de otras cosas y hombres demasiado famosos y familiares para catalogar. Con todo este avance se produjeron significativas mejoras en la fabricación y el transporte, y tasas de aumentos de capital a ritmos nunca antes visto en la historia. Empezaron además a notarse impactos de estas nuevas técnicas en otras áreas como la agricultura, al punto que Keynes calculó que todas las operaciones de agricultura, minería y manufactura se iban a poder realizar con una cuarta parte del esfuerzo humano al que estaban antes acostumbradas.

Pero esto era sólo una fase temporal del desajuste. Al final, la humanidad debía resolver su problema económico. La tesis de Keynes era que, de no haber más guerras importantes ni aumentos en gran escala de la población, la solución estaría a la vista en menos de cien años. Esto sí, siempre y cuando, miráramos hacia el futuro y pensáramos en el bienestar de nuestros nietos. El problema de fondo era que, en lugar de mirar hacia el futuro y pensar en las siguientes generaciones, por toda la historia de la humanidad, se había mirado equivocadamente hacia el presente.

Es lamentable, por decir lo menos, que a pesar de crecer y mejorar exponencialmente desde 1930, el mundo no haya resuelto su problema económico. Peor aún, cada día se complica más y cada vez menos depende de los economistas; ahora es un asunto político casi imposible de resolver. Ciertamente si Keynes viviera, se escandalizaría no del pesimismo que aún existe sino del oportunismo y clientelismo que han florecido y convertido el problema económico en una piñata política.

El autor es empresario

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